Marcail se mecía con los acordes de aquella hipnótica música. Se había quedado extasiada cuando había vuelto a oír el mágico cántico. Durante un tiempo había llegado a pensar que lo había perdido para siempre, pero en cuanto se puso a pensar en Quinn la música regresó con una rápida ráfaga de sonido.
Las palabras eran cada vez más claras, pero aun así solo podía entender unas pocas. Sintió que eran importantes, pero ignoraba su finalidad.
Se dejó llevar por la melodía, permitió que la rodeara y la arrastrara hacia su magia. Sonaba como si hubiera cientos de voces cantando, pero no podía ver a nadie.
La brisa que había comenzado suavemente a su alrededor empezó a arremolinarse y se hizo paulatinamente más fuerte a medida que se intensificaba el cántico. Era como si Marcail estuviera en el centro de todo mientras la magia se aproximaba a ella y se alejaba solo para volver a aproximarse de nuevo, acercándose más y más cada vez que acudía a ella.
Se sentía protegida, como si perteneciera a esa magia. Cuanto más la tocaba, más fuerte la sentía. Era un sentimiento maravilloso, tan hermoso que no quería que terminara nunca.
Las palabras del cántico se hicieron claras a sus oídos de pronto y por fin supo su significado. Ella dio un grito ahogado, se le había acelerado el corazón al darse cuenta de que aquel mantra era el conjuro para dormir a los dioses.
Marcail no podía creer que hubiese sido capaz de encontrar definitivamente el conjuro, aunque en lo más profundo de su mente, sabía que no lo había conseguido sola. ¿Había sido su abuela? ¿O había sido algo más?
No importaba. Ahora podía ayudar a Quinn a vencer a Deirdre. La excitación se apoderó de ella ante tal perspectiva.
Su concentración se desvaneció y la hermosa melodía desapareció cuando unas manos la sacudieron suavemente. Marcail abrió los ojos de golpe y descubrió a Arran y a Duncan en cuclillas frente a ella.
—¿Por qué habéis hecho eso? —les gritó. En lugar de escuchar y memorizar el cántico, ella había estado pensando en Quinn. Solo sabía la mitad del conjuro, y la mitad no era suficiente.
—Llevas sentada en esa postura horas y horas, Marcail —dijo Arran—. Nos tenías preocupados.
Ella se mordió el labio. No quería que ellos supieran que había estado muy cerca de poder liberarlos, al menos todavía no. Si se corría la voz antes de que se supiera todo el conjuro, no les haría ningún bien. Además, tenía que estar pendiente de que Deirdre no la descubriera y acabara con toda esperanza.
Marcail se levantó del suelo y se dirigió hacia el agua para refrescarse la cara.
—La próxima vez, por favor, no me molestéis. No estoy herida ni me pasa nada en absoluto.
—Llevabas sentada en la misma posición desde que se llevaron a Quinn. Ha pasado casi un día entero —dijo Duncan.
Marcail se detuvo. No se había dado cuenta de que el cántico la había sumido en aquel trance tanto tiempo. ¿Habría conseguido descubrirlo si no la hubieran despertado los guerreros? No estaba segura.
Sabía que tendría que decirles lo que sucedía antes de que volviera a intentar recordar el cántico.
—¿Qué ha sucedido mientras he estado… descansando? —preguntó.
Arran sacudió la cabeza con una mueca en el rostro.
—Nada, y eso es lo que más me preocupa.
—Solo ha pasado un día —dijo Marcail—. ¿Qué esperabais que pasara?
—Algo —respondió Duncan—. Es casi como si la montaña misma estuviera conteniendo la respiración.
Marcail se sentía del mismo modo.
—Sé lo que quieres decir. Pero es probable que Quinn tarde días o incluso semanas antes de poder hacer algo para ayudarnos a escapar. Hasta entonces, debemos mantenernos vigilantes como él nos dijo.
Arran echó un vistazo a la entrada de la cueva.
—Es más que eso, Marcail.
Ella pasó la mirada de Arran a Duncan y luego de nuevo a Arran.
—Decidme.
Duncan apartó la mirada.
Fue Arran el que finalmente habló.
—Antes vimos a Charon conversando con alguien.
—Eso —dijo ella con una sonrisa. ¿Por eso era por lo que estaban tan preocupados? Eso no era nada—. Lo más probable es que Charon quiera alzarse como líder del Foso como antes hiciera Quinn. Charon cree que podrá conseguirlo hablando con algunos de los guerreros para hacer que se pongan de su parte.
Arran tragó saliva y se rascó el cuello con sus blancas garras.
—No estaba hablando con ningún guerrero del Foso, ¿verdad? —preguntó ella mientras la aprensión empezaba a subirle por la espalda.
Arran sacudió la cabeza.
—No estoy seguro de con quién estaba hablando en la puerta, pero fuera quien fuera, estuvo allí un buen rato.
Marcail se sintió enferma al darse cuenta de lo que sucedía.
—Ya sé qué ocurre.
—¿Qué? —preguntó Duncan.
—Cuando se llevaron a Quinn por primera vez le dije a Charon que le dijera a Deirdre que sabía el conjuro. Yo tenía la esperanza de que ella me llevara a mí como intercambio por Quinn.
Arran golpeó con fuerza las rocas.
—¡Mierda!
Duncan masculló algo entre dientes.
—¿Sabía Quinn lo que ibas a hacer? —preguntó Arran.
Ella asintió con la cabeza.
—Se lo dije. No le gustó, pero Charon tampoco hizo lo que le pedí. No pensé que fuera a decirle nada a Deirdre sobre mí, porque se quedó preocupado al enterarse de que yo conozco el conjuro, pero me encuentro bajo el control de Deirdre.
—No puedes confiar en Charon —gruñó Duncan—. Él solo se preocupa por sí mismo. No le importa nadie más. Nadie.
La druida se había dado cuenta de eso ahora. Por desgracia, ya era demasiado tarde para ella.
—Van a venir a por mí. No intentéis evitarlo.
—Le prometimos a Quinn que te protegeríamos —le dijo Arran.
—Lo único que conseguiréis es que os den una paliza y os maten —respondió ella—. Dejad que me lleven. Lo mejor que podéis hacer por mí y por Quinn es manteneros vivos y a salvo.
Arran soltó un fuerte suspiro. Era obvio que no le gustaba su lógica.
Ella se volvió hacia Duncan.
—¿Has sentido más dolor que yo pueda aliviar antes de que me lleven con ellos?
—Nada que no pueda soportar —dijo—. Ya no han seguido torturando a Ian.
Ella puso la mano sobre el brazo de Duncan, luego hizo lo mismo con Arran.
—Ambos sois buenos hombres. Quinn cuenta con vosotros. No le decepcionéis.
—Nunca —prometió Duncan.
Ella sonrió porque escuchó la verdad en sus palabras.
—Deirdre no puede matarme, recordadlo.
—Es posible que ella no, pero puede lograr que otros lo hagan —dijo Arran—. No lo olvides, Marcail.
¿Cómo podría olvidarlo si pronto iba a tener que enfrentarse a esa posibilidad? Y, si había aprendido algo de Deirdre, era que la muerte que la esperaba sería muy, muy dolorosa.
—No puedes irte con ella —dijo Duncan—. Si te vas, nunca más seremos los hombres que fuimos una vez.
Marcail sintió un profundo dolor por los guerreros.
—No creo que tenga otra opción. Si pudiera me quedaría con vosotros.
—¿Y si les decimos a los otros guerreros del Foso lo que tienes enterrado en tu mente? Entonces es posible que nos ayudaran a protegerte —dijo Arran.
Ella sacudió la cabeza.
—Podéis intentarlo, pero que no creo que funcionara. Además, ¿no querréis que todos sepan que sé un conjuro que no puedo recordar?
—Lo que quiero que sepan es que tenemos la opción de alejar de nosotros a los dioses para siempre.
—¿De verdad la tenemos? —preguntó—. Deirdre puede volver a convocar a los dioses una vez más y me imagino que habrá algunos guerreros, que están a su lado, que no querrán ser mortales de nuevo.
Arran lazó una maldición y se dio la vuelta. Ella comprendía su decepción porque se sentía exactamente igual.
—¿Qué opción tenemos? —preguntó Duncan—. Tú necesitas protección de Deirdre.
Marcail sintió la tristeza que pesaba tremendamente en sus hombros.
—Me temo que eso es imposible.
Quinn se aseguró de parecer que estaba dormido hasta pasado un buen rato desde que Deirdre había abandonado la cama. Cuando ella se puso en pie a su lado y le recorrió el cuerpo con las manos, tuvo que mantener a raya sus impulsos para no apartarla de él.
Hasta que ella no salió de la habitación, él no se levantó de la cama. Encontró un aguamanil con agua y se refrescó la cara.
Se sentó para ponerse las botas, y en ese instante la puerta se abrió de par en par y Deirdre entró y se quedó quieta en el quicio de la puerta, con los ojos blancos rebosantes de ira.
—¿No has dormido bien? —le preguntó él, sin preocuparle qué podría haberla alterado de aquel modo a horas tan tempranas.
—Mi sueño no te concierne en estos momentos.
—¿Ah, no? —Se calzó la segunda bota y se levantó—. ¿Entonces, qué es lo que me concierne en estos momentos?
—Marcail.
Quinn sintió como si alguien hubiera trepado por su pecho y hubiera saltado sobre su corazón para partirlo en dos. No podía lograr que le entrara aire en los pulmones. El mundo se detuvo de pronto, mientras se debatía entre la ira y la confusión que generaba el hecho de que hubiera descubierto a Marcail.
Deirdre se acercó a él.
—He oído que la cobijaste en el Foso. ¿Por qué no la mataste?
—¿Por qué no lo hiciste tú?
Cuanto más hablaba Deirdre de Marcail, más se enfurecía él. Deirdre no merecía pronunciar el nombre de Marcail.
—Tenía mis razones —respondió Deirdre—. La druida es una molestia, Quinn. La lancé al Foso para que muriera. Deberías haber permitido que sucediera.
Él se cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Y por qué?
—Probablemente te habrá dicho que conoce el conjuro para dormir a los dioses. Te mintió. Ella sabe el conjuro que permitirá que los dioses tomen el control absoluto sobre vosotros.
Quinn sacudió la cabeza y gruñó.
—Basta ya de mentiras. Marcail conoce el conjuro para dormir a los dioses. No la mataste tú misma por temor a lo que te podría suceder si le hacías algún daño. Todos esos conjuros que la protegen deben ser irritantes para una bruja tan poderosa como tú.
—Entonces es que no me conoces en absoluto. No le temo a nada.
—No es cierto. Tienes miedo a la magia de la abuela de Marcail. He visto lo que le puede suceder a alguien que intente hacerle daño a Marcail. Es algo con 1o que no te gustaría enfrentarte, Deirdre.
En la frente de esta solo se arqueó una de sus blancas cejas.
—Crees que lo sabes todo, ¿verdad?
—Has matado a casi todos los druidas que has capturado, ya fuesen mie o drough, para absorber su magia. Y yo me pregunto a mí mismo, ¿por qué no ibas a querer la poderosa magia que corre por las venas de Marcail? Resulta bastante sencillo averiguarlo.
Deirdre se movió alrededor de Quinn lentamente hasta detenerse a su espalda.
—Dime, Quinn, ¿qué interés tienes en Marcail?
Sabía que debía elegir sus palabras con cuidado. No quería que Deirdre supiera lo profundos que eran sus sentimientos hacia Marcail, especialmente porque todavía estaba intentando averiguar lo profundos que eran él mismo.
—La salvé. Es mi responsabilidad.
—Mmm…, me pregunto si tus sentimientos son más intensos que eso que acabas de decir. Te has acostado con ella, así que supongo que habrás encontrado en esa mujercita algo de tu agrado.
Quinn se dio la vuelta y se quedó mirándola. No quería estropear lo que había sucedido entre él y Marcail, pero tampoco podía dejar que Deirdre sospechara nada.
—Había pasado mucho tiempo desde la última vez que me acostara con una mujer. Ella estaba agradecida de que yo la salvara y me recompensó con el uso de su cuerpo.
—Podrías haber tenido el mío —dijo Deirdre.
—Antes me hubiera cortado el cuello.
Deirdre de pronto sonrió.
—Oh, pero mi querido Quinn, aceptaste acostarte conmigo a cambio de que dejase tranquilos a tus hermanos.
—Así es, y no me retractaré de mi promesa.
—No tengo la menor duda de que cumplirás tu parte, lo que me pregunto es hasta cuándo vas a seguir intentando evitarme.
Quinn apretó con fuerza la mandíbula. No se había esperado que Deirdre descubriera a Marcail tan pronto. Mierda.
—¿Qué quieres? —le preguntó con el tono de voz más neutro que pudo.
Ella soltó una carcajada.
—Siempre he disfrutado teniendo este tipo de poder. Es excitante.
—¿Qué es lo que quieres?
—¿Cuánto vale la vida de Marcail para ti?
Quinn quería darle un puñetazo a Deirdre en la cara, arrancarle el corazón del pecho y lanzarla al fuego.
—No quiero que muera nadie más.
—¿Y Marcail? ¿Qué estarías dispuesto a hacer para asegurarte de que siguiera viva?
—¿Qué quieres?
—A ti en mi cama, inmediatamente.
Quinn se pasó una mano por la cara. No tenía otra opción. No podría vivir consigo mismo si sabía que él había sido la causa por la que Marcail había muerto, y únicamente porque encontraba repulsiva a Deirdre.
—Con una condición. Que permitas que Marcail abandone la montaña. Y quiero ver con mis propios ojos que la dejas marchar.
Deirdre levantó un hombro.
—¿Aceptarás acostarte conmigo en cuanto se haya marchado?
Él asintió con la cabeza, incapaz de pronunciar ni una palabra. ¿Cómo habían podido torcerse tanto las cosas en tan poco tiempo?