25

El estruendo de las puertas cerrándose todavía podía escucharse en el Foso un buen rato después de que Quinn se hubiese marchado. El malestar y la melancolía que se habían apoderado de Marcail eran difíciles de superar. Quinn había vuelto a irse de su lado. Y esta vez ella sabía que era para siempre.

En lo más profundo de su corazón entendía los motivos por los que Quinn se había entregado a Deirdre y sabía que eran buenas razones nacidas del amor y la devoción que sentía por la gente a la que él amaba. Sin embargo, ella se sentía enojada con sus hermanos por no haber venido antes a por Quinn, de ese modo él no hubiera tenido que entregarse a Deirdre.

Pero sus hermanos no estaban allí.

Arran y Duncan no habían abandonado la cueva de Quinn desde que él partió. Marcail sabía que la estaban protegiendo, pero ya no le importaba nada. Nada importaba ya sin Quinn.

¡Basta! ¡Para ya de sentir pena de ti misma!

Marcail soltó un suspiro y se centró en llevar a cabo lo único que podía hacer para ayudar a Quinn y a los demás: recordar el conjuro que dormiría a los dioses para siempre.

Pero no bastaba lo mucho que buscara en su mente, o las veces que pudiera pensar en lo que su abuela le había enseñado. Marcail no podía encontrar el conjuro.

Se puso en pie en el lugar en el que había estado sentada y empezó a caminar arriba y abajo, recorriendo lo que era el ancho de la cueva, cualquier cosa que la ayudara a no volverse loca. Tenía la mente fija en Quinn, en el sacrificio que había hecho por todos ellos, y en lo triste que ella estaba por él. La sorprendió darse cuenta de que lo echaba de menos más de lo que echaba de menos a su familia o a su abuela.

—Quinn te importa mucho, ¿verdad? —le preguntó Duncan.

Marcail volvió la cabeza y encontró al guerrero azul pálido mirándola.

—Sí. Mucho.

Más de lo que ella nunca hubiera imaginado que fuera posible.

Duncan asintió con la cabeza.

—Es evidente que tú también le importas mucho a él.

—Quinn se siente en la obligación de protegerme, es cierto —dijo Marcail—. Se preocupa porque necesita mantenerme a salvo, así que yo debería ayudarlo a terminar con todo esto.

Duncan resopló y sacudió la cabeza lentamente.

—Créelo o no si quieres, druida, pero he visto el modo en que Quinn te mira. Le importas.

Marcail deseaba que fuese cierto, en lo más profundo de su alma rezaba para que fuese cierto, pero era consciente de la realidad. Ella no era otra cosa que alguien que le había dado consuelo a Quinn en aquel oscuro y maléfico lugar.

Quinn había despertado algo en ella que ella no había sabido que tenía hasta entonces. Ella anhelaba sentir su tacto, sus besos, su cuerpo. Amaba el modo en que sus ojos verdes la miraban. Amaba el modo en que su pelo castaño, demasiado largo, le tapaba la cara. Amaba el modo en que él irradiaba tanto poder y autoridad que el resto de hombres que estaban a su alrededor sabían que Quinn era mejor que ellos. Amaba el modo en que se ponía en peligro solo para protegerla a ella y a los que quería.

Amaba… Lo amaba a él.

Marcail se agarró con fuerza contra la pared al sentir que la verdad la golpeaba. ¿Amor? Ella nunca se habría imaginado que descubriría lo que significaba enamorarse de un hombre y ahora había sucedido sin darse cuenta.

—¿Marcail? —dijo Arran mientras se dirigía hacia ella—. Te has puesto pálida.

—Lo amo —susurró—. Yo… yo lo amo. Y lo he perdido.

Duncan le cogió el brazo con su gran mano, procurando no hacerle daño con las garras.

—Necesitas sentarte.

—Ya he pasado sentada demasiado tiempo —dijo mientras se desprendía de la mano de Duncan—. He de hacer algo. Cualquier cosa.

—Entonces intenta recordar el conjuro —dijo Arran—. Es la única manera que tienes de ayudar a Quinn ahora.

Marcail sacudió la cabeza.

—Lo he estado intentando, Arran. No sé lo que hizo mi abuela, pero lo enterró muy profundamente. Creo que demasiado profundamente.

Quinn buscó en el rostro de Grania cualquier rastro de la inocencia que siempre rodea a los niños, pero lo único que pudo ver fue maldad.

—¿Tan desesperada estabas por tener un niño que tuviste que dejarla así? —le preguntó a Deirdre señalando a Grania.

Deirdre soltó una carcajada.

—Ahora ven conmigo, Quinn. Sabes que solo hago cosas que me beneficien. Tengo mis razones para mantener a Grania en esa edad y esas razones no han cambiado. De hecho, dudo que lo hagan nunca. Grania es… bueno, digamos simplemente que ella consigue que determinadas personas hagan lo que deben hacer.

Él sabía que se refería a Isla. Era la única explicación.

—Haz que se marche. —No podía soportar seguir mirando a aquella niña.

—Iré contigo más tarde —le dijo Deirdre a Grania.

Una de las sirvientes cubiertas con velo negro se adelantó para escoltar a la niña hasta su habitación. Quinn observó a las otras tres sirvientes. Todas llevaban velos negros que les cubrían el rostro, e incluso el pelo, por completo.

—¿Por qué llevan velos?

Deirdre sonrió y arqueó una blanca ceja.

—Esas son las que se atrevieron a desafiarme, las druidas que pensaron que acumulaban más magia que yo.

—Así que las convertiste en esclavas.

—De algún modo —dijo encogiéndose de hombros—. Les hice ver el error que habían cometido al desafiarme.

—En otras palabras, las torturaste hasta que suplicaron la muerte y entonces tú les ofreciste convertirse en esclavas.

Ella rió abiertamente e inclinó la cabeza.

—Me comprendes mejor que la mayoría.

—No te hagas ilusiones. Eres el mal en persona. No es complicado averiguar lo que has hecho para conseguir tus objetivos. Ahora explícame lo de los velos.

Ella se acercó a una sirviente y le quitó el velo.

—¿Te gustaría contemplar esto?

Quinn ocultó una mueca de asco al mirar el rostro quemado y lleno de cicatrices de la sirviente. En el pasado había sido una orgullosa druida, pero ahora mantenía los ojos fijos en el suelo y el rostro cubierto. Incluso le habían trasquilado el cabello pelirrojo.

Deirdre le lanzó el velo a la sirviente y con un gesto de la mano le indicó que se marchara.

—No pienses en volver a mis sirvientes en mi contra. Toda la magia que poseen es mía.

—¿Cómo lo has logrado sin matarlas?

Una traviesa sonrisa apareció en su rostro.

—Soy capaz de hacer muchas cosas con mi poder, Quinn. Muchas más de las que tú eres capaz de imaginar.

—Entonces, ¿por qué te ha costado tanto capturarme?

Ella suspiró.

—Empiezas a resultarme aburrido.

La miró con desprecio.

—No creo que tengas tanto poder como quieres hacerles creer a todos.

—¿Deseas que te lo demuestre? ¿Probamos con otro de tus hombres del Foso?

Quinn cerró la boca. No pretendía que nadie resultase herido a causa de sus acciones.

—Déjalos tranquilos.

Ella rió a carcajadas con un sonido áspero y vacío.

—No es muy complicado hacer que te muerdas esa lengüecita.

Quinn se volvió de nuevo hacia Lavena. Las negras llamas la devoraban, aunque su cuerpo permanecía ileso. Aunque por la reacción de Deirdre cuando había intentado tocarlo, podría hacerle mucho daño a él si se acercaba.

Se preguntaba si Isla sabía que utilizaba a su hermana y supuso que sí. Quinn trató de imaginarse lo que sentiría si Lucan o Fallon ocuparan el lugar de Lavena. De una cosa estaba convencido, no le permitiría a Deirdre que les hiciera el más mínimo daño. Estaría dispuesto a matarlos con sus propias manos antes de que Deirdre pudiera mantenerlos en tal estado.

—¿Es que no puedes ver lo lejos que llega mi magia, Quinn?

Él se puso tenso al sentir que Deirdre se situaba a su lado.

—Lo que veo es que no te importa matar ni utilizar a la gente del modo que mejor te convenga.

—Para mostrarte mi buena fe, te he ofrecido algo a cambio de que estés aquí, como supongo que te habrá dicho Broc. ¿Qué quieres que te dé a cambio de que me ofrezcas libremente tu semilla?

—Mis hermanos —dijo, aunque sabía que ella lo rechazaría.

Ella sacudió la cabeza y lo miró como si fuera un niño.

—Broc ya te ha comentado que ellos no entran en el trato. Necesito a tus hermanos.

Quinn no pensaba que hubiera nadie en este mundo a quien pudiera odiar tanto como a Deirdre. Sabía que Fallon y Duncan eran la respuesta a lo que fuese que Deirdre hubiese planeado, y sabía que no podía ser nada bueno.

—Si no me das a mis hermanos, regresaré al Foso.

Quinn sabía que estaba forzando mucho las cosas con Deirdre, pero no le importaba. Mientras sus hermanos estuviesen a salvo de ella, Quinn podría concentrarse en liberar a sus hombres y a Marcail.

—Te he dicho que no —respondió Deirdre con un tono frío.

Quinn se encogió de hombros.

—Entonces será mejor que vuelva al Foso.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Se preguntaba cuánto tiempo le costaría a ella ceder, porque él pretendía que la hechicera cediera o no obtendría nada a cambio.

—Detente —dijo cuando él llegó a la puerta.

Quinn se giró con una mueca exagerada.

—¿Qué pasa?

—Sabes que necesito tu semilla.

—Por mucho que me repugne, sí, lo sé.

Ella entrecerró sus extraños ojos blancos y se dirigió hacia él.

—También necesito a tus hermanos.

—No puedes tenerlo todo.

—Puedo y lo tendré.

—Esta vez no —respondió.

—¿Hacemos un pacto entonces?

Quinn se quedó observándola en silencio durante un momento. Tendría que ser precavido y utilizar toda la astucia, la que su padre proclamaba que tenía, para asegurarse de que Deirdre nunca capturase a Lucan y Fallon.

—Te escucho.

—Dejaré a tus hermanos en paz hasta que nazca nuestro hijo. Una vez haya nacido, los apresaré.

Quinn consideró las opciones, las pocas que tenía, y supo que eso era lo mejor a lo que podría aspirar.

—Dime, ¿por qué no has utilizado la magia para meterme en tu cama?

—Si el hijo de la profecía tiene que venir a este mundo, debe hacerlo sin magia.

—¿Y si yo no… si no puedo responder contigo?

A Deirdre se le hincharon las aletas de la nariz de ira.

—Oh, Quinn, me aseguraré de que puedas.

—¿Sin magia?

—Sí.

Como Quinn sabía que no existía ninguna posibilidad de que él pudiera hacer nada con ella sin que interviniera la magia, que era imposible que él tuviera una erección y pudiera penetrarla, asintió.

—Tenemos un trato.

Ante un chasquido de dedos de Deirdre, un guerrero entró en la habitación.

—Di a los demás que se alejen de los MacLeod.

—¿Señora? —preguntó.

—Hazlo. Ahora —ordenó ella.

El guerrero salió corriendo de la habitación para ejecutar sus órdenes y, cuando Deirdre se volvió hacia Quinn, él supo que ella lo reclamaría en su cama mucho antes de lo que él se había imaginado.

—Necesito un baño —dijo antes de que la maga pudiera abrir la boca—. Y también necesito ropa nueva.

Ella sonrió con la mirada fija en su entrepierna.

—¿Un kilt, por casualidad?

—Prefiero una camisa y unos pantalones, como siempre he llevado.

—Una lástima —dijo ella con un suspiro—. Ahora mismo daré las órdenes. Acompáñame.

Regresaron a su dormitorio, donde se había preparado un banquete. Se le hizo la boca agua con el aroma de faisán asado, pescado y cordero, además empezaron a sonarle las tripas. Había pasado tanto tiempo tomando solo pan y agua que quería sumergirse en toda aquella comida y llenarse la boca con todo a la vez.

—Sírvete tú mismo —dijo Deirdre mientras se sentaba a observar.

Quinn hizo caso omiso de su presencia y se lanzó primero a por el cordero. Arrancó un pedazo y atestó de carne su boca. Una explosión de sabor hizo que casi gimiera de placer.

Quinn descansó los codos sobre la mesa y pensó en lo maravillosa que hubiera sido la cena si hubiese estado rodeado por sus hermanos, sus hombres y Marcail. Entonces, hubiera sido magnífica.

En lugar de eso, estaba en los aposentos privados de Deirdre mientras ella salivaba ante la expectativa de verlo trepar a su cama.

—Tu baño está listo. —La voz de Deirdre interrumpió sus pensamientos.

Quinn se levantó sin mirarla y siguió a la sirviente que aguardaba para conducirlo al baño. Habían llevado una enorme bañera de madera hasta la habitación y se encontraba repleta de humeante agua. El calor que salía del baño inundaba la sala y Quinn no pudo esperar para meterse en el agua.

Se desprendió de la ropa y se introdujo de inmediato en el agua. Cerró los ojos un momento antes de empezar a quitarse de encima la mugre que se había acumulado en su cuerpo y en su pelo durante su cautiverio en el Foso. Luego se afeitó la barba.

Afortunadamente, Deirdre lo había dejado solo, aunque la cama preparada ante sus ojos era un constante recordatorio de lo que le esperaba.

Quinn no se demoró mucho en el baño. Salió del agua y se secó. No se sorprendió al hallar ropa limpia sobre una silla y se apresuró a ponérsela. Luego saltó a la cama y cerró los ojos.

Estaría profundamente dormido cuando Deirdre lo encontrara y demasiado cansado como para poder despertarlo y hacer que cumpliera con su «obligación». No era un gran plan, pero era un comienzo.