24

Broc había sobrevivido a otra reunión con Deirdre. Cada vez que se encontraba con ella, creía que le iba a revelar que conocía su doble juego. Jugaba a un juego peligroso, pero no tenía más opción que participar.

El día antes había esperado poder hablar en privado con Quinn, pero Isla había pedido ir con él. La menuda drough era uno de los juguetes favoritos de Deirdre en su cruzada por dominar el mundo.

Por lo que había visto, Isla era una fuerza que había que tener en cuenta, por eso no había intentado disuadirla de que lo acompañara al Foso. Deirdre podría perfectamente haber enviado a Isla para espiarlo, como era costumbre en ella.

Broc advirtió que Isla se movía de un modo muy cuidadoso mientras se dirigían al Foso. Deirdre la había castigado, al igual que todos habían sido castigados en algún momento de su estancia en aquella montaña. A Deirdre le gustaba asegurarse de que sus subordinados sabían que podía matarlos en cualquier momento que le pareciera oportuno.

Mientras Broc caminaba por los pasillos, sus alas rozaban los techos. Odiaba estar en aquella montaña. La libertad que le proporcionaba un cielo abierto, el sabor del viento en su piel, eso era lo que él ansiaba conseguir.

Y Sonya.

Cerró fuerte las manos en un puño al pensar en la druida. Ramsey le había dicho que Sonya se encontraba en el castillo de los MacLeod, pero Broc aún no había podido verla. Se preocupaba infinitamente por ella, y, hasta que él no pudiera liberarse de Deirdre, ambas, Sonya y su hermana Anice, tendrían que mantenerse ocultas.

Broc no hizo caso de las dos sirvientes cubiertas por sendos velos negros que estaban a los lados para abrirle el paso. Su mente, como siempre, se centraba en Sonya. Ella no sabía nada de él, no sabía que él había sido el que las había salvado a ella y a su hermana de la masacre cuando ambas eran solo unas niñas. Y no quería que ella lo supiera.

Se obligó a sí mismo a apartar a Sonya de sus pensamientos y a volcarse en la tarea que tenía entre manos. Broc se dirigía a ver a Quinn de nuevo. Deseaba con todas sus fuerzas que Deirdre siguiera lo suficientemente enfadada como para no querer hablar con Quinn, aunque ella ya sabía que Quinn había solicitado verla.

Si había tiempo, Broc pretendía decirle a Quinn que sus hermanos estaban de camino. Sin embargo, cuándo llegarían, era todavía una incógnita. Broc estaba convencido de que los hermanos MacLeod pensarían en un modo de entrar en la montaña sin ser capturados. Por lo menos él esperaba que así fuera.

Broc se detuvo en plena zancada al llegar a unas escaleras que conducían a diferentes direcciones. Podía girar a la derecha y subir las escaleras hacia las habitaciones de Deirdre o podía seguir recto y coger las escaleras que lo llevarían al Foso. Sin embargo, era de las escaleras que salían a su izquierda, y que llevaban a las profundidades de la montaña, de donde procedía el inconfundible bramido de un guerrero.

Por lo que sabía Broc, no había nadie preso en las profundidades y nunca lo había habido. Pero el rugido lleno de ira y tristeza que podía oír evidenciaba que sí había alguien encerrado en lo más profundo de la montaña.

Broc decidió que iría a comprobar qué pasaba allí abajo más tarde. Cuanto más supiera de lo que estaba haciendo Deirdre, mejor sería para los hermanos MacLeod.

Con un suspiro, Broc tomó las escaleras que había ante él y se dirigió hacia el Foso. Siempre había, como mínimo, dos guardas apostados a ambos lados de la puerta. Broc siempre había pensado que resultaba inútil. La puerta permanecía bloqueada con magia negra. No importaba lo fuerte que fuese un guerrero, no podría salir del Foso a no ser que Deirdre así lo quisiera.

Broc saludó a los guardas y observó por la ventanilla de la puerta. Las antorchas que Deirdre consentía en el Foso eran escasas, pero sus llamas anaranjadas permitían vencer la completa oscuridad. Le parecía divertido que Deirdre necesitara antorchas para ver cuando proclamaba ser tan poderosa.

Broc respiró profundamente porque las cosas iban a empezar a ponerse muy interesantes.

Quinn dejó que sus dedos se deslizaran por la suavidad de los cabellos de Marcail mientras ella estaba recostada contra su pecho. Podía sentir la intranquilidad, sabía que estaba más asustada de lo que demostraba. Era una mujer tan valiente, una mujer que estaría orgulloso de poder reclamar como suya. Y la reclamaría como suya si llegaba el momento en que pudiese hacerlo.

Marcail levantó la cabeza para poder mirarlo. Él observó sus maravillosos ojos color turquesa e intentó memorizar cada milímetro de su rostro.

—Ojalá te hubiera conocido antes —dijo Quinn—. Habrías sido de gran ayuda para mi alma.

—¿Solo para tu alma? —preguntó con una sonrisa burlona en el rostro.

Él sacudió la cabeza.

—Me has hecho mucho bien.

—Y tú me has hecho mucho bien a mí también. —Ella frunció el ceño por un instante—. Quinn, hay muchas cosas que me gustaría contarte sobre cómo me siento.

Él le puso un dedo sobre los labios. Si le decía que se preocupaba por él, no sería capaz de alejarse de ella. La simple idea de que ella pudiera albergar algún sentimiento amoroso hacia él hacía de se le parara el corazón.

Quinn la besó. Se dejó arrastrar por su embriagador sabor. Y en aquel instante deseó haber estado haciéndole el amor en lugar de haber estado montando guardia. Había muchas formas en las que Quinn quería disfrutar del cuerpo de Marcail, quería verla llegar al orgasmo y que gritara su nombre de muchas otras maneras.

Ella le rodeó el cuello con los brazos y dejó que sus dedos se deslizaran entre sus cabellos. Él gimió e intensificó el beso con la intención de poseerla una última vez.

—¡Quinn!

Ambos giraron la cabeza a un lado rápidamente. Quinn cerró los ojos lamentando aquella interrupción. Cuando los abrió, el miedo que vio en los ojos de Marcail hizo que se le encogiera el alma.

—Te sacaré de aquí —le prometió—. Solo prométeme que te mantendrás oculta.

Ella asintió con la cabeza, inexpresivamente.

—Quinn, yo… Mantente tú también a salvo.

Se preguntó qué sería lo que había estado a punto de decir, pero decidió que era mejor no saberlo.

—Y tú.

Lo más difícil que había tenido que hacer en su vida fue bajar los brazos y apartarse de su cuerpo. Se puso en pie y descubrió a Arran y a Duncan aguardando.

—¿No podemos hacer que cambies de idea? —preguntó Duncan.

—No, mi querido amigo, no hay ninguna posibilidad de hacerme cambiar de idea.

Arran le dio unos golpecitos en el hombro.

—No dejes que se apodere de tu alma.

Quinn cogió con fuerza el antebrazo de Arran y luego hizo lo mismo con Duncan.

—Permaneced alerta —les advirtió antes de darse la vuelta y dirigirse hacia donde estaba Broc.

Los ojos azules de Broc estaban fijos sobre Quinn mientras este se aproximaba a la puerta. Cuando lo tuvo a pocos pasos, la puerta se abrió y él cruzó.

Quinn se detuvo mientras la puerta volvía a cerrarse a su espalda. Todas las fibras de su cuerpo le pedían que se volviera y mirara a Marcail por última vez, pero no se atrevió. Ahora no podía hacerlo y era probable que nunca más pudiera.

—¿Has cambiado de idea? —preguntó Broc.

¿Era la imaginación de Quinn o las palabras de Broc parecían teñidas de cierta esperanza?

—No, en absoluto.

—Mmm… —musitó Broc mientras sus labios se transformaban en una fina línea—. ¿Has decidido qué vas a pedir que te conceda a cambio?

Quinn no había podido pensar en otra cosa.

—Sí.

—Entonces te llevaré hasta Deirdre.

Siguió a Broc por los pasillos y las escaleras hasta que dejaron atrás el Foso. Y sin embargo, lo único en lo que podía pensar Quinn era en Marcail, no en el demonio que lo esperaba. Debería concentrarse en cómo conseguiría eludir los deseos de Deirdre durante un par de días en lugar de preocuparse por si Marcail estaría a salvo o no.

—Estás preocupado —dijo Broc.

Quinn arqueó una ceja. Broc no se había vuelto ni una vez a mirarlo, así que Quinn no sabía cómo podía saber el guerrero alado lo que le sucedía.

—Preferiría encontrarme con mi propia muerte que con Deirdre.

—Entonces, ¿por qué acudes a ella? —Broc se detuvo y se giró para mirar a Quinn.

—Lo hago porque debo hacerlo.

Broc bajó la mirada por un momento.

—¿Estás seguro de esto, Quinn?

—¿Por qué no me lo dices tú? —Quinn no se hallaba de humor para más palabras enigmáticas—. ¿Tengo acaso alguna otra opción?

Broc se encogió de hombros.

—Has mantenido desde el primer momento que tus hermanos vendrían a por ti.

—Y tú me dijiste que Deirdre envió un ejército de wyrran para detenerlos. Dime, Broc, ¿tiene Deirdre ya presos a mis hermanos?

—No —respondió Broc—. Pretende capturarlos una vez hayas aceptado darle el hijo de la profecía.

Quinn se pasó la mano por el pelo, lleno de frustración ante aquella situación.

—¿Por qué no puede conformarse solo conmigo?

—Porque cuando los tres lucháis como uno solo, sois invencibles.

Y entonces fue cuando Quinn se dio cuenta de lo inútiles que habían sido sus esfuerzos. No importaba el tiempo que se mantuviera en contra de Deirdre. Ella acabaría obteniendo lo que quería sin importar el tiempo que tuviera que esperar para conseguirlo.

Quinn pensó en Cara y en el modo en que ella y Lucan se miraban. Igual que hacían los padres de Quinn. No quería que Lucan perdiera a la mujer que había conquistado su corazón.

—Tienes que ir ahora ante ella —dijo Broc bajando la voz.

Quinn observó al guerrero azul marino con suspicacia.

—¿Por qué?

—Porque has pedido verla. Ella espera que tú accedas a sus deseos. Debes hacerlo, Quinn. Tus hermanos están de camino, pero has de proporcionarles algo de tiempo.

Quinn dio un paso atrás y se apartó del guerrero.

—¿Qué intentas hacer?

Broc maldijo entre dientes y se acercó a Quinn.

—¿Tú qué crees? Lo estoy arriesgando todo solo por hablar contigo.

—¿Acaso esperas que piense que te has aliado con mis hermanos? No creo nada de lo que dices como tampoco creo en la absurdidad de destino que Deirdre afirma tengo escrito.

—Entonces eres mucho más imbécil de lo que suponía. Sígueme, MacLeod.

Quinn respiró aliviado cuando Broc continuó adelante. No podía soportar seguir escuchando ni una palabra más de Broc, no cuando estas resultaban una inspiración para que aflorase la esperanza en su corazón, una esperanza que él sabía que se iría al traste en cuanto se percatara de que lo habían tomado por un estúpido.

Rezó para poder soportar cuanto estaba por venir. El simple hecho de mirar a Deirdre era un suplicio y solo pensar que se tendría que acostar con ella hacía que se le revolviera el estómago.

Por todos los dioses, ¿qué estoy a punto de hacer?

Haría lo que fuese necesario por sus hermanos, por Marcail y por los hombres que confiaban en él. Incluso si eso significaba sacrificar su alma en pro de Deirdre, estaba dispuesto a hacerlo.

Broc se detuvo frente a una puerta e hizo un gesto para que Quinn pasara. Este miró al guerrero, pero Broc no lo miró a él. Quinn empujó la puerta para abrirla y volvió a encontrarse en la habitación de Deirdre.

La última vez que había estado allí, había despertado desnudo en su cama. Se preguntaba qué habría hecho ella con él mientras había estado inconsciente, pero no le había permitido a su mente indagar mucho por miedo a descubrir la verdad.

Deirdre estaba en pie en la entrada de su dormitorio, con su largo pelo blanco tocando el suelo. Llevaba su habitual vestido negro largo, de una tela que se acoplaba perfectamente a su figura.

—Me han dicho que querías hablar conmigo —dijo ella con una sonrisa de reconocimiento en los labios.

Él asintió con la cabeza y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Así es. Me pregunto, Deirdre, si sabes todo lo que William ha estado haciendo en tu nombre.

De pronto su sonrisa había desaparecido. Respiró profundamente y se quedó examinándolo detenidamente con los ojos entrecerrados.

—Explícate.

—Pedí verte solo unas pocas horas después de que se llevaran a Ian. William vino a por mí, pero no se me permitió hablar contigo. En lugar de eso, me obligó a presenciar la tortura de Ian.

—¿William se negó a conducirte ante mí?

Él casi sonrió ante la ira que se había apoderado de su voz.

—No… ¡Tráeme a William! —le ordenó a Broc.

Quinn miró por encima del hombro y vio a Broc observándolo, con una sonrisa casi imperceptible en el rostro, como si estuviera de acuerdo con lo que Quinn acababa de hacer.

—William me confesó que tú tienes predilección por él sobre todos los demás y que eres especialmente solícita con él —añadió Quinn una vez Broc se hubo marchado para cumplir las órdenes de Deirdre.

Ella hizo un gesto con la mano como si estuviera apartando las palabras que Quinn acababa de pronunciar.

—A William le gusta estar al mando. Le doy algo de poder de vez en cuando.

—¿Para mantenerlo a raya? —preguntó Quinn—. ¿Es tu influencia sobre él tan tenue que debes recurrir a tales artimañas?

Sus labios se tensaron mostrando su enfado.

—¿Te atreves a poner en duda mi poder?

—Así es.

—Yo te demostraré lo poderosa que soy en este juego que estamos jugando, Quinn. Después, te darás cuenta de lo vacuo que es que rechaces la evidencia.

Él soltó una risotada.

—Lo dudo.

Ella abrió la boca para replicar cuando William apareció en la puerta como un gallo lleno de confianza, creyendo que había conseguido todo lo que quería.

—¿Deseabais verme, señora? —dijo. Y entonces vio a Quinn y toda aquella confianza se desvaneció.

Quinn sonrió lentamente. Quería que William sufriera, ya que si él hubiera podido hablar con Deirdre, Ian no habría sido torturado.

La hechicera se plantó delante de William y le pasó la manos por el pecho desnudo hasta descender a la cintura de los pantalones, en una caricia íntima.

—Dime, mi querido William, ¿había pedido Quinn verme antes?

William miró a Quinn y luego a Deirdre.

—Dijisteis que no queríais que os molestasen.

—Por cualquier otro, pero tú sabías que estaba esperando recibir noticias de Quinn, ¿no es así? —dijo mientras se acercaba a él y le cogía con firmeza los testículos.

William gimió cuando Deirdre apretó con fuerza.

—No, mi señora.

—No te atrevas a mentirme —dijo Deirdre entre dientes.

William bajó la barbilla hasta el pecho.

—No quiero compartiros.

Con un gruñido, Deirdre apartó de un empujón a William de ella.

—Por tu culpa hemos perdido todo un día. Te castigaré por ello.

—Como os plazca —susurró William.

Quinn se sorprendió cuando Deirdre volvió sus malévolos ojos blancos hacia él.

—¿Cómo debería ser castigado? —le preguntó.

La respuesta resultó sencilla para Quinn.

—Quiero que sufra lo mismo que sufrió Ian. Cada golpe, cada corte, cada mordisco que le dieron quiero que lo sienta William. Y que no se olviden de arrancarle también las garras.

William lanzó un gruñido. Le temblaban los labios de tanta ira. Quinn bajó los brazos, dispuesto a enfrentarse a él, pero Deirdre se interpuso entre los dos. De pronto, William se calmó.

Quinn puso los ojos en blanco al ver lo rápido que William respondía a los deseos de ella. Ni siquiera protestó cuando se lo llevaron a rastras dos guardas. Quinn sabía que llegaría el día en que mataría al guerrero y disfrutaría aquel momento intensamente.

—Ahora —dijo Deirdre llamando su atención—, ha llegado el momento de que me sigas.

Por mucho que a Quinn le repeliese estar cerca de ella, tenía que averiguar todo lo que fuera posible de aquella bruja para poder contárselo a sus hermanos y que pudieran matarla.

Deirdre no pronunció ni una palabra mientras lo guiaba fuera de su dormitorio y por numerosos salones hasta que llegaron a una arcada bajo la que había una puerta doble.

Las hojas se abrieron cuando Deirdre se acercó. Quinn se quedó bajo el umbral y observó con repulsión e intriga a la mujer que flotaba sobre el suelo rodeada de llamas color ónice.

—¿No te parece maravillosa? —preguntó Deirdre.

Quinn no tenía muy claro qué era lo que estaba mirando.

—¿Quién es?

—Era una druida, una mie que tenía el don especial de la videncia.

—¿Puede ver el futuro?

Deirdre se encogió de hombros.

—Algo así.

—¿Y tú estás aprovechando su habilidad?

—Evidentemente.

Quinn se acercó a la mujer. Sus ojos se encontraban abiertos, pero parecía que escudriñaba un lugar indeterminado de la pared que tenía delante. Su oscuro y largo pelo flotaba a su alrededor como si estuviera sumergida en el agua, y su vestido evidenciaba que llevaba allí presa varios siglos, si no más.

Había algo en aquella mujer que le resultaba familiar, como si la hubiera visto antes. Parecía joven y tenía una piel hermosa e inmaculada. Los brazos le colgaban a los lados, mientras las negras llamas, que apenas parecían reales, le lamían la piel.

Quinn levantó la mano para tocar el fuego.

—¡No lo hagas! —le advirtió Deirdre.

Quinn volvió la cabeza hacia Deirdre.

—¿Qué son esas llamas?

—Mi magia, Quinn. Una magia muy poderosa. La mantienen en un estado en el cual yo puedo utilizar sus habilidades como vidente a mi favor mientras la conservo con vida todo el tiempo que se me antoje.

Se quedó atónito al comprobar lo poco que valoraba Deirdre la vida.

—¿Cuánto tiempo hace que la tienes?

Deirdre sonrió.

—No el suficiente. ¿Te suena de algo su cara?

—Sí —admitió Quinn con un poco de recelo.

—Es Lavena, la hermana de Isla. Las capturé a ambas junto con la hijita de Lavena hace muchos años.

Quinn apretó los dientes al oír hablar de la niña.

—¿Y qué ha pasado con la pequeña?

De pronto se abrió una puerta y entró una niña con el pelo tan negro que producía destellos azules, justo igual que el cabello de Isla y de su madre. Unos ojos azul pálido se quedaron mirando fijamente a Quinn.

—Pensaba que habías dicho que las capturaste hace muchos años —dijo Quinn mientras observaba a una criatura que no aparentaba más de ocho años.

Deirdre asintió con la cabeza.

—Así es. Grania se quedará con esta edad para siempre.

Quinn miró a la niña y vio en ella la misma maldad que veía en Deirdre. Tendría que emplear con mucho cuidado la astucia por la que su padre siempre le había elogiado si quería sobrevivir a todo el mal que lo rodeaba.