A Isla se le revolvió el estómago y sintió el sabor de la bilis en la boca, pero no se atrevía a moverse. Estaba de pie, rígida como una roca, en la habitación que Deirdre utilizaba para matar druidas y absorber toda su magia.
Era una habitación que Isla odiaba con todo su ser. Solo encontrarse en ella la ponía enferma, pero tener que ver morir a un druida hacía que sintiera la necesidad de vomitar.
—Dunmore ha realizado un buen trabajo, ¿verdad? —le preguntó Deirdre.
Isla asintió, incapaz de hablar. Tragó saliva e intentó no mirar a la joven y aterrorizada druida atada a la mesa de piedra que había en el centro de la habitación.
Deirdre inclinó la cabeza hacia un lado mientras observaba a la joven.
—Gracias a la magia de tu hermana, Isla, ya no debo esperar hasta el equinoccio de primavera para encontrar lo que busco. Era muy aburrido tener que esperar, especialmente cuando se está construyendo un ejército.
Isla entreabrió los labios para respirar por la boca y detener así las náuseas que sentía en el estómago.
—Me costó mi tiempo darme cuenta de que tú, Isla, eres más fuerte que tu hermana. Sí, Lavena es una vidente, pero tú, tú eres casi tan perfecta como los guerreros.
Isla ya había tenido suficiente y, pese a saber que sería castigada, no le importó.
—Vos sabéis que no sigo vuestras órdenes de manera voluntaria.
—Ah, pero te sometiste voluntariamente a mi mando hace mucho tiempo. Ya te dije entonces que siempre serías mía, Isla. Y lo dije en serio.
—¿Por qué mantener presa a Grania? Ella no significaba nada para vos, solo era una niña.
La sonrisa de Deirdre se desvaneció cuando clavó su fría mirada en Isla.
—Al parecer no tuviste suficiente con tu castigo de ayer. ¿Acaso debo volver a torturarte hoy por ser tan insolente?
Isla se giró para mirar a la druida que estaba a punto de morir.
—Haced lo que queráis, Deirdre. Nada me importa.
Y era cierto. A Isla ya no le importaba nada. A Lavena no la reconocía como su hermana y Grania, su pequeña y querida Grania, había sepultado a aquella adorable niña que tanto había amado. Ambas, su hermana y su sobrina habían sido corrompidas por Deirdre.
Entonces Isla comprendió lo que no había entendido en tanto tiempo: que no podría salvar ni a Lavena ni a Grania. Ojalá lo hubiera sabido antes, quizás entonces hubiera podido salvar su propia alma. Pero ahora ya era demasiado tarde. Estaba condenada a una eternidad en el infierno, y después de sufrir la ira de Deirdre, tampoco había nada en el infierno que pudiera asustarla.
—Ahora —dijo Deirdre mientras caminaba hacia la druida atada a la mesa. Puso una mano sobre el pecho de la muchacha y sonrió—. Para alguien tan joven, siento mucha magia en tu interior.
—Por favor —suplicó la chica—, déjame marchar.
Deirdre se puso un mechón de su pelo blanco detrás de la oreja.
—Lamento comunicarte que eso no es posible. Necesito tu magia, y para que yo pueda absorber tu magia, tú debes morir.
Isla se cogió las manos a la espalda cuando la muchacha empezó a llorar en silencio. A pesar de todo, ya no volvió a suplicarle a Deirdre.
—Si quieres mi magia, vas a tener que sacarla a la fuerza de mi interior —dijo la muchacha—. No te mereces la magia que te concedieron.
Deirdre bostezó en un gesto de aburrimiento.
—Ya basta.
—No, depravada arpía. Pagarás por todos los pecados que has cometido, y…
Las palabras de la joven se cortaron cuando el cabello de Deirdre se le enroscó por el cuello.
—Te he dicho que ya basta. No estoy dispuesta a escuchar tus incesantes lamentos solo porque tengas miedo a morir.
Isla parpadeó cuando la druida empezó a reír. Nadie se reía de Deirdre.
Los ojos de Deirdre habían perdido su color azul y se habían vuelto blancos a causa de la magia negra que ahora estrechaba el cuello de la joven.
—Puedo hacer esto tan doloroso como quieras.
—Hazlo —replicó la druida.
Isla sabía que no podía escapar de allí. Había visto a muchos de los suyos, ya fueran mie o drough, morir sobre la mesa de Deirdre. Y aunque Isla sabía lo que iba a suceder, se estremeció como siempre al contemplar cómo el filo cortaba las muñecas de la muchacha.
Los cortes eran profundos y largos, y la sangre brotaba con fuerza de las venas de la joven hacia las hendiduras de la mesa donde se recogía la sangre en unos cálices situados en el suelo.
Mientras fluía la sangre, Deirdre se quedó en pie al lado de la druida y empezó a recitar un antiguo conjuro. Isla sabía las palabras de memoria, era la magia negra que invocaba a Satán y a todo su mal. Pero cada vez que contemplaba la negra nube que se levantaba sobre el centro de la mesa, tenía que luchar por mantenerse quieta y no salir huyendo de la habitación.
La muchacha gritó, aunque estaba débil por la pérdida de sangre. La nube, un espíritu malvado del infierno, descendió sobre la druida. La muchacha se revolvió, sus gritos producían eco en aquella habitación de altos techos. Entonces la aparición tomó su alma.
—¡Soy tuya! —gritó Deirdre y clavó la daga en el estómago de la muchacha, atravesando al espíritu.
El espectro se desvaneció y los ojos sin vida de la druida miraban al infinito. Pero la ceremonia solo acababa de comenzar.
Las dos sirvientes cubiertas con sendos velos negros abandonaron sus esquinas y recogieron los cálices llenos de la sangre de la druida. Se los entregaron a Deirdre y ella se bebió ambos cálices, lamiéndose los labios teñidos del rojo líquido.
Las sirvientes retornaron a sus esquinas a toda prisa cuando el viento empezó a ulular y a arremolinarse alrededor de Deirdre, mientras la nueva magia se mezclaba con la que ya poseía.
—¡Soy invencible! —gritó Deirdre.
Deirdre clavó la mirada en Isla mientras el viento comenzaba a disminuir. Sin mover un solo músculo, Deirdre tenía a Isla atrapada contra la pared con los pies flotando sobre el suelo.
Isla quería deshacerse de la invisible mano que la sujetaba por la garganta, pero mantuvo las manos colgando sobre su falda. Enfrentarse a Deirdre solo hacía que el dolor se agudizase.
Y no importaba cuánto sufrimiento le infligiera Deirdre, Isla sabía que Deirdre no la mataría. Por lo menos no por ahora. Deirdre estaba unida a Isla con un lazo tan fuerte que hasta el momento no había podido conseguir con nadie más. De ningún modo se arriesgaría a hacerle daño a Isla.
—Les he enviado a los MacClure un mensaje a través de Dunmore —dijo Deirdre.
Isla esperó, preguntándose qué sería lo que Deirdre querría de los MacClure. Isla no tenía ningún interés en regresar con aquel clan. Ya había tenido suficientes problemas con ellos cuando los wyrran habían destruido su aldea en busca de la druida Cara, que ahora estaba casada con Lucan MacLeod.
Evidentemente habían sido los MacClure los que se habían quedado con gran parte de las tierras de los MacLeod, una tierra que incluía el castillo que ahora los MacLeod reclamaban como suyo.
—Creo que Fallon y Lucan necesitan algo con lo que ocupar su tiempo —dijo Deirdre.
Isla sabía que debía permanecer en silencio, pero no pudo evitarlo.
—Pensaba que queríais capturar a los MacLeod.
—Oh, claro que sí. Y lo haré. Pero primero deseo que sufran. Puede que los MacLeod hayan asustado a los MacClure y los hayan echado de sus tierras, pero me aseguraré de que los MacClure tengan todo lo preciso para recuperarlas. Una vez tengan lo que necesitan, tú estarás al lado de los MacClure.
Isla se mordió la lengua para no replicar.
Deirdre la liberó de la mágica mano que la mantenía atrapada. A Isla se le doblaron las rodillas cuando tocó el suelo, pero se las arregló para mantenerse en pie, agarrándose a las piedras de la pared.
—Te has vuelto bastante audaz últimamente, Isla. He recibido cierta información esta misma mañana y creo que voy a necesitar que salgas a hacer un viaje.
A Isla se le heló la sangre en las venas. Sabía perfectamente lo que aquello significaba, pero era incapaz de imponerse a Deirdre.
Una luz iluminó la habitación, se trataba simplemente de la magia de Deirdre. Isla se cogió la cabeza con las manos y se tragó un grito de dolor cuando la voz de la bruja estalló en su mente dándole unas instrucciones que sería incapaz de incumplir.
No importaba lo mucho que Marcail lo intentara, pero el sueño no regresaba después de haber despertado de aquel otro con su abuela. Y para hacer que todo fuera peor, Quinn no había compartido con ella aquella noche.
Cuando lo vio salir de la cueva, ella se sentó y se apoyó contra un lado. No estaba preparada para verlo hablar con Charon, pero fuera lo que fuese de lo que estuvieran hablando, no era nada bueno por el modo en que el rostro de Charon se había endurecido mostrando su enfado.
Marcail los observó durante un buen rato hasta que Quinn regresó al lado de Arran y Duncan. Tenía curiosidad por saber qué tenía que decirle Quinn a Charon.
Flexionó las rodillas contra el pecho y se pasó los brazos por las piernas. Estaba aburrida y nerviosa. Quinn quería que se mantuviese en las sombras, y aunque ella entendía la razón, estaba acostumbrada a no parar quieta y a hacer sus tareas diarias. No estaba acostumbrada a estar sentada durante horas y horas en la oscuridad.
Marcail se apartó una trenza que le había caído a la cara con un soplido. Quinn había hecho que su estancia en el Foso fuese soportable, pero ¿qué pasaría en cuanto se hubiese marchado?
Soy capaz de volverme loca.
Y aquello era cierto. Como druida, el sol, el viento y el agua la sustentaban. En la oscuridad de aquella montaña, llena de maldad y magia negra, solo sería cuestión de tiempo que la poca magia que tenía Marcail desapareciera.
De la oscuridad resurgió el extraño cántico, tan débilmente que apenas podía oírlo. Marcail inclinó la cabeza a un lado y cerró los ojos.
Se concentró en el cántico, en escuchar las palabras. Cuanto más se concentraba, más alta se hacía la música. Se perdió en aquella suave y lírica música, las palabras limpiaban su cuerpo como una tormenta de verano que colmaba su alma de magia.
—¿Marcail?
Abrió los ojos y encontró a Quinn de pie frente a ella, con el ceño fruncido.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Ella tragó saliva echando de menos aquel extraño cántico.
—Sí, estoy bien.
—Llevo llamándote un buen rato.
—Debo haberme quedado dormida.
Ni siquiera al pronunciar aquellas palabras creyó que hubiera estado soñando. Lo que había experimentado era algo completamente diferente.
Quinn se arrodilló delante de ella y cogió sus manos entre las suyas.
—Charon es el espía de Deirdre, tal y como tú sospechabas.
—¿Por eso es por lo que has ido a hablar con él?
—Una de las razones. Es probable que se mantenga alejado de ti la mayor parte del tiempo, pero no esperes que te ayude de ningún modo, no importa lo que te diga.
—Quieres decir cuando te hayas ido.
Solo pronunciar aquellas palabras le provocó un nudo en la garganta. Ojalá no le importara tanto Quinn como realmente le importaba. Ya había perdido a demasiada gente a lo largo de su vida. Saber que iba a perder a Quinn, otra vez, era demasiado.
Quinn suspiró y asintió.
—Ojalá pudiera asegurarte que estarás a salvo, pero aquí abajo, nadie lo está.
—Lo sé —susurró ella.
—Duncan y Arran permanecerán siempre contigo. Les he dicho, y también te lo digo a ti, que Deirdre no dejará que regrese, pero que estéis atentos a cualquier señal de que podéis escapar. Será rápido y debéis estar preparados en cualquier momento.
Ella se apartó un mechón de los ojos.
—¿Y tú? ¿Mientras nosotros escapamos, tú pretendes seguir aquí encerrado?
—Sí.
El modo en que lo había dicho no daba pie a réplicas.
—Sé lo que quieres decir y te pido que no lo hagas —dijo Quinn—. Ya es suficientemente difícil así, y la idea de dejarte aquí… no me gusta, Marcail.
—Siempre que tenía dudas sobre algo, mi abuela me decía que siguiera mi corazón, que me guiaría para tomar la decisión adecuada.
—Eso es lo que estoy intentando hacer. Por ti, por mis hermanos, por todos.
El nudo de miedo y dolor se hizo más grande en el pecho de Marcail hasta que le resultó difícil respirar con normalidad.
—¿Y crees que dándole un hijo a Deirdre nos estarás ayudando?
Quinn sonrió y le cogió una de las trenzas entre los dedos.
—Nunca dije que fuera a darle un hijo.
—Pero… —Marcail sacudió la cabeza—. Si acudes a ella, eso es justamente lo que esperará de ti.
—No dudo que eso sea exactamente lo que ella espera de mí, pero mi idea es hacer las cosas algo más interesantes. Intentaré, y lo conseguiré sea como sea, daros tiempo a ti y a los otros para escapar de esta horrible montaña y que podáis ir a buscar a mis hermanos.
Marcail se abalanzó sobre él y lo rodeó con sus brazos, enterrando el rostro en su cuello.
—Te estás arriesgando mucho.
—Alguien tiene que hacerlo, y yo soy perfecto para llevar a cabo el plan. —Le acarició la espalda con las manos.
Y ese era el problema. Era demasiado perfecto.