22

Fallon le rompió el cuello a un wyrran y lanzó a la criatura al suelo. Volvió la mirada hacia su esposa y vio a Larena acabando con uno de los últimos wyrran. Le guiñó un ojo para comunicarle que todo iba bien.

Él se acercó a ella, observando la sangre que la cubría.

—¿Es tuya?

—No —respondió su mujer sacudiendo sus dorados cabellos—. Es toda de los wyrran.

Fallon bajó la mirada hasta aquel suelo cubierto de pequeñas criaturas. Llevaban horas luchando. Estaba hambriento y cansado. Mientras se dirigía a buscar un poco de agua para Larena oyó un rugido. Volvió la cabeza rápidamente intentando localizar la procedencia del sonido.

—Creo que Hayden está disfrutando con esto —dijo Larena con unos traviesos ojos azules.

—Mmm… creo que tienes razón.

Fallon observó cómo Hayden y Logan terminaban con la última docena de wyrran.

Fallon le cogió la mano a Larena y se encaminó con ella hacia el grupo de árboles en el que estaban los demás descansando. Ella soltó un suspiro al apoyarse contra uno de los árboles para reposar.

—¿Habrá más? —preguntó Lucan.

Fallon se encogió de hombros. Se le había soltado el pelo de la coleta que llevaba atada en la nuca.

—Supongo que sí.

—No —dijo Galen—. La próxima vez, Deirdre nos enviará guerreros para que nos capturen.

Ramsey miró a Fallon con unos fríos ojos grises. Tenía un mechón de pelo pegado al rostro por el sudor.

—Entonces sugiero que no nos quedemos aquí.

Fallon sabía que querían que saltara con ellos al interior de la montaña. Lo haría encantado, a pesar de no recordar la ubicación exacta, pero se negaba a poner a nadie en peligro, especialmente a Larena.

—Espera —dijo Ramsey al ver que Fallon abría la boca para hablar—. Todos queremos seguir adelante, pero ¿y si hacemos lo contrario?

Logan resopló mientras él y Hayden se unían al grupo.

—¿Quieres regresar al castillo?

Ramsey sacudió la cabeza.

—No. No realizar todo el camino de vuelta al castillo, pero volver atrás lo suficiente.

—Podría funcionar —dijo Fallon rascándose la barbilla—. Aunque Broc nos encontró sin problemas la primera vez.

Larena se pasó la mano por el pelo para apartarse unos mechones del rostro.

—Pensaba que ahora Broc estaba de nuestra parte.

—Lo está, pero sigue intentando engañar a Deirdre —dijo Ramsey—. Y eso no es tarea fácil de llevar a cabo. Tiene que ir con muchísimo cuidado si no quiere que lo descubra.

Fallon asintió. Ya había tomado una decisión.

—Sé el punto hasta el que podríamos marchar. Está apartado y nos dará unas horas para descansar y comer algo antes de regresar aquí.

Lucan se puso en pie de un salto.

—¿Quieres echar un vistazo antes de partir? Me gustaría regresar a un punto un poco más avanzado, si fuera posible.

—Id con cuidado —gritó Larena tras ellos.

Con su velocidad, Lucan y Fallon cubrieron una gran distancia en muy poco tiempo. Fallon hizo detenerse a su hermano y se quedó observando las amenazadoras montañas que había frente a ellos. Su hermano estaba allí sufriendo quién sabe qué tipo de torturas y dolores.

—Ya podríamos estar en Cairn Toul si no hubiéramos tenido que luchar contra todos esos wyrran —dijo Lucan mientras él también observaba aquel enorme amasijo de rocas.

—Estoy de acuerdo. Pero ahora me siento más tranquilo sabiendo que Broc favorecerá a Quinn.

Lucan apretó la mandíbula y frunció el ceño.

—¿Qué pasa? —preguntó Fallon.

—Deirdre podría tendernos una trampa en cualquier lugar.

Fallon ya había pensado en ello.

—Es un riesgo que hemos de correr. Con un poco de suerte, estará ocupada con Quinn.

—Lo que nos permitirá entrar —completó Lucan. Dio una palmada en el hombro de Fallon—. Espero que tengas razón, hermano.

—Yo también —susurró Fallon antes de saltar ambos al punto en el que aguardaba el grupo.

Marcail abrió los ojos y se encontró de nuevo en su cabaña, o mejor dicho, en la cabaña de su abuela. Parpadeó unas cuantas veces y se sentó. Todo estaba en orden y como debía estar. No como había quedado cuando los wyrran atacaron para capturarla.

Ella frunció el ceño y estiró las piernas sobre la cama. Algo no iba bien.

Marcail cogió con fuerza las faldas de su vestido cuando su abuela entró en la cabaña. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había visto a la mujer que la había criado y le había enseñado a vivir según las costumbres de los druidas que, por un instante, no pudo respirar.

—Hay muchas cosas que hacer, Marcail. Tienes que levantarte —le dijo su abuela en el mismo tono sabio y amoroso que siempre había utilizado.

—¿Abuela? —Marcail apenas podía creer lo que estaba viendo y aunque sabía que estaba soñando, era maravilloso poder contemplar de nuevo a su abuela.

Esta dejó la cesta con las hierbas encima de la mesa y se giró hacia Marcail con una cálida sonrisa en su arrugado rostro. Siempre había sido una mujer menuda, con los hombros hacia delante, pero tenía una fuerza en su interior que Marcail envidiaba.

—¿Qué sucede, mi niña?

Marcail se puso en pie sobre sus piernas temblorosas. No quería que el sueño terminara.

—Estás muerta.

Su abuela echó atrás la cabeza de cabellos plateados y se puso a reír.

—Claro que lo estoy. Escucha atentamente porque hay poco tiempo. Te escondí muchas cosas, muchas más de las que probablemente debería haberte escondido. ¿Recuerdas qué te dije que tenías que seguir sobre todas las cosas?

—Sí, tenía que seguir a mi corazón.

—Exactamente. —Su abuela asintió con aprobación—. Sigue a tu corazón, mi querida niña. Te ayudará a tomar las decisiones que cambiarán tu vida.

Marcail sacudió la cabeza.

—No lo entiendo. ¿Qué me ocultaste?

—Eso ya no importa. Ahora estás en manos de Deirdre. No te resultaría de gran ayuda.

—¿Cómo puedo escapar?

La sonrisa de su abuela desapareció.

—Me temo que no puedes escapar.

Marcail soltó un agitado suspiro y se encogió los hombros.

—¿Qué debo hacer?

—Recuerda el conjuro para dormir a los dioses.

—No puedo. Lo enterraste demasiado hondo en mi mente.

Su abuela levantó un delgado brazo en el aire.

—No estás escuchando tu magia, mi niña. Escucha y deja que la magia fluya a través de ti. Una vez lo hayas hecho, descubrirás el conjuro.

La cabaña empezó a desvanecerse. Marcail hizo un gesto de dolor al sentir las uñas de su abuela rozar sus manos.

—Escucha, mi niña.

—¡Abuela! —gritó Marcail mientras la cabaña desaparecía por completo.

Marcail abrió los ojos y se quedó mirando la oscuridad del Foso. Le quemaban los pulmones de lo rápido que respiraba. ¿Por qué había soñado con su abuela justo en aquel momento y qué significaba aquella visión?

Al parecer, debía de existir un mensaje oculto en el sueño que su abuela estaba intentando transmitirle. Marcail se volvió hacia el otro lado y reprodujo el sueño en su mente una vez más. Había sido un gran consuelo ver a su abuela. Era una lástima que aquella vieja y poderosa mujer no estuviera más con ella. Marcail hubiera disfrutado presenciando cómo su abuela le enseñaba un par de cosas a Deirdre.

Quinn estaba convencido, por el modo en que se había despertado, de que Marcail había estado soñando. Se preguntó qué llenaría sus sueños. Y por muy orgulloso que pareciera, deseaba que soñara con él cuando se hubiera marchado.

Apoyó el hombro contra las rocas de la entrada de la cueva. Por mucho que quisiera dormir con Marcail, apretar su cuerpo contra el suyo, sabía que tenía que hacer guardia.

El guerrero al que había matado Duncan ya no yacía en el suelo del Foso. Unos cuantos guerreros de Deirdre habían intentado entrar para llevarse el cuerpo, pero los guerreros del Foso no habían tardado en despedazarlo y hacerlo desaparecer.

Resultaba evidente para Quinn que muchos de los guerreros que había en el Foso habían perdido la cabeza y todo rastro de humanidad. Sus dioses habían tomado el control sobre ellos y temía que llegara el día en que él compartiera semejante destino. Solo suplicaba que antes pudiera sacar de aquella montaña a aquellos a los que quería.

—¿Quinn?

—Estoy aquí, Arran —respondió—. ¿Qué sucede?

Arran se detuvo.

—Es Duncan.

—Estoy bien —gruñó Duncan mientras salía de su cueva. Miró a Arran al pasar por delante de él y ponerse al lado de Quinn—. Estoy bien, Quinn.

Quinn posó la mirada en los ojos blancos de Arran y después en los ojos azules de Duncan.

—Dime.

—El dolor… está regresando.

Quinn bajó la mirada y suspiró. Sería horroroso tener que decirle a su amigo lo que había sucedido con Ian, pero no podía aguantarlo más.

—Sientes el dolor de Ian.

—Así es —dijo Duncan—. ¿Pudiste verlo?

—No pude hablar con él y él no sabía que yo estaba allí, pero pude verlo.

Le explicó a Duncan todo lo que había sucedido el día anterior con William e Ian. Cuando hubo terminado, Duncan se puso en pie con los puños cerrados y unos ojos llenos de odio mortal.

—Mataré a William por esto.

Quinn asintió.

—Yo pretendo hacer lo mismo. Ian lo está soportando todo, amigo mío.

—¿Cuánto más podrá aguantar? —preguntó Arran.

Duncan se acercó a Arran hasta quedarse a pocos milímetros de su cara.

—Lo resistirá.

—Tranquilo —dijo Quinn y separó a ambos hombres—. Arran no está poniendo en duda la valentía de Ian. Está preocupado, igual que yo, por si Deirdre consigue que se ponga de su lado.

Duncan estiró los labios para dejar sus largos colmillos a la vista.

—Nunca. Ian nunca se rendirá ante ella.

Quinn quería creer a Duncan, pero Duncan no había asistido a aquella tortura.

—Que sea lo que tenga que ser. Debemos estar preparados para todo.

—Conozco a mi hermano. No se someterá a ella —repitió Duncan.

Arran cruzó los brazos sobre el pecho e hizo un gesto con la barbilla hacia la entrada del Foso.

—¿Qué ha pasado antes con Broc?

—Eran Broc e Isla —informó Quinn—. El guerrero color naranja era para demostrarme que Deirdre lo domina todo.

—Pero ha dejado que mataran a un guerrero —dijo Duncan.

Quinn suspiró.

—Ha matado al hombre que albergaba al dios. No ha matado al dios.

—Mierda —masculló Arran—. ¿No se pueden matar a los dioses ni siquiera cuando están liberados?

Quinn sacudió la cabeza.

—El dios pasará al siguiente más fuerte en la línea sanguínea.

—Excepto en lo que a tu línea sanguínea se refiere —señaló Duncan—. Tú, Fallon y Lucan sois los últimos MacLeod.

—Lo sé —dijo Quinn—. Sea como sea, Deirdre ha demostrado lo que quería. Si nosotros no nos rendimos, encontrará a otros que sí lo hagan.

Arran suspiró.

—¿Era eso todo lo que tenía que decir Broc?

—Deirdre me ha ofrecido un regalo a cambio de acudir libremente a ella. Broc volverá por la mañana para escuchar mi decisión.

Duncan se giró hacia Marcail.

—No se lo has dicho a ella, ¿verdad?

—No —admitió Quinn—. Cuando me encuentre con Deirdre, haré lo que pueda para liberaros a todos. Dudo que ella me deje regresar y hablar con ninguno de vosotros, así que permaneced atentos ante cualquier posibilidad de escape.

Advirtió que ambos, Duncan y Arran estaban a punto de discutirle su decisión. Divisó a Charon en las inmediaciones y se dirigió hacia el guerrero color bronce.

—¿Qué te trae hasta mi lado del Foso, MacLeod? —dijo Charon mientras se acariciaba uno de sus cuernos—. ¿Ha confesado Arran que golpeó a tu mujer?

Quinn no se creyó aquella actitud indiferente que Charon pretendía mostrar. Los ojos de un guerrero podían verlo todo.

—Sí —respondió finalmente Quinn—. Arran y Marcail me han contado lo sucedido.

La oscura mirada de Charon se desvaneció.

—Interesante.

—Lo que a mí me parece interesante, Charon, es que tú seas un espía de Deirdre por voluntad propia.

De pronto, la actitud del broncíneo guerrero cambió. Se apartó de la pared y miró fijamente a Quinn.

—Estás arriesgándote mucho hablándome de ese modo.

—Te hablaré del modo que me apetezca. Admito que Deirdre es poderosa. Su magia es enorme y no tolera la traición. Pero los que están muriendo en su montaña son tu gente.

—No son mi gente —le espetó Charon.

—Tú eres un highlander. Todo hombre, mujer y niño que es traído a esta montaña, ya sea druida o guerrero, es de las Highlands. Así que sí, son tu gente. Niégalo cuanto quieras, pero esa es la verdad.

Charon apartó la mirada.

—Te tenía por un guerrero fuerte —siguió diciendo Quinn—. He visto la manera en que observas a todos aquí abajo. Utilizas tu encanto cuando puedes y tu fiereza cuando debes. Lo que no entiendo es cómo pudiste ser tan débil como para no enfrentarte a Deirdre.

En un abrir y cerrar de ojos, Charon estaba a unos milímetros de Quinn.

—No sabes lo que dices.

—Sé mucho más de lo que tú sabrás nunca. —Quinn apartó a Charon con un empujón—. Todos tenemos historias tristes, y todos soportamos la ausencia de alguien a quien amábamos y nos ha sido arrebatado. Deberías conocer la diferencia entre el bien y el mal.

—Conozco la diferencia.

Había algo en los ojos del guerrero, algo angustioso que hizo que Quinn callase.

—Es posible.

Charon se dio la vuelta y se metió en su cueva sin decir ni una palabra más.

—En algún momento, Charon, tendrás que elegir de qué lado estás.

Una áspera carcajada siguió a las palabras de Quinn.

—Ya lo he hecho, MacLeod.