Después de haber sido testigo de los horribles actos de William en las últimas horas, a Quinn le parecía maravilloso poder tener ahora algo tan espléndido como Marcail entre sus brazos. Ella alejaba de él todo vestigio del mal que albergaba en su interior, recordándole que en este mundo también había bondad.
—¿Estás bien? —le preguntó ella.
Él empezó a asentir con la cabeza, pero luego se detuvo.
—Podría soportar cualquier castigo y cualquier tortura que tuviera que sufrir excepto lo que he visto hoy. Saber que han torturado a Ian por mi culpa ha sido demasiado para mí.
Marcail entrelazó sus dedos con los de él.
—Ni siquiera alcanzo a imaginar lo que has tenido que pasar. ¿Han terminado ya con Ian?
—No creo. No conociendo a Deirdre.
—Entonces eso no presagia nada bueno para nosotros.
Él levantó las manos y besó el reverso de la de Marcail.
—No permitiré que te lleven a ti también.
Y estaba convencido de lo que decía, lo creyera ella o no.
—Lo sé —respondió ella—. Es extraño lo rápido que puede cambiar la vida en un instante. Justo la semana pasada me lamentaba de lo aburrida que era mi existencia. Siempre hacía lo mismo y no tenía ningún anhelo. Estaba sola y seguramente hubiera pasado sola el resto de mis días.
—Ya no estás sola.
Ella sonrió.
—No, no lo estoy. Estoy enclaustrada en esta montaña, deseando poder volver a mi aldea y sembrar las mismas semillas en mi jardín día tras día, recolectar mis hierbas y practicar mis conjuros. No me había dado cuenta de lo buena que era la vida hasta que no me trajeron aquí. Extraño, ¿verdad?
—No. Durante trescientos años, he ido en contra de todo lo que me decían mis hermanos porque no podía liberarme de mi ira y mi culpabilidad. Tendría que haberlos escuchado.
—Bueno, pero tendrás todavía muchas posibilidades de hacerlo —afirmó ella.
—¿Las tendré? Lo dudo.
Odiaba desalentarla, pero necesitaba que entendiera que él no estaría a su lado por mucho tiempo.
Aquel simple pensamiento hizo que quisiera arrancarse los ojos, pero era la verdad. Necesitaba asegurarse de que nadie más sufría por su culpa.
Y podría conseguirlo estando de lado de Deirdre.
—Por favor, no digas eso —susurró Marcail.
Él le acarició la mejilla.
—Ojalá hubiera otro modo de hacer las cosas, pero no lo hay.
Ella parpadeó.
—De pequeña tuve un gato, un gato grande, negro como la noche. Tenía unos ojos verdes poco habituales y era muy protector conmigo.
Quinn escuchaba consciente de su necesidad de cambiar de tema.
—¿Ah, sí?
—Sí. Lo encontré cuando él solo era una cría. De vez en cuando se escapaba por ahí, como suelen hacer los gatos machos, pero siempre regresaba. Y a veces tan maltrecho que me preguntaba si sobreviviría. Por suerte, mi abuela utilizaba su magia con él para ayudarlo.
—¿Qué le sucedió?
—Murió hace dos años una fría noche de invierno entre mis brazos. Se había hecho viejo, ya no salía tanto. Se acostumbró a dormir conmigo cada noche, acurrucado a mis pies. —De pronto sonrió—. Solía quedarme dormida escuchando sus ronroneos.
A Quinn le dolía la presencia del dolor en la voz de Marcail al hablar de su querido gato. Había perdido tanto en su vida que no quería que perdiera a nadie más.
—Una mañana me desperté y oí que le costaba respirar. Supe que le quedaba poco tiempo. Había gozado de una larga vida, pero yo no estaba preparada para dejarlo marchar. Pasó varios días con mucho dolor. No importaba lo que yo hiciera, no podía convocar mi magia para ayudarlo. Tres días después murió.
Quinn no sabía qué decir ni tampoco sabía por qué ella le había contado aquella conmovedora historia.
Los ojos color turquesa de Marcail estaban llenos de lágrimas.
—No tengo ningún control sobre mi magia, Quinn. No hay nada en este mundo que quiera más que ayudarte, que darte el conjuro que duerma a tu dios para siempre, pero no puedo.
Él le apretó la cabeza contra el cuello y suspiró. Entendía perfectamente la necesidad de ayudar, de controlar de algún modo algún aspecto de lo que estaba sucediendo. La única que tenía poder sobre lo que ocurría era Deirdre y no renunciaría a él fácilmente.
—Mi padre solía decirnos que, como hombres, teníamos que ser capaces de mirar atrás en nuestras vidas y saber que lo habíamos hecho lo mejor posible en todos los aspectos. Antes no hubiera podido decirlo, pero a partir de ahora sí que podré.
Marcail levantó la cabeza y se quedó mirándolo a los ojos.
—Eres el mejor hombre que he conocido.
Estaba conmovido por sus palabras, aunque supiera que no eran exactamente ciertas. Había muchos hombres mejores que él.
—Gracias.
—¿Cuándo crees que vendrá Deirdre a por ti?
—William evitará contarle lo sucedido todo el tiempo que pueda. Está muy apegado a Deirdre y no quiere compartirla.
Marcail soltó una risita.
—¿Apegado? ¿Me estás diciendo que tiene algún tipo de sentimiento hacia ella?
—No estoy seguro de si son auténticos sentimientos o si solo disfruta del poder que le otorga el hecho de estar junto a ella. La bruja le ha dado mucha libertad de movimientos desde que está enfadada conmigo.
Marcail suspiró y frunció el ceño.
—Eso no nos da mucho tiempo.
—¿Mucho tiempo para qué?
—Para convencer a los otros de que se unan a ti.
A Quinn le encantaba el modo en que trabajaba su mente, pero a veces las cosas no eran tan fáciles como ella creía.
—Eso no sucederá. Solo tenemos a Duncan y a Arran. Y por desgracia no es suficiente.
—¿Te acuerdas cuando me dijiste que pensabas que Charon era un espía?
Lo atenazó un desagradable sentimiento cuando la miró a los ojos.
—Es por eso por lo que fuiste a hablar con él, ¿verdad?
—Sí. No lo admitió abiertamente, pero tampoco lo negó. Creo sinceramente que es un espía, Quinn.
—¿Entonces qué te hace pensar que nos ayudará?
Ella hizo una mueca con todo el semblante.
—He pensado que sea lo que sea lo que utilice Deirdre para convertirlo en su espía, podemos utilizarlo nosotros para que nos ayude.
—¿Y…? —continuó Quinn. Había pensado en enfrentarse a Charon del mismo modo y estaba sorprendido de que Marcail lo hubiera hecho sola. Se había arriesgado mucho.
—Se negó a colaborar. Aparentemente, lo que le proporciona Deirdre por ser su espía es demasiado importante para él como para que se plantee ponerse en su contra.
—Mierda —masculló Quinn. Le faltaba un hombre desde que habían cogido a Ian. Hubiera sido de gran ayuda tener a Charon de su lado.
Las palabras que siguió pronunciando Marcail quedaron apagadas por el inconfundible sonido de la puerta del Foso abriéndose. Quinn se levantó y se puso los pantalones.
—Quédate entre las sombras —dijo Quinn mientras miraba a Marcail por encima del hombro.
Se transformó y se dirigió a la entrada de la cueva justo antes de que algo muy grande aterrizara con un fuerte golpe en el suelo. No se sorprendió al ver la piel naranja de un guerrero en el suelo.
—¿Amigo o enemigo? —preguntó Arran mientras se ponía al lado de Quinn.
Quinn no apartó la mirada del recién llegado.
—Lo averiguaremos en un momento.
Duncan se puso al otro lado de Quinn.
—Tengo ganas de luchar.
En aquel instante, el guerrero color naranja se irguió. Un hilo de sangre le caía por un lado del rostro y su falda escocesa estaba harapienta y sucia. Gruñó con fuerza, mostrando la ausencia de uno de sus colmillos.
—Creo que él también tiene ganas de luchar, Duncan —dijo Quinn.
Pero no era con Duncan con quien quería luchar el guerrero. Quinn bajó los hombros justo en el momento en que vio al guerrero naranja abalanzarse sobre él. El choque lanzó al guerrero hacia atrás y Quinn lo empujó contra las rocas.
—¿Por qué te ha tirado aquí? —preguntó Quinn.
El recién llegado empezó a reír.
—Me aseguró que intentarías engañarme.
Quinn se quedó tan sorprendido por sus palabras que no levantó el brazo a tiempo para evitar que le rasgara el pecho con sus garras color naranja. Lanzó un rugido y golpeó al guerrero en la mandíbula.
—¡No te escucharé! —gritó el guerrero color naranja—. Si te escucho acabaré muerto.
Quinn cogió al guerrero por la garganta.
—Si no me escuchas acabarás muerto. Deirdre solo tira aquí abajo a los guerreros que quiere doblegar.
—Nosotros somos los malvados —dijo el guerrero mientras clavaba las garras en las manos de Quinn—. Ella está intentando que dejemos de ser como somos. Trató de evitar que mi dios tomara el control sobre mí, pero llegó demasiado tarde.
Quinn arrojó al guerrero a un lado y levantó la cabeza para rugir. Deirdre había sentido la débil alma del nuevo guerrero y se había asegurado de que no creyera ni una palabra de lo que pudiera decir Quinn.
El guerrero naranja cruzó los pies cauteloso y expectante.
—¿Cuándo te has convertido? —preguntó Quinn.
Unos frenéticos ojos naranjas escrutaron a los otros guerreros del Foso que estaban en pie observando.
—Hace dos días.
Quinn se pasó una mano por el rostro.
—Con el tiempo descubrirás que todo lo que dice Deirdre es mentira. Ella es la que ha liberado a tu dios, amigo. Ella es la malvada.
Tan pronto como Quinn pronunció aquellas palabras, el guerrero emprendió el ataque. Causó más heridas en el pecho a Quinn mientras este procuraba refrenar al desesperado recién llegado.
No era momento para hablar, no ahora. Sin embargo, el tiempo jugaba a favor de Quinn.
—¡Quinn! —gritó Arran para avisarlo.
Quinn divisó la botella en las manos del guerrero naranja. Se lanzó al suelo e hizo caer también al recién llegado, pero de alguna manera el guerrero había conseguido descorchar la botella. Quinn consiguió sujetar el brazo al guerrero y hacerlo a un lado mientras algo oscuro y rojo se derramaba de la botella.
No necesitaba oler el líquido para saber que aquello era sangre, pero ¿por qué iba a querer derramar el guerrero sangre sobre él?
—Detente o morirás —le advirtió Quinn. No deseaba matar al guerrero, pero sabía que Arran o Duncan sí lo harían.
—¡Me redimiré si te mato! —gritó el guerrero color naranja.
Quinn no sabía a qué estaba jugando Deirdre, pero estaba dispuesto a averiguarlo.
El guerrero lanzó la botella hacia las heridas del pecho de Quinn. Quinn logró esquivar el frasco, pero Duncan ya le había arrancado la cabeza al guerrero color naranja cuando Quinn volvió a levantar la vista.
—No estoy dispuesto a ver cómo te hieren —dijo Duncan a modo de explicación.
Quinn asintió, se levantó y miró el cuerpo sin vida del guerrero. La única forma de matarlos era decapitándolos, y aunque Quinn no había deseado la aniquilación del guerrero, probablemente fuese lo mejor.
Sobre sus cabezas resonó una gran risotada. Quinn recordó demasiado tarde que los observaban. Levantó la mirada y se encontró con Deirdre mirándolo con una cruel sonrisa en los labios.
—La detesto —masculló. Un buen hombre había muerto para su diversión.
—¿Acaso posee ahora tantos guerreros que puede permitirse matarlos así como así? —Arran articuló la pregunta que Quinn tenía en la cabeza.
Quinn se negó a moverse hasta que la puerta del Foso se hubo cerrado. Se volvió hacia sus hombres, pero un chasquido en la puerta llamó su atención. ¿Significaba aquello otro ataque? Sus heridas estaban cicatrizando, pero necesitaba un poco de tiempo para estar completamente recuperado.
Divisó a Broc por la rendija de la puerta. Quinn se dirigió hacia él cuando este hizo un gesto con la cabeza.
—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Quinn—. Ha muerto un guerrero por nada.
Broc arqueó una ceja.
—El hombre ha muerto. El dios no.
—Explícate.
Isla apareció al lado de Broc y posó sus ojos azul pálido sobre Quinn.
—Los dioses pasaron por herencia sanguínea de generación en generación buscando al mejor guerrero y seguirán haciéndolo hasta que la línea de sangre se extinga.
—¿Me estás diciendo que el dios de ese guerrero que está ahí en el suelo ha abandonado su cuerpo y ahora está buscando a otro de su línea sanguínea?
—Eso es exactamente lo que te estoy diciendo —respondió Isla—. Míralo tú mismo.
Quinn volvió la vista y descubrió que la piel naranja del guerrero había desaparecido. En su lugar había un joven que apenas había alcanzado la edad adulta. Apretó fuerte los dientes y se giró hacia Broc e Isla.
—¿Y ahora qué? —preguntó—. ¿Quiere regodearse Deirdre? Ya he pasado demasiadas horas viendo cómo torturaban a Ian por ella como para tener ganas de nada más.
—¿Qué has dicho? —preguntó Broc.
Isla giró la cabeza ligeramente hacia Broc.
—Deirdre estaba furiosa y puso a William al mando de todo durante unas horas.
Broc soltó un suspiro controlado.
—¿Te ha hecho algo William?
Quinn encontró extraña la pregunta, especialmente viniendo de alguien a las órdenes de Deirdre.
—¿Importa eso?
—Sí —afirmó Isla—. Responde a la pregunta.
Quinn los observó con detenimiento.
—No —confesó finalmente—. No me ha tocado. Al parecer sabía que no debía hacerlo.
—Este guerrero que acaba de ser lanzado al Foso es el modo que tiene Deirdre de decirte que ella puede hacer lo que le venga en gana —dijo Isla.
Quinn soltó una carcajada.
—Esa maldita bruja siempre ha hecho lo que le ha venido en gana, excepto cuando se trata de mi cuerpo. Me parece extraño que no intente utilizar la magia conmigo. Debe de ser porque no puede. Y ese hijo de la profecía no nacerá a no ser que yo le ofrezca mi cuerpo voluntariamente.
Isla asintió levemente con la cabeza.
—Tienes razón, MacLeod.
—¿Qué quieres? —preguntó Broc—. ¿Qué quieres a cambio por entregarte a Deirdre voluntariamente?
Quinn pensó un momento en que Marcail y él acababan de hacer el amor. Pensó en cómo con un simple roce ella era capaz de traer la luz a su mundo. Por mucho que él quisiera liberarla ahora, no podía hacerlo. Tenía que mantener a sus hermanos alejados de Deirdre. A Marcail la liberaría tan pronto como fuera posible.
—Mis hermanos —dijo Quinn—. Quiero que los dejéis tranquilos.
Isla levantó una mano y Quinn pudo ver el ligero gesto de dolor que atravesó su rostro.
—Eso no va a concedértelo. Necesita también a tus hermanos.
Si Quinn abría la boca ahora mismo sobre Marcail, Deirdre ordenaría matarla de inmediato a pesar de los conjuros que la protegían. Tampoco podía pedir que liberasen a Arran y Duncan porque entonces no habría nadie allí que protegiera a Marcail.
—Ian. Quiero que libere a Ian, no solo de la tortura que está sufriendo, quiero que lo deje salir de esta montaña. Que lo deje libre.
La boca de Isla se frunció en lo que parecía ser ira.
—Ian es un guerrero, MacLeod. Puede soportar mucho.
—Ya ha soportado más de lo que nadie debería soportar en este mundo.
—¿De verdad es por eso por lo que estarías dispuesto a ofrecer tu semilla libremente? —preguntó Isla.
Quinn frunció el ceño. Parecía haber mucho más en las palabras de Isla de lo que simplemente estaba diciendo. Incluso Broc la miró extrañado. Ojalá estuvieran solos, entonces Quinn podría hablar con ella libremente.
—¿Qué me estás pidiendo? —preguntó Quinn.
Los ojos azules de Isla parecieron brillar de emoción.
—No soy yo la que debe decírtelo.
Quinn estaba cansado de acertijos y respuestas evasivas. Lo único que quería era hacer lo adecuado y proteger a la gente por la que él se preocupaba. Sin embargo, cada vez se estaba volviendo todo más y más complicado.
Isla se acercó un poco más a la puerta.
—Se dice, MacLeod, que tus hermanos se dirigen hacia aquí.
—También se dice que Deirdre ha enviado un ejército de wyrran para detenerlos mientras algunos guerreros preparan una trampa para capturarlos —dijo Broc.
Quinn había visto una luz de esperanza solo para volver a caer en la oscuridad de aquel pozo.
—Si les hace algo a mis hermanos, nunca le entregaré mi cuerpo.
—Nunca digas nunca —le advirtió Isla—. No puedes imaginarte lo poderosa que se ha hecho.
Broc asintió.
—Isla no te está diciendo ninguna mentira. Ve con cuidado, MacLeod. Al final, Deirdre siempre obtiene lo que quiere. Has de decidir cómo quieres salir de aquí una vez todo esto haya terminado.
Quinn vio que Isla se marchaba. Él sabía cómo iba a salir de allí: se metería en la cama de un ser malvado para engendrar al ser más malvado que nunca había caminado sobre la faz de la tierra. Si eso sucedía, cualquier signo de bondad que alguna vez hubiera existido en el mundo, desaparecería para siempre.
—Piénsalo detenidamente, MacLeod —dijo Broc—. Elijas lo que elijas a cambio de tu cuerpo, ya no podrás retractarte. Deirdre te ofrece este regalo. No lo malgastes.
—Ella no me dará lo que realmente quiero, que es la libertad de mis hermanos.
—¿Es lo que realmente quieres?
Quinn pensó en Marcail, en sus exóticos ojos color turquesa y las trenzas que enmarcaban su hermoso rostro.
—Quiero muchas cosas.
—Entonces regresaré mañana para escuchar tu decisión.
Quinn se volvió y se dejó caer contra la puerta. Ahora ya sabía cuánto tiempo tenía con Marcail. Y no le parecía ni muchísimo menos suficiente. Con ella, ni siquiera la eternidad sería suficiente.