20

Marcail no podía creer que Quinn realmente hubiese regresado. Había llegado a pensar que tendría que resignarse a no volver a verlo nunca. Y, sin embargo, allí estaba, con su fuerte cuerpo abrazado al suyo.

Ella se pasó la lengua por los labios, todavía con el sentimiento del beso que él le había dado. Había podido sentir tanto deseo, tanta urgencia en aquel beso que había hecho que le temblara hasta el alma. No necesitaba su magia para saber que estaba ligada a Quinn. A pesar de ser consciente de ello, no podía apartarse de él.

Era como si Quinn tuviera su propia magia que la atraía hacia él. Estaban en el peor lugar del mundo, pero en lo único en lo que podía pensar era en Quinn y en cómo hacía que se sintiera.

La revelación de Quinn sobre que había tenido que ver la tortura de Ian hizo que se le estremeciera el corazón. No podía imaginarse lo que sería tener que soportar algo tan horrible sabiendo que no había nada que pudiera hacer para detenerlo.

—¿De verdad estás bien? —le preguntó Quinn mientras tiraba suavemente de una de su trenzas.

Ella sonrió, levantó la mirada hacia él y asintió con la cabeza.

—Estoy mucho mejor ahora que has vuelto.

Él le acarició el pelo con la mano. La druida cerró los ojos y reposó la cabeza sobre su mano. Levantó las manos para deshacerse las trenzas para que él pudiera mover sus dedos libremente entre sus cabellos cuando él la detuvo.

—No —susurró mientras le besaba el cuello—. Me encantan tus trenzas. Son parte de lo que hacen que tú seas tú.

Marcail le acarició la mejilla y la barbilla, con su incipiente barba, antes de dejar que sus dedos se deslizaran hasta sus labios. Los sentimientos que despertaba en ella eran excitantes y maravillosos. Y ella deseaba que aquello no terminara nunca.

—Quinn.

No hizo falta añadir nada más. Él la rodeó suavemente con los brazos, empujándola contra su pecho, pero a ella no le importaba. Nunca estaba lo suficientemente cerca de él.

Él le mordisqueó y jugueteó con su boca. Luego, con su lengua, le lamió el contorno de los labios. Ella gimió y abrió sus labios para él. Su lengua se introdujo en la boca de ella velozmente, haciendo que se tragara el gemido de placer.

Marcail fue arrastrada por una ola de placer como nunca antes había experimentado. Quinn conquistó su boca con la suya, seduciéndola y proclamándola suya con el simple tacto de su lengua.

No lo detuvo cuando la levantó y la sentó sobre su regazo, de modo que ella lo abrazaba con sus piernas. Marcail dio un grito ahogado al sentir su rígida virilidad contra la sensible carne de su sexo.

Ella se sacudió con una necesidad tan grande, tan intensa, que empujó con sus caderas contra él, transmitiendo espirales de deseo cada vez que rozaba su miembro.

—Me estás volviendo loco —le dijo Quinn con la respiración entrecortada.

Marcail quería decirle que él estaba haciendo lo mismo con ella, pero no le salió la voz. Ella le agarró con fuerza los hombros cuando él empezó a masajearle los pechos.

Uno de sus dedos rozó su pezón, enviando olas de deseo por todo su cuerpo. Ella lanzó un grito y se arqueó hacia él. Necesitaba tener más de él, tenerlo por completo.

Ella le tiró de la camisa, ansiando que se desprendiera de la ropa para poder sentir su piel bajo la palma de las manos. Él la soltó solo el tiempo justo para quitarse la prenda por la cabeza.

Marcail suspiró de felicidad mientras deslizaba las manos por los músculos de su espalda y sentía cómo se movían bajo sus manos. La lengua de Quinn le estaba haciendo cosas maravillosas, increíbles, en el cuello, que la tenían sumida en un estado de éxtasis y deseo.

Ella le pasó los dedos entre los rizos castaños y le inclinó la cabeza hacia atrás.

—Quítate el vestido antes de que te lo arranque del cuerpo.

Marcail se estremeció al oír el deseo que inundaba su voz. Con manos temblorosas trató de desabrocharse el vestido. Escuchó que la tela se rasgaba cuando las manos de Quinn se unieron a las suyas y le dieron un fuerte tirón al traje. Pero no le importaba. No mientras estaba entre los brazos de Quinn.

Sus labios se cerraron sobre un pezón y empezó a juguetear con él con la lengua y los dientes. Ella se estremeció cuando su lengua empezó a dibujar círculos sobre la pequeña prominencia. Empujó sus caderas contra él, buscando el desahogo a aquel placer que iba creciendo con cada breve mordisco.

Con la mano alcanzó su verga e intentó sacársela de los pantalones. Él gimió, el sonido del placer para sus oídos. Igual que antes, se quedó sorprendida ante la rigidez que tenía en su mano.

—Quiero tocarte —le dijo.

En un instante él se había desabrochado los pantalones y se los había quitado para dejar libre su erecto miembro. Marcail lo cogió entre sus manos y se quedó sorprendida ante su tacto. Todo él era maravilloso. Y, por el momento, era todo suyo.

—Si no paras, derramaré mi semilla.

Ella quería hacer que él llegara al clímax con sus manos, pero la necesidad de sentirlo en su interior era todavía mayor. Ella se puso de rodillas y se colocó encima de él.

Él la miró a los ojos mientras pellizcaba con los dedos uno de sus pezones, produciéndole a la vez tal placer y dolor que ella gimió y empujó más contra él.

Ella bajó lentamente sobre su grueso y duro miembro. Marcail cerró los ojos una vez que ya estaba completamente sentada. El sentimiento de Quinn en su interior era un sentimiento del que nunca podría cansarse.

Quinn le cogió la cabeza con la mano y la levantó hacia su rostro.

—Mírame. Quiero ver tus ojos cuando llegues al clímax.

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo ante aquellas palabras. Ahora él podía tocarla solo con el sonido de su voz; era algo que nunca había experimentado, pero le gustaba, así que abrió los ojos. Con la mano que tenía libre, la sujetó por las caderas y empezó a moverla adelante y atrás. Marcail se mordió el labio cuando una oleada de éxtasis le inundó el cuerpo.

Ella no apartó la mirada de los increíbles ojos verdes de Quinn en ningún momento, ni siquiera cuando él la penetró con más fuerza, rozando su clítoris en el proceso.

Era increíble el control que tenía estando encima de él. Ella movía sus caderas y se deleitaba con el sonido de sus gemidos. También utilizó sus piernas para subir o bajar sobre su falo. Pero de pronto no pudo soportarlo más. Su orgasmo estaba tan cerca que ya no podía aguantarse.

Entonces Quinn tomó el control, balanceándola adelante y atrás hasta que todo su mundo se desvaneció. Se le cortó la respiración y vio lucecitas blancas a su alrededor y alrededor de Quinn mientras su cuerpo se convulsionaba sobre él.

—Marcail… —susurró mientras daba el último empujón y ella sentía cómo él se sacudía en su interior.

Ella se desplomó sobre sus hombros y le acarició la espalda. Ahora que Quinn había vuelto, la ansiedad que la había consumido se había desvanecido y todo lo que quería hacer era tumbarse entre sus brazos durante toda la eternidad.

Cada vez que hacía el amor con Quinn, parecía como si una parte de ella se abriera, como si pudiera sentir más, experimentar más. Como si pudiera comprender más.

La extraña música con cánticos que había estado oyendo desde que había sido lanzada al Foso, llenó de pronto su mente y se hizo cada vez más fuerte. Ella se perdió en el cántico. Por mucho que lo intentó, solo pudo descifrar algunas palabras sueltas, pero reconoció el antiguo idioma de los celtas.

Sin embargo, no tenía ni idea de su significado.

Quinn le besó el cuello, recordándole que estaba desnuda y que Arran o Duncan podían entrar en cualquier momento en la cueva. Ella se levantó a la vez que el cántico desaparecía y miró alrededor para buscar su vestido.

—Tranquila, no nos molestarán ahora —dijo Quinn con una sonrisa.

Ella hizo una mueca al recordar los ruidos que había hecho.

—¿Nos han oído?

La risa de Quinn era música para sus oídos.

—No lo sé y no me importa. ¿A ti te importa?

—Claro que sí. Lo que hemos hecho es algo íntimo y personal.

—Es cierto, pero no estamos en un lugar íntimo que digamos.

Ella pensó en sus palabras y se encogió de hombros. Nunca volvería a ver la luz del sol. ¿Quién sabe los días que le quedaban con vida antes de ser asesinada? ¿Qué importaba si alguien en aquella montaña sabía que ella y Quinn habían hecho el amor?

—Tienes razón —dijo—. No creo que me importe.

—Mentirosa —dijo él mientras le daba un rápido beso en los labios—. Me gusta que seas tan tímida con nuestra intimidad. Hace que tenga ganas de volver a poseerte hasta hacer que grites mi nombre.

El cuerpo de Marcail se estremeció ante aquella idea.

—¿De verdad?

—Sabes que sí.

Ella soltó una carcajada mientras él la cogía y la tumbaba de lado para quedarse mirando cara a cara sobre la losa.

Charon apartó la mirada, avergonzado de seguir observando a Quinn y a Marcail ni un momento más. No había pretendido espiarlos mientras hacían el amor, pero había sido incapaz de desviar la mirada.

El modo en que se tocaban, el modo en que se miraban era algo que no había visto nunca antes. Habían hecho magia juntos, algo que Charon sabía que no podría experimentar en su larga existencia.

Se dio la vuelta en la entrada y emprendió su camino hacia su cueva. Desde el momento en que Marcail le había dicho que tenía en su interior el conjuro para dormir a los dioses, su mente había estado trabajando.

Gracias a sus más de doscientos años de vida había aprendido que no debía aliarse a un bando que estaba destinado a perder. Sin embargo, tampoco podía ir en contra de Deirdre, puesto que ella era tremendamente poderosa. Pero lo que le había confesado Marcail le había dado justo lo que necesitaba.

Tenía planeado hablar con Quinn sobre ello, y ahora estaba contento de no haberlo hecho en su momento. El plan de Charon era solo suyo. Nunca antes había necesitado a nadie y tampoco iba a necesitarlo ahora.