19

Quinn pensaba que la tortura no iba a terminar nunca. Ian no suplicó en ningún momento ni tampoco gritó y Quinn sabía que el dolor era espantoso.

No solo lo azotaron y golpearon, sino que además le habían arrancado las garras.

Quinn había querido liberar a Ian varias veces, pero cada vez que lo intentaba golpeaban a este con más fuerza, hasta que Quinn abandonó tal actitud. Si Quinn realmente vivía eternamente, nunca olvidaría la visión de su amigo sufriendo tal tormento. Y para hacer las cosas más difíciles todavía, además Quinn sabía que aquello era culpa suya. Nunca se había sentido tan impotente e inútil. Todo por ser uno de los maravillosos MacLeod.

—No te preocupes por tu amigo —dijo William con una mueca socarrona—. Las garras volverán a crecerle.

Quinn cerró las manos en un puño y dejó que sus garras le pincharan la carne. Era lo único que lo mantenía sereno para no atacar y matar a William.

Se giró para mirar de cara al guerrero añil.

—Un día llegará la batalla que estoy esperando poder librar entre nosotros. Y quiero que sepas que ese día disfrutaré matándote.

—Oh, MacLeod, puedes intentarlo cuando quieras. Por mucho que Deirdre se deleite viéndonos a los dos enfrentados, nunca permitirá que ninguno de los dos muera.

Quinn se aseguraría de que William muriera pese a lo que le pudiera costar aquel acto luego.

—Creo que es hora de devolverte al Foso —dijo William.

Cuando Quinn pasó por la habitación vio a Isla que se dirigía hacia él acompañada de cuatro mujeres cubiertas con velos negros. De las manos de Isla goteaba sangre hasta el suelo. La drough tenía el rostro pálido y debajo de sus ojos podían verse profundos surcos oscuros.

William se detuvo frente a Isla.

—Bien, bien, bien. Ya veo que Deirdre te ha infligido tu castigo.

—Apártate de mi camino —le pidió Isla al guerrero.

—¿O qué?

Los ojos azul pálido de Isla se clavaron en la frente de William.

—¿De verdad quieres descubrirlo?

William soltó una carcajada y se apartó a un lado para dejarla pasar. Justo cuando ella estuvo a su altura, William le dio un manotazo en la espalda. Isla gimió y dio un traspié, pero no se detuvo y tampoco miró atrás en ningún momento.

Quinn seguía mirando a Isla un buen rato después de que William ya hubiera apartado su atención de ella, así que el guerrero azul marino no pudo ver que Isla tuvo que agarrarse a la pared para mantenerse en pie ni escuchó su maldición. Quinn se descubrió a sí mismo preguntándose qué habría hecho la druida para que la castigasen.

—¡MacLeod! —gritó William.

Quinn apartó la mirada de Isla y se quedó mirando a William, pero sus pensamientos seguían fijos en aquella drough. Si Deirdre la había torturado, tal y como había sugerido William, entonces quizás fuera posible que Isla se pusiera de su lado. La pregunta era hasta qué punto tenía Deirdre control sobre aquella mujer.

Cuanto más se acercaba Quinn al Foso, más se centraban sus pensamientos en Marcail. No tenía la menor idea de cuánto tiempo había pasado desde que se había ido, pues las horas se habían sucedido borrosas, pero rezaba para que estuviera todavía sana y salva.

Estaba ansioso por verla, por abrazarla… por besarla.

Solo el hecho de pensar en tener sus suaves curvas contra su cuerpo hizo que se le tensaran los testículos ante la expectativa.

Prestó mucha atención para poder escuchar su voz mientras esperaba que se abriera la puerta. Cogió una bocanada de aire e intentó captar su esencia de rayos de sol entre la lluvia.

Pero todo cuanto olió fue sangre y muerte.

Se le aceleró el corazón a medida que el miedo crecía en su interior. ¿Estaba herida Marcail o, peor todavía, estaba muerta? ¿Había descubierto de algún modo Deirdre que ella estaba allí mientras Quinn había permanecido fuera?

Tan pronto como oyó el crujido de la puerta que se abría, la apartó a un lado y entró corriendo al Foso. La primera persona a la que vio fue a Charon apoyado contra las rocas como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—MacLeod —dijo Charon cuando Quinn pasó por delante.

Quinn hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

—Charon.

Cuando Quinn llegó a la entrada de su cueva, se detuvo. Ni Arran ni Duncan estaban haciendo guardia y tampoco había ninguna señal de Marcail.

—Gracias a los dioses —dijo Arran mientras se acercaba a Quinn.

Quinn le dio unas palmadas en el hombro a modo de saludo.

—¿Cómo ha ido todo?

Arran bajó la mirada hasta el suelo.

—Tienes que entrar.

De pronto, la preocupación por Marcail inundó a Quinn. Empujó a Arran a un lado y accedió al interior de la cueva para detenerse unos pasos más adelante al ver a Marcail.

Ella se puso en pie lentamente, con los labios partidos en una especie de sonrisa. Nunca había sido tan feliz de ver a nadie en su vida. El horror de las horas pasadas se desvaneció al contemplar su belleza.

—Has vuelto —dijo ella.

—Sí.

No pudo hacer que ninguna otra palabra atravesara sus labios, no cuando lo único que quería era besarla con aquella desesperación. Hizo que su dios desapareciera para no herirla con las garras y los colmillos.

Sin preocuparle quién había alrededor, la cogió entre sus brazos mientras sus labios se posaban sobre los de ella. La besó profundamente, apasionadamente y el deseo que había en su interior crecía con el dulce sabor de su boca y el tacto de sus manos sobre él.

Él ocupó su boca, dejando que el deseo que palpitaba en sus adentros creciera hasta sentir que su cuerpo se sacudía con él. Recordaba vívidamente cómo era estar dentro de ella y quería que sus resbaladizas paredes lo rodearan una vez más.

—Podría estar besándote toda la eternidad —le dijo mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.

Ella sonrió contra su pecho y lo abrazó.

—Eso parece maravilloso.

Él deslizó las manos por su espalda y sintió que se ponía tensa.

—¿Qué ha sucedido?

—No ha sido nada —dijo ella.

—No era mi intención —dijo Arran a la par.

Quinn miró a uno y después al otro.

—Alguien que se explique mejor.

—Me fui a hablar con Charon —le empezó a explicar Marcail mientras se cogía un mechón de pelo de detrás de la oreja.

—¿Con Charon? —repitió Quinn—. ¿Por qué?

Ella se encogió de hombros.

—Quería saber si él podía ayudarte.

Arran apretó la mandíbula.

—Yo la vi allí y pensé que Charon se la había llevado. Entonces ataqué.

—Y yo cometí el error de intentar detenerlo —dijo Marcail—. Debería haber ido con más cuidado.

—Yo no debería haberte golpeado.

Quinn volvió la mirada hacia Arran y empezó a temblar de la ira.

—¿Tú la golpeaste?

Marcail cogió a Quinn por el brazo.

—Solo porque no se dio cuenta de que era yo. Y en realidad no me golpeó, fue más como un empujón.

—Por todos los dioses —masculló Quinn.

—Fue un accidente —volvió a decir Marcail—. Por favor, no te enfades con Arran.

Quinn se quedó mirando al guerrero blanco.

—Tenías razón al pensar que estaba protegida con conjuros —dijo Arran.

Quinn frunció el ceño.

—¿Resultaste herido?

—Sentí un dolor como nunca había sentido. No me extraña que Deirdre no quisiera arriesgarse a lastimar a Marcail. Nunca fue mi intención hacerle daño.

—Te creo, amigo. ¿Eso es todo lo que ha sucedido?

A Quinn no le pasó por alto la mirada que ambos intercambiaron. Abrió la boca para preguntar qué estaba pasando cuando Arran habló.

—Duncan está… mejor. Sigue sin ser él mismo.

—Tampoco espero que lo sea.

De hecho Quinn estaba sorprendido de que Duncan no hubiera tratado de abrirse camino con sus garras para ir a buscar a su hermano gemelo. Y si Duncan tuviera la menor idea de lo que le estaban haciendo a Ian, Quinn sabía que haría lo que fuese con tal de poder llegar hasta Ian.

Marcail entrelazó sus dedos con los de él. Al ver que tenía el ceño fruncido, Quinn supo que algo la preocupaba.

—¿Qué sucede? —le preguntó.

Ella miró a Arran antes de hablar.

—Al parecer hay un lazo muy fuerte entre Duncan e Ian.

—Claro que lo hay. No son solo hermanos, son gemelos.

—Es mucho más que eso.

Quinn se movió para poder recostarse sobre una gran roca.

—Creo que deberías explicarte mejor.

—Todo empezó cuando te sacaron de aquí —dijo Arran—. Duncan no había abandonado su cueva, así que fui a ver cómo estaba. Entonces fue cuando lo encontré en el suelo, retorciéndose de dolor.

Marcail se sentó junto a Quinn.

—No sé cuánto tiempo pasó hasta que yo oí sus gritos de dolor. Corrí hacia su cueva y descubrí que tenía un hilo de sangre saliéndole por la boca y que todo su cuerpo se estremecía de dolor.

Quinn cerró los ojos. No quería escuchar más, pero sabía que tenía que hacerlo.

—Utilizaste tu poder, ¿no es así?

—Sí —susurró Marcail—. Parecía que se estaba muriendo, Quinn. No tenía otra opción.

Él asintió con la cabeza.

—Lo sé. Gracias por cuidar de él.

Arran resopló.

—Es mejor que no vuelva a hacerlo porque se puso muy enferma.

—¡Arran! —dijo ella bruscamente.

Quinn la cogió por la barbilla y le giró la cara para que lo mirara.

—¿Cómo de enferma?

—Nada que no pudiera soportar.

—Eso no es lo que te he preguntado, Marcail. ¿Cómo de enferma?

Ella suspiró.

—Había mucho dolor y sufrimiento en su interior. Le saqué todo lo que mi magia me permitió.

Quinn la apretó contra su pecho y la besó en la cabeza. Le daba miedo que ella hubiera hecho tal cosa sin que él estuviera allí para cuidarla, pero también estaba agradecido de que hubiera ayudado a Duncan.

—Gracias.

—No sé cuánto tiempo durará —dijo Marcail mientras levantaba la mirada hacia él—. Duncan podría empezar con el sufrimiento en cualquier momento. Me dijo que podía sentir cómo estaban torturando a Ian.

Quinn se frotó los ojos para intentar controlar la culpa y el resentimiento que se habían asentado en su interior.

—¿Dónde está Duncan ahora?

—Descansando —respondió Arran—. ¿Qué ha sucedido, Quinn? ¿Has podido ver a Deirdre?

Quinn pensó por un momento en no contarles nada, pero todos, especialmente Duncan, tenían derecho a saber. Aunque Quinn hubiera preferido cortarse un brazo antes que tener que referirle a Duncan lo que le habían hecho a su hermano.

—No he podido ver a Deirdre —les explicó—. William me llevó a una pequeña habitación desde la que tuve que observar cómo torturaban a Ian hora tras hora. Traté de detenerlos, pero William había ordenado que mataran a Ian si yo intentaba atacarlo.

—Dioses… —masculló Marcail.

Quinn miró a Arran y lo encontró con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza baja. Podía imaginarse perfectamente lo que Arran pensaba de él en aquel momento.

—Hubiera cambiado mi lugar con Ian si hubiera podido —dijo Quinn.

Arran movió los pies.

—Nunca he tenido la menor duda sobre ello. Solo estoy tratando de imaginarme a qué está jugando William.

—Me odia casi tanto como yo lo aborrezco a él. He prometido matarlo por esto, y algún día lo haré.

—Lo que no entiendo es dónde estaba Deirdre. Pensaba que ella quería que tú cedieras —dijo Marcail.

Quinn asintió con la cabeza.

—Lo mismo me preguntaba yo. Al parecer Deirdre le ha dicho a William que no quiere hablar con nadie. Estoy convencido de que ella no tiene la menor idea de que William me hizo mirar cómo torturaban a Ian. Ni siquiera sabe que pedí verla, puesto que mi petición no pasó de William.

Arran dejó caer los brazos y levantó la cabeza.

—¿Qué vamos a hacer?

Quinn sabía exactamente lo que él iba a hacer, pero no iba a decírselo ni a Arran ni a Marcail. Ellos no lo comprenderían. Pero ahora ya no tenía otra opción. Había demasiadas cosas que debía solucionar.

—Esperaremos —respondió—. Es lo único que podemos hacer.