17

Marcail estaba perdida como nunca antes lo había estado. Todavía no podía creer que Quinn se hubiera marchado de verdad. Por mucho que quisiera confiar en que regresaría, sabía que no lo haría. Una vez en manos de Deirdre, ella nunca lo dejaría ir.

Se acurrucó en las sombras, con los brazos envolviéndole el cuerpo. A pesar de que ella deseaba esconderse y hacer como si no estuviera en el peor lugar de Escocia, se mantenía cerca de la entrada para poder ver cada movimiento.

Ya antes se había fijado muchas veces en el más que simple interés que mostraba Charon por Quinn y sus hombres. Ahora ese interés se había volcado en Arran.

Arran estaba en la cueva de al lado con Duncan, al que no había visto desde que Quinn había abandonado el Foso. Pero cuanto más miraba a Charon, más interesado parecía el guerrero color cobrizo en lo que estuvieran haciendo Arran y Duncan.

Ella pensó en las palabras de Quinn sobre que Charon podía ser un espía. Todo lo que tenía eran sospechas, y ni siquiera sabía qué hacer con ellas.

Marcail se cogió el final de una trenza y deslizó los dedos por la cinta de oro que mantenía su cabello atado. Ojalá hubiera algún modo de ayudar a Quinn.

Si quería ayudar a Quinn iba a tener que asumir riesgos que normalmente no correría y aquello significaba abandonar la seguridad de la cueva de Quinn. Antes de tener tiempo de cambiar de idea, se puso en pie y se dirigió hacia Charon.

El guerrero color bronce arqueó una ceja cuando la divisó.

—¿Te has perdido, pequeña druida?

Ella odiaba ser más pequeña que los demás, porque siempre había alguien que lo utilizaba en su contra. Ella levantó la cabeza para mirar al alto guerrero y sus gruesos cuernos color bronce.

—Sé adonde voy.

—¿Lo sabes? Puesto que has venido a mí, supongo que es que quieres algo de mí ahora que el MacLeod se ha ido.

—Sí, quiero algo de ti.

Él se apartó de la pared y la miró sonriendo.

—¿Protección? ¿Has venido porque te has dado cuenta de que Arran y Duncan no pueden protegerte?

—He venido porque me he dado cuenta de que tú eres el espía de Deirdre.

Él parpadeó, perplejo ante sus palabras. A Marcail le gustaba haberlo sorprendido.

—¿No tienes nada que decir? —le preguntó.

—Si fueras un guerrero te mataría solo por pronunciar esas palabras.

Marcail sabía lo suficiente como para tener miedo, pero algo en su interior le decía que sus sospechas eran ciertas.

—¿Quizás porque son ciertas?

—Por todos los dioses, eres muy atrevida, mujer. ¿Es eso lo que encontró tan fascinante en ti Quinn?

Ella se negó a permitir que la conversación cambiara de tema.

—¿Por qué estás espiando para Deirdre?

Él dio un paso hacia ella y estiró los labios para dejar los colmillos a la vista.

—Si yo fuera tú, me olvidaría de que hemos mantenido esta conversación y centraría toda mi atención en mantenerme con vida.

Un grave y torturado gemido inundó el Foso. Ella supo de inmediato que se trataba de Duncan. Marcail se olvidó de Charon y salió corriendo hacia la cueva de Duncan, donde lo encontró tumbado de lado, cogiéndose la cintura con los brazos y retorciéndose.

—Marcail —dijo Arran bruscamente—, vuelve a la cueva de Quinn.

Un hilo de sangre brotaba de la comisura de la boca de Duncan. Fuera lo que fuese lo que le estaba sucediendo, era algo malo. Ella necesitaba su magia para ayudarlo, y haría lo que hiciese falta para asegurarse de que esta funcionaba.

—Puedo ayudar.

Arran sacudió la cabeza.

—Nadie puede ayudarle.

Ella no se molestó en seguir discutiendo, en lugar de eso, apartó a Arran de su camino y se arrodilló ante Duncan. Le puso la mano sobre la cabeza y sintió el calor de su piel. Temblaba descontroladamente y apretaba con fuerza sus ojos cerrados.

Marcail se pasó la lengua por los labios y rezó para que su magia acudiera a ella con facilidad. Se concentró profundamente en la magia que había en su interior. Le costó un momento, pero de pronto su magia empezó a fluir por su cuerpo mientras el cántico se desvanecía.

No perdió ni un instante celebrando tal logro y de inmediato dirigió su magia hacia sus manos y hacia Duncan. Con el contacto, ella notó al instante el dolor y la agonía que había en el interior del guerrero. Tan pronto como empezó a extraer aquellas emociones del cuerpo de Duncan, Marcail empezó a sentirse mareada y con náuseas.

El sufrimiento de Duncan era tan grande que le costó más tiempo del que esperaba sacar aquellos sentimientos de su cuerpo para introducirlos en el suyo. Cuando hubo terminado, le dolía tanto el cuerpo que no podía siquiera levantar una mano para apartarse un mechón de pelo que le caía por la frente. Por lo menos, ahora Duncan descansaba tranquilo.

—¿Qué has hecho? —preguntó Arran con la voz tensa.

—He sacado sus emociones de su cuerpo. Es lo que puedo hacer con mi magia. Estaba sufriendo y yo sabía que podía ayudarlo.

Arran la miró, luego dirigió la mirada hacia Duncan y después de nuevo hacia ella.

—¿Dónde han ido sus emociones?

Marcail trató de encogerse de hombros, pero todo lo que consiguió fue perder el equilibrio. Arran alargó las manos y la cogió por los hombros antes de que pudiera caer mientras maldecía.

—Quinn me matará —susurró.

—No, Quinn nunca lo sabrá.

Arran masculló algo entre dientes e intentó que se mantuviera en pie.

—Vamos, Marcail, necesitas reposar.

Ella intentó caminar, pero no importaba cuántas veces les ordenara a sus pies que anduvieran, no había forma de que se movieran. Arran terminó por llevarla en brazos. Mientras salían de la cueva de Duncan, la druida pudo ver a Charon observándolos con su mirada color bronce puesta sobre ella.

Marcail quería contarle a Arran sus sospechas sobre Charon, pero se le revolvió el estómago y le entraron arcadas. Ella prácticamente saltó de los brazos de Arran en cuento llegaron a la cueva de Quinn y vació el estómago.

Con la ayuda de Arran se tumbó sobre la losa. Los sentimientos que le había arrebatado a Duncan eran más de los que nunca había sacado de ninguna otra persona. No estaba segura de cómo había podido soportar el guerrero todas aquellas emociones, ya que cuanto más tiempo estaban en su interior, más enferma se ponía.

Los temblores invadieron su cuerpo a la vez que las fuerzas se esfumaban de su ser. Le dolía respirar y pasaba del frío al calor con cada latido.

—Marcail, dime, ¿qué necesitas? —preguntó Arran.

—Necesita tiempo.

Marcail abrió los ojos y encontró a Charon de pie en la entrada de la cueva.

Arran lanzó un gruñido ante aquella intrusión.

—Sal de aquí.

—Hazme caso, Arran —dijo Charon en voz baja—. Puede que empeore. No te alejes de su lado y que beba mucha agua.

Marcail tuvo que cerrar los ojos cuando la habitación empezó a dar vueltas. Incluso estando allí tumbada sentía como si estuviera en un barco en alta mar.

Debió de quedarse dormida, porque cuando volvió a abrir los ojos se sentía mejor, pero el más mínimo movimiento seguía provocándole náuseas.

—¿Qué me has hecho?

Giró la cabeza y descubrió a Duncan acercándose. Se pasó la lengua por los labios y le dijo:

—He utilizado mi magia.

Él se puso en cuclillas a su lado.

—Pudiste sentir lo que había en mi interior, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza.

—No sé durante cuánto tiempo habré podido alejar todas esas emociones de tu cuerpo.

—Estaré preparado para la próxima.

Ella no podía entender cómo alguien podía estar preparado para un dolor como el que había sentido dentro de Duncan.

—No sabía que estuvieras enfermo.

—No lo estaba.

Y entonces Marcail lo supo.

—Ian —susurró.

Duncan asintió lentamente con la cabeza.

—Lo siento mucho, Duncan.

—Me cambiaría por él si pudiera.

Ella le cogió la mano entre las suyas.

—Estaré a tu lado para extraer de tu cuerpo de nuevo tanto dolor.

—No —dijo Duncan—. Te has puesto muy enferma. Te agradezco lo que has hecho, pero no puedes repetirlo.

No tenía ningún sentido discutir con él, así que lo dejó correr. Por ahora. Volvería a ayudarlo y no podría impedírselo porque estaría sumido en la agonía de la tortura de su hermano.

—Descansa, Marcail. Arran y yo estamos vigilando.

—¿Habéis sabido algo de Quinn?

Duncan sacudió la cabeza.

—No hemos sabido nada y ya han pasado unas cuantas horas.

Él no pronunció las palabras que todos sabían, que era muy probable que nunca más volvieran a ver a Quinn.

Cara se hallaba en las almenas del castillo de los MacLeod con la mirada perdida hacia el norte, hacia donde su amado Lucan se dirigía con los demás. Echaba de menos a su marido, el dolor en el pecho por su ausencia crecía cada día. Pero peor que eso era la preocupación por si Deirdre lo capturaba, como a Quinn.

Todo lo que Lucan y Fallon habían empezado a reformar en el castillo se había detenido. Cara ya no podía oír las risas y las bromas de los guerreros mientras trabajaban en la reconstrucción de la torre y las cabañas de la aldea.

El castillo parecía más desierto que el día que lo había mirado antes de que Lucan le hubiera salvado la vida. Cara estaba segura de que se volvería loca si se quedaba sola.

Pero no lo estaba. Lucan le había pedido a Camdyn que se quedara en el castillo. Aparentemente al guerrero no le había importado, pero ella lo había visto mirando en la distancia como ella misma estaba haciendo ahora. También estaba Sonya, la otra druida. Sonya había querido acompañar al grupo a la montaña de Cairn Toul, pero se había quedado atrás para ayudar a Malcolm a recuperarse de sus heridas.

Cara suspiró al pensar en el primo de Larena. Era el único hombre del castillo que no era un guerrero. Malcolm había arriesgado mucho al ayudar a Larena a esconderse de Deirdre.

Ojalá los guerreros no hubieran atacado a Malcolm, al que abandonaron dándolo por muerto. Ahora, su cuerpo entero estaba lleno de cicatrices y tenía el brazo derecho casi inútil. Sonya utilizaba su magia a diario para intentar ayudarlo en su recuperación, pero hacía tiempo que no mejoraba.

El descontento de Malcolm crecía día a día. A pesar de tener el brazo derecho inútil, todavía era capaz de blandir una espada con la izquierda como había demostrado cuando él y Camdyn habían practicado. Pero Malcolm se tenía por un inútil.

Cara podía entenderlo. Ella era una druida que podía hacer crecer las plantas del jardín y podía ayudar a Sonya en los procesos de curación, pero nada más. Sonya trabajaba con Cara en los conjuros que todo druida debía saber.

Pero nada de lo que hacía Cara funcionaba. Ni siquiera durante su crianza en el convento se había sentido tan sola como en aquel momento.

El sonido de unas botas sobre las piedras llamó su atención y giró la cabeza para encontrarse con Malcolm. Él se detuvo a su lado y suspiró.

—Volverán —dijo él.

Cara se quedó mirando fijamente al hombre que debía ser el jefe del clan de los Monroe.

—¿Lo dices para calmar mi mente o la tuya?

Malcolm soltó un resoplido e intentó mover el hombro derecho, donde un dolor constante nunca lo abandonaba. Los guerreros con los que se había enfrentado le habían sacado el brazo del sitio, arrancando músculos y tendones en el proceso.

—Para calmar la de ambos, creo. He visto luchar a Larena y sé que es capaz de defenderse a sí misma.

—Es tu prima.

—Y mi amiga. Sé que Fallon cuidará de ella, pero no puedo evitar preocuparme.

—Fallon estaría dispuesto a morir antes que permitir que le sucediera nada malo a su mujer.

Malcolm se rascó la barbilla donde estaba apareciendo la sombra de una barba.

—Nunca me gustó que me dejaran atrás.

—Ellos tienen poderes que ninguno de nosotros tiene. Nosotros solo podríamos interferir en su camino.

—Sí, pero tú eres una druida, Cara. Tú tienes magia.

Ella levantó la mano para tocar el Beso del Demonio que llevaba colgado al cuello. El pequeño frasco contenía la sangre de su madre, sangre ofrecida en el sacrificio de los drough que ataba a los druidas a la magia negra. Era lo único que le quedaba de su progenitora, pero también era un recordatorio de cuanto había perdido.

—A veces me lo pregunto, Malcolm.

—¿Sientes tu magia?

—Yo… —Ella bajó la mirada hacia sus manos, manos en las que había sentido el palpitar de la magia y cómo se trasladaba esta a las semillas que había plantado—. Sí.

—Entonces eres una druida. No dudes de ti misma. Lucan no lo hace.

Ella sonrió y se giró hacia Malcolm.

—¿Y tú?

—¿Yo?

—¿Permitirás que Sonya siga depositando su magia en tu brazo?

Malcolm frunció el ceño y apartó la mirada.

—Está malgastando sus poderes conmigo. Supe que mi brazo nunca volvería a funcionar en el momento en que sentí que me lo sacaban del sitio. Me rompieron todos los huesos de la mano, Cara. No se trata simplemente de utilizar el brazo, sino también la mano. La mayor parte del tiempo ni siquiera siento los dedos.

—No lo sabía.

Él suspiró y sacudió la cabeza.

—No podías saberlo. Le pedí a Sonya que no se lo dijera a nadie. Larena estaba tan preocupada por mí que temía que no se marchara con Fallon, y ellos la necesitaban para rescatar a Quinn.

Cara volvió la mirada hacia las lejanas montañas.

—Que los dioses ayuden a Deirdre si Lucan no regresa a mí.

—Sí —susurró Malcolm—. Que los dioses la ayuden.