16

Quinn se dio cuenta de que se había metido en un lío cuando se percató de que no podía dejar de mirar a Marcail. Se había levantado sin despertarla, pero ahora solo podía quedarse de pie a su lado, mirándola, mientras las imágenes de la noche que habían pasado juntos se reproducían una y otra vez en su cabeza.

Deseaba haberla conocido de otra forma, pero entendió que, de haber sido el hombre que era antes, no hubiera sucumbido al deseo de tenerla. Había cambiado desde que lo capturaron, cambiado como nunca hubiese creído que podía cambiar.

Aún echaba de menos a su hijo, pero al final había comprendido que lo peor siempre les pasa a los inocentes. Incluso en el caso de que este hijo hubiese conseguido sobrevivir. Quinn no se hubiese quedado a su lado por miedo a hacerle daño.

No obstante, la necesidad de venganza por las muertes de su hijo y su esposa nunca habían abandonado a Quinn. Mataría a Deirdre o moriría en el intento.

Un ruido sordo le obligó a dejar de deleitarse con la imagen dormida de Marcail y, al darse la vuelta, se encontró a Duncan con un brazo apoyado en la pared y el otro aguantándose el estómago.

Quinn se fue hacia su amigo.

—¿Duncan, qué te pasa?

—Nada, me encuentro bien —dijo con desgana el guerrero.

Quinn sabía que mentía.

—¿Te atacaron anoche?

—No —dijo Duncan con una carcajada triste.

—¿Entonces, qué ha pasado?

Duncan fijó sus pálidos ojos azules de guerrero sobre Quinn.

—Nada que yo no pueda solucionar.

Quinn inclinó la cabeza y al girarse se encontró a Arran en la otra parte de la entrada.

Caminó hacia el guerrero blanco que estaba de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, observando a Duncan.

—No está bien —dijo Arran cuando se le acercó Quinn.

—No, no lo está, pero no quiere decirme qué pasa.

Arran se frotó los ojos con el dedo pulgar y el índice.

—No me gusta esta situación.

—A mí nunca me ha gustado. Le he prometido a Duncan que arreglaría las cosas y lo voy a hacer. Pero necesito algo de vosotros.

Arran suspiró y agitó contrariado la cabeza.

—No me voy a molestar en discutir contigo otra vez, pero considero que es absurdo que te enfrentes a Deirdre. Yo he prometido que cuidaría de Marcail.

—Ya, y yo te lo agradezco. Sin embargo, esto es más importante.

Esta frase atrajo la atención de Arran. Arqueó las cejas y se acercó a Quinn.

—¿Qué?

—No tengo ninguna duda de que al final Lucan y Fallon vendrán. No importa ni lo que diga ni lo que haga, tenéis que marcharos en cuanto vengan, porque vendrán. Estoy seguro. Escapad con todos los guerreros que podáis, pero seguid a mis hermanos.

—¡Preferiría tenerte a mi lado!

Quinn quería estar ahí, pero Broc llevaba razón: su tiempo había acabado.

—Contádselo todo a mis hermanos…

—Lo haré —prometió Arran—. Se lo contaré todo.

Quinn respiró profundamente. Se sentía mejor tras la promesa de Arran. No sabía cuánto tiempo le quedaba con Marcail, pero se imaginaba que no sería mucho. Deirdre ya se había manifestado al respecto, pero quería a Quinn lo suficiente como para recibirle antes de tiempo.

Los ruidos procedentes de la puerta del Foso le anunciaban que su desayuno había llegado. Quinn se transformó y salió de una zancada de la cueva. Al otro lado de la puerta, de pie, se encontró a Isla.

—¿Has venido a por mí? —le preguntó a la drough.

Levantó las pestañas y lo miró con unos fríos ojos azules. Era tan pequeña como Marcail, pero su frialdad la hacía parecer más alta, mortífera.

—No.

—Mierda —murmuró Quinn y cerró los puños con fuerza.

—¿Qué es lo que quieres, Quinn MacLeod?

Apoyó su cabeza en la escuadra y gruñó.

—Sabes que quiero que deje de torturar a Ian.

—La ira se está apoderando de ella por momentos.

—¿Por qué estas aquí? —le preguntó Quinn.

Ella levantó uno de sus finos hombros.

—He venido para ver cómo servían el pan y si alguien se había dado cuenta de que sería mejor servir a Deirdre que pasar un segundo más en el Foso.

—Yo sí. —Se oyó una voz detrás de Quinn.

Al girarse se encontró con un guerrero con la piel de un color amarillo anaranjado saliendo de las sombras. Quinn recordó cómo había luchado contra el guerrero su primer día allí, pero no lo había vuelto a ver desde hacia semanas.

—Ven —dijo Isla, y le mandó a un guardia que abriera la puerta. Esperó a que el guerrero amarillo anaranjado llegara hasta su lado, lanzó otra mirada a Quinn y se marchó.

Quinn cogió el pan y lo partió con sus garras. Se debatía entre la rabia hacia Deirdre por hacerle esperar y la furia por haber permitido que otro guerrero se hubiera aliado con ella.

Cuando llegó a su cueva, Marcail lo estaba esperando. Le acarició el brazo y dijo:

—¿Sigue sin querer verte?

—Sí. —Quinn le entregó a Marcail su trozo de pan—. No creía que me hiciera esperar. Isla ha dicho que está muy enfadada y, si es así, descargará contra Ian una y otra vez.

—Es posible que haga lo mismo contigo.

Quinn vaciló.

—Ella desea demasiado tener un hijo conmigo como para arriesgarse a decirme que no. No me torturará, al menos no como está torturando a Ian.

—¿Crees que capturará a tus hermanos?

—¿Cómo puedo saber si no lo ha hecho ya?

Marcail frunció el ceño mientras masticaba.

—¿No te lo habría dicho ella misma? Yo apostaría a que ella preferiría regodearse y usarlos como cebos para obligarte a hacer cualquier cosa que tenga pensada para ti.

—Puede que estés en lo cierto. Con la misma fuerza que temo que mis hermanos no vengan a por mí, sé de corazón que sí lo harán. Tengo el compromiso de Arran de ir con ellos cuando lleguen, y quiero el mismo compromiso por tu parte.

—¿Y qué pasa contigo?

Le apartó una trenza que le había caído sobre los ojos.

—Yo voy a ser quien se asegure de que todos conseguís salir de aquí.

—¿Te vas a quedar atrás?

—Sí.

Sus preciosos ojos color turquesa se crisparon.

—No te puedes quedar.

—He estado toda la noche dándole vueltas, Marcail. Alguien se tiene que quedar y asegurarse de que Deirdre no consigue todo lo que codicia. No puedo hacerlo si estoy preocupado por mis hermanos, por ti o por los guerreros que me han ofrecido su lealtad.

Bajó la mirada mientras observaba la mitad del trozo de pan que le quedaba por comer.

—Pides demasiado, Quinn. No creo que sea capaz de dejarte aquí con ella.

—Debes hacerlo. Mis hermanos te protegerán. Estarás con otras druidas y rodeada por guerreros que no desean más que la muerte de Deirdre.

Como Marcail no respondía, Quinn le puso un dedo debajo de la barbilla y levantó su cara hacia la suya.

—Por favor. Tienes que encontrar el modo de apartar todo esto en algún rincón de tu mente. Te necesitamos.

A Marcail no le gustaba esa sensación que le revolvía el estómago. El hecho de imaginarse a Quinn, no solo entregándose de propia voluntad a Deirdre, sino quedándose atrás y alineándose con ella, la ponía enferma. Se estaba arriesgando demasiado, pero en esta ocasión, también entendía la razón.

—Fallon y Lucan no estarán muy contentos con tu decisión. Lo más seguro es que regresen a por ti.

Quinn asintió con la cabeza y apartó el pan para agarrarla de los hombros.

—Por eso, es preciso que les hagas entrar en razón. Tú y Arran les tenéis que contar todo lo que yo no podré. Decidles que lo estoy haciendo por nuestros padres, por nuestro clan. Decidles que lo estoy haciendo por ellos. Les debo mucho.

—Se lo diré —dijo ella.

Soltó sus brazos y respiró profundamente.

—Hay algo más que necesitas saber. Creo que hay un espía en el Foso.

—¿Quién?

—Sospecho que es Charon. Siempre me está observando, a mí y a todo lo que hago. No me fío de él. No tiene nada ni conmigo ni contra mí.

Ella asintió con la cabeza.

—Charon siempre te está mirando.

La puerta del Foso chirrió y se abrió.

—¡MacLeod!

Marcail se sobresaltó. No podía creer que Quinn la fuera a dejar. Él era lo único en lo que empezaba a confiar y ahora, se quedaría sin nada.

Antes de que pudiera rogarle que no se fuera, él la cogió entre sus brazos y la besó con tanta pasión y vivo deseo como el que ella sentía. Se entregó a él con todas sus fuerzas. Ahogándolo. Comiéndoselo. Sucumbiendo a él.

Sus manos recorrieron la espalda de Marcail, apretándola fuerte sobre su cuerpo duro como una roca. Sus labios eran suaves, insistentes e implacables cuando la tomaba. Él saqueaba su boca, tomaba su aliento y parte de su alma, con un beso capaz de detenerle el corazón.

Un beso que le demostraba toda su pasión, todo el ferviente deseo que sentía por ella, un beso que Marcail nunca olvidaría.

De pronto, la apartó de él.

—Mantente siempre escondida —dijo mientras dejaba que su dios se liberara—. Y por lo que más quieras, no confíes en nadie más que en Arran, los gemelos y mis hermanos.

Entonces se marchó.

Marcail, tambaleándose, corrió hacia la entrada de la cueva. Justo antes de doblar la esquina, con la esperanza de capturar otra mirada de Quinn, Arran la tiró hacia atrás, hacia las tinieblas.

—No lo hagas —le dijo Arran al oído—. Esto es más difícil para él de lo que demuestra. Si te oye, si te ve, es capaz de cambiar de opinión.

—¿Y no es eso lo que queremos? —preguntó ella, con lágrimas ardiendo en sus ojos.

—Con todo mi corazón, sí. Por mucho que odie ver a un amigo dirigirse a su condena, le he dado mi palabra y la mantendré, a pesar de lo mucho que me duela. Su sacrificio va a salvar muchas vidas.

Marcail se estremeció cuando la puerta se cerró de golpe y oyó pasar el cerrojo. El Foso ya parecía distinto sin Quinn. Su mera presencia llenaba el Foso. Ahora, la oscuridad parecía no tener fin.

Marcail se soltó de los brazos de Arran y caminó hacia donde ella y Quinn acababan de estar sentados juntos. Su comida quedó olvidada sobre las piedras. Se moría de hambre cuando le dio el primer bocado al pedazo de pan, pero ahora no podía ni pensar en comida.

Marcail se dejó caer sobre la enorme losa de piedra, apoyando la cabeza sobre las manos. Sabía que su tiempo junto a Quinn iba a ser corto, pero aun así, no se esperaba que se fuera a marchar tan pronto. Demasiado pronto.

Quinn siguió a William desde el Foso a través de incontables y diminutos pasillos y escalones arriba. No era necesario que intentara memorizar el camino. Solo había un camino hacia el Foso a través de aquellas escaleras y era lo suficientemente sencillo de encontrar.

Lo que a Quinn le pareció extraño fue el modo en que William lo observaba, con una hostilidad tan manifiesta.

Habían tenido sus peleas, eso es cierto, pero esto parecía diferente. Como si Quinn estuviera invadiendo el territorio de William.

Y entonces es cuando Quinn se dio cuenta.

—Deduzco que no quieres compartir a Deirdre.

William se dio media vuelta rápidamente y empotró a Quinn contra la pared. Quinn se empezó a reír a pesar de tener las garras de William a punto de hacerle un tajo en la garganta.

—No te reirás cuando acabe contigo —dijo William en tono amenazador.

Quinn arqueó una ceja.

—¿Se escapa de tus posibilidades, William? ¿Acaso no sabes manejarla o es que es demasiado para ti? ¿Por eso me necesita?

—¡Cállate! —gritó William.

—¡Intenta hacerme callar tú!

Por un instante Quinn creyó que iban a empezar a pelearse, como él quería. Pero, de repente, William lo soltó.

—Por mucho que quiera matarte, no puedo. De todos modos, algún día Deirdre se cansará de ti, MacLeod. Cuando lo haga, estaré ahí para acabar contigo.

—¿Por qué esperar? Vamos a acabar con esto ahora.

Quinn le mostró los colmillos y se puso en posición de lucha. Necesitaba enfurecer de algún modo al guerrero y si era con una pelea a muerte, mucho mejor.

William gruñó para sus adentros, mientras torcía el gesto.

—Ahora no. Por ahora voy a disfrutar viendo lo que te depara tu destino.

A Quinn no le gustó cómo sonaba aquello. No tenía otra elección que seguir a William. Al rato, se pararon, Quinn supuso que se hallaban sobre el Foso.

Cuando William se detuvo junto a una puerta y la abrió, Quinn esperaba encontrar a Deirdre al entrar en la habitación. Pero estaba vacía. El ruido de la puerta cerrándose detrás de él, hizo que se diera la vuelta. Se encontró a William plantado con una sonrisa de suficiencia.

—Creo que esto te va a gustar —dijo William.

Quinn se preparaba para cualquier cosa, mientras recorría la habitación con la mirada. Era de dimensiones reducidas, sin armas ni sillas. Lo único que había, además de la puerta, era una abertura muy ancha en la pared que llevaba a la siguiente habitación.

—¿Dónde está Deirdre? —preguntó Quinn.

—No está lista para hablar contigo.

Quinn frunció el ceño y miró al guerrero. La necesidad de sentir su sangre en sus manos, de matar, era insoportable.

—¿Y por qué estoy aquí?

—Mira y lo descubrirás.

Quinn se giró hacia la abertura, alertado por los ruidos que se oían en la habitación contigua. Hizo todo lo que pudo para quedarse quieto cuando vio a Ian. Estaba todavía en su forma de guerrero, pero tenía la cara machada de sangre y llena de heridas. Solo se mantenía en pie gracias a los guerreros que lo sujetaban a cada uno de los lados. Cuando vio que lo enganchaban con grilletes en medio de la habitación, colgando de los brazos y con los pies arrastrando por el suelo, supo que las cosas solo podían empeorar.

—No deberías haberla rechazado, MacLeod —dijo William mientras se acercaba—. Tú y tus hermanos siempre os habéis creído mejores que los demás.

—Eso no es verdad. Nosotros solo pensamos que somos mejores que tú.

Quinn necesitaba una salida para sacar su ira y William era su válvula de escape. Pero William no cayó en la trampa.

—Mira cuánto sufre tu amigo por culpa de tu arrogancia, MacLeod.

Cada uno de los dos guerreros que habían traído a Ian a la habitación llevaba un látigo en la mano. Al final de cada látigo había puntas de metal con filos irregulares.

—¡Ian! —gritó Quinn, pero su amigo parecía como si no lo hubiera oído.

—No te molestes —dijo William—. La magia de Deirdre hace que no te pueda ver ni oír.

Quinn se agarró al borde de la abertura de la pared mientras los guerreros levantaban los brazos y los látigos chasqueaban en el suelo. Si pudiera, haría cualquier cosa para que aquello cesara, incluso ser él quien se sometiera al castigo.

Ese golpe infligido en la espalda de Ian era como si una daga atravesara el corazón de Quinn. Ian se mantenía firme a pesar de todo y cuando se quedó inconsciente lo reanimaron solo para volver a empezar de nuevo.

La espalda de Ian era una masa informe de sangre y piel cuando concluyeron, pero aún no habían acabado de torturarlo. Los guerreros tiraron los látigos y comenzaron a pegarle con los puños y las garras.

Quinn quería rogarles que pararan, pero debía ser fuerte. Deirdre lo quería, y él le haría pagar muy caro todo el daño que le habían hecho a Ian. Si Ian sobrevivía, se curaría y Quinn podría arreglarlo todo.

Hasta entonces, Quinn tendría que mantenerse firme y no sucumbir al deseo de lanzarse a la lucha, como haría normalmente.

—Todavía tengo reservadas muchas sorpresas para tu amigo —dijo William—. Quería traer al otro gemelo, pero Deirdre no me ha dejado. De momento.

Quinn se encaró a su enemigo y le enseñó los colmillos.

—Sabes que Deirdre me quiere a mí. Ya le he dicho que seré suyo.

William echó para atrás la cabeza y se rió.

—En realidad, MacLeod, el mensaje no le ha llegado en ningún momento a Deirdre. Se ha detenido en mí.

Una gélida furia recorrió el cuerpo de Quinn. Se abalanzó sobre William y en un instante estaba apretando con su mano el cuello del guerrero azul.

—Mátame y harás que Ian muera.

Quinn clavó las garras en el cuello de William y la sangre empezó a correr en cinco chorros por el pecho descubierto del guerrero. Quinn podría haber matado a William y a los otros dos guerreros que estaban con Ian, pero hubiera sido imposible llevar a Ian y a los otros hasta la salida de la montaña sin alertar a Deirdre. Y no iba a dejar atrás a Ian.

—¿Por qué estoy aquí?

William intentó zafarse de la mano de Quinn, pero Quinn no lo soltó.

—He ordenado que torturen a Ian hasta mañana. Deirdre no quiere hablar con nadie hasta ese momento, ni contigo, MacLeod.

Quinn soltó gruñendo a William. Se puso a andar por la pequeña habitación y avistó a Ian, que era incapaz de proteger su cuerpo de los brutales golpes.

—Te mataré por esto —le dijo Quinn a William.

William se frotó la garganta.

—Puedes intentarlo. Hasta entonces, te conformarás con observar cómo golpean a tu amigo o cómo lo matan.

—¡Deirdre no ordenó su muerte!

—Quizás no, pero los accidentes ocurren.

Quinn dio un paso hacia él.

—Le contaré lo que has hecho.

—Y yo tengo dos guerreros que dirán lo contrario —replicó William—. ¿Qué pasará, MacLeod?

No quería arriesgarse a que mataran a Ian y se giró hacia la abertura. Mientras miraba cómo lo torturaban, Quinn planeó la muerte lenta y dolorosa de William.