14

Las horas habían pasado lentamente desde que Marcail le había dicho a Quinn que ella creía que el destino de él era matar a Deirdre. No había salido corriendo a esconderse, pero tampoco le gustaban aquellas noticias. Tampoco podía culparlo por ello. Ella tampoco querría tener esa responsabilidad sobre sus hombros.

Por lo que había podido averiguar de Quinn, había muchas cosas en su pasado de las que se avergonzaba. Ella estaba dispuesta a perdonarlo por todo, ya que él había actuado así ante la pérdida de su mujer y su hijo. Ese hecho podía hacer que muchos hombres acabaran desmoronándose.

Si Quinn no había sucumbido ante Deirdre era gracias a sus hermanos. Marcail quería conocerlos. Tenía curiosidad por saber el tipo de hombres que eran. Quinn hablaba mucho y muy bien de ellos, lo que decía mucho de los lazos que los unían, unos lazos que nunca podrían romperse.

Marcail se arrebujó con la camisa de Quinn huyendo del frío. Él se la había dado antes de alejarse para montar guardia. Con Ian preso y Duncan perdido en su miseria, Marcail ya no esperaba volver a ver a Quinn durante unas cuantas horas.

Pero deseaba verlo.

Anhelaba rodearlo con los brazos y besar sus labios. Quería sentir su fuerte cuerpo contra el suyo, descubrir las dulces caricias de sus manos. Él le había dicho que quería poseerla y, que los dioses la ayudaran, ella deseaba que sucediera aquella misma noche. Quería volver a sentir aquel éxtasis absoluto que había sentido al llegar al clímax con las manos y la boca de Quinn.

No saber lo que le depararía el día de mañana hacía que quisiera agarrarse al aquí y ahora con todas sus fuerzas para nunca dejarlo escapar, especialmente a Quinn.

Marcail sabía que era estúpido aferrarse a Quinn como lo había hecho, pero él no solo la había salvado, él la protegía. Y le había enseñado los placeres de ser mujer.

Su cuerpo subió de temperatura solo al pensar en que Quinn volviera a tocarla y a estrecharla entre sus brazos. Juntó las piernas con fuerza al sentir una oleada de deseo que le inundaba el cuerpo, pero la presión al cerrar las piernas con tanta fuerza solo aumentó el deseo.

Hasta que no había conocido a Quinn y había sentido su deseo y experimentado la necesidad que llenaba su propio cuerpo, no se había dado cuenta de lo sola que había estado hasta entonces.

Marcail levantó la mirada hacia la entrada de la cueva al ver que se movía una sombra. Quinn se había llevado la antorcha de la cueva, lo que la había dejado sumida en la oscuridad. Pero estaba aprendiendo a descubrir los rincones del Foso. Ya que ella no podía ver tan bien en la oscuridad como los guerreros, confiaba en su sentido del oído.

La sombra que se movía era alta y ella pudo vislumbrar el torques que llevaba en el cuello.

Quinn.

No se había dado cuenta de que él había permanecido tan cerca todo ese tiempo. El corazón se le aceleró en el pecho al ver que él daba un paso en su dirección.

Marcail se puso en pie con las manos sujetando la camisa. Al ver que él no hacía otro movimiento de aproximación, decidió ir hacia él. Durante demasiado tiempo se había sentado a esperar para ver qué le depararía la vida. Era el momento de que ella tomara las riendas de su existencia.

Ya había recorrido la mitad de la distancia que los separaba cuando Quinn dio dos zancadas y la agarró con fuerza antes de ponerla contra la pared. Ella soltó un gemido al sentir aquel fuerte y cálido cuerpo presionando el suyo contra las frías rocas de la montaña. Se quedó tan sorprendida ante aquella reacción que sus manos se desprendieron de la camisa que llevaba fuertemente asida.

—Deberías haber hecho como que dormías —le susurró al oído.

—Es imposible cuando en lo único que pienso es en ti.

El gruñó y le cubrió la boca con un beso que le robó el aliento. No precisaba ningún tipo de magia para sentir su deseo. Cada movimiento de su lengua contra la suya le decía todo lo que ella necesitaba saber.

Y no podía esperar para seguir sintiendo más. Lo quería todo, lo quería por completo y lo tendría esa noche.

El cuerpo de Quinn nunca había sentido un impulso tan irresistible por el cuerpo de una mujer como la que sentía por Marcail. Puede que hubiera estado casada, pero su cuerpo todavía era inocente ante los placeres de la carne.

Pero aprendía rápido.

De hecho, ya lo tenía cautivo con solo mirarlo con aquellos maravillosos ojos color turquesa. Él había sabido todo el tiempo que había estado mirándola que ella estaba despierta. Había rezado para que se durmiera y así poder mantener las distancias, pero debería haber sabido que eso era imposible. Su cuerpo anhelaba volver a sentir su sabor.

En aquel justo instante, estaba dispuesto a remover cielo y tierra para asegurarse de que esta vez la poseería.

Sus dedos se agarraron a las caderas de ella en un esfuerzo por mantenerla quieta. Él tenía tan poco control sobre sus deseos que temía perderlo por completo si ella cambiaba de postura y se apretaba más contra su cuerpo.

Con control o sin él, precisaba seguir tocando aquel cuerpo. Dejó que sus manos subieran hacia la estrechez de su pequeña cintura y luego un poco más arriba. Se detuvo y dejó que sus pulgares descansaran sobre la hinchazón de sus senos.

Quinn quería arrancarle el vestido del cuerpo para poder deleitarse la vista con su cuerpo. Se detuvo en el último momento al darse cuenta de que no tenía nada más para ponerse.

Ella arqueó la espalda cuando él la besó más intensamente, empujando su busto contra su pecho. El cogió entre sus manos sus senos, maravillado ante la exuberancia que las colmaba.

Él le acarició los pechos lentamente con los pulgares y pudo oír como a ella se le cortaba la respiración cuando le tocó los pezones. Al momento, notó los pequeños pezones erectos empujando por liberarse de aquella tela que los cubría.

—Quinn —susurró ella.

—Esta noche voy a poseerte, Marcail.

Ella deslizó sus dedos entre los cabellos de él y empujó su cabeza hacia la suya.

—Sí.

Por todos los santos, hacía que le hirviera la sangre.

Quinn dejó libres sus senos y le cogió la falda del vestido para subírsela hasta la cintura. Marcail recogió entonces la tela y se quitó la ropa precipitadamente.

Él se arrodilló frente a ella y le besó el estómago mientras sus manos le quitaban los zapatos y las medias de lana. Tenía unas piernas esbeltas y su piel era tremendamente suave al tacto. Le besó las rodillas antes de ponerse en pie y estrecharla entre sus brazos.

—Estoy desnuda —dijo ella.

Quinn sonrió de oreja a oreja.

—Ya lo veo.

—Tú no lo estás.

—Mmm… —dijo él contra su cuello—. Eso es porque si me quito las botas y los pantalones ya no podré detenerme.

Ella susurró su nombre cuando él se inclinó y acercó su boca a un descarado pezón. Quinn sonrió ante la cremosa suavidad de su seno y chupó con más fuerza.

Él le pasó un brazo alrededor del cuerpo para que no perdiera el equilibrio al sentir que le flaqueaban las piernas y caía hacia él. Se le había acelerado la respiración y sus gemidos eran música para sus oídos.

Pero todavía no había terminado con ella.

Quinn tiró su vestido y su camisa a un lado, ayudándose con un pie antes, de levantar a Marcail entre sus brazos y tumbarla sobre la ropa. No era como una cama, pero era lo más parecido que podía tener.

Marcail le sonrió, con los ojos entrecerrados, observando todos sus movimientos. Quinn sabía que si se quitaba la ropa aún debería contenerse más, pero quería sentir el tacto de su piel sobre la de ella. Rápidamente, se desprendió de las botas y se sacó los pantalones.

—¡Oh! —murmuró Marcail mientras se apoyaba sobre su antebrazo—. Eres… impresionante, Quinn.

—No, mi pequeña druida. Tú sí que eres impresionante. —Se arrodilló ante sus pies y gateó sobre su cuerpo—. Tienes una piel más suave que la seda y unos ojos más exóticos que cualquier tesoro en la tierra. Tú… —le lamió el ombligo—, haces… —le mordisqueó el pecho—, que me arda el cuerpo.

Ella le rodeó el cuello con los brazos.

—Yo también estoy ardiendo, Quinn. No me hagas esperar, por favor.

Había tantas cosas que quería hacerle… pero él sintió que su urgencia era semejante a la suya. Hambre. Deseo. Dolor.

Tan pronto como su cuerpo tocó el de ella, estuvo perdido. Antes había disfrutado cogiéndola, pero ahora, piel contra piel, ansiaba estar todavía más pegado a ella.

Quinn volvió a buscar sus labios porque no podía cansarse de ellos. Le resultaba inconcebible haber pasado trescientos años sin besar a nadie, pero ahora estaba convencido de que mientras Marcail estuviera cerca, él no podría dejar de besarla al menos cada hora.

Gimió cuando las manos de ella se deslizaron por su espalda hasta sus nalgas. Ella apretó sus caderas y las levantó para acoplarse sobre su erecto miembro.

El sentimiento de la humedad de su sexo contra su cuerpo hizo que Quinn acabara perdiendo el escaso control que le quedaba. Con un simple movimiento de su pelvis, deslizó la punta de su pene sobre el sexo de ella.

Él ya había podido sentir los cálidos pliegues de su sexo y sabía lo sensibles que eran. Quinn hizo rotar sus caderas para que su miembro hiciera círculos sobre su clítoris. Marcail soltó un gemido pronunciando su nombre mientras arqueaba la espalda y rodeaba la cintura de Quinn con sus piernas.

Quinn quería juguetear más con su cuerpo, pero la necesidad de sentir su resbaladizo calor envolviéndolo, pudo con él. Él deslizó la mano entre ambos y guió su miembro hacia el acceso que le ofrecía ella.

Se detuvo antes de penetrarla. Quería a Marcail con tal intensidad que le daba miedo, pero sobre todo, quería que ella lo quisiera a él del mismo modo.

—¿Quinn?

—Te deseo —dijo él—. Te deseo desesperadamente, pero…

Ella le puso un dedo sobre los labios.

—Nadie. Nadie me ha tocado nunca como lo haces tú. Si te detienes ahora, creo que me moriré.

Esa era toda la respuesta que él precisaba. Quinn apretó los dientes cuando la cálida humedad de ella lo envolvió y él se introdujo suavemente en su sexo. Su sexo era tan ceñido, tan cálido, que él se estremeció de placer. Trató de ser cuidadoso, pero su deseo, y su dios, lo empujaban con más violencia.

Quinn empujó una vez más, introduciendo todo su miembro en su interior. Marcail le clavó las uñas en la espalda con la respiración acelerada.

Él bajó la vista para mirarla y la descubrió con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y la boca entreabierta en pleno éxtasis. Le besó el cuello y empezó a moverse en su interior, primero lentamente y luego incrementando gradualmente el ritmo. La fricción de su miembro en ella casi hizo que derramara su semilla en aquel instante. Fue el modo en que el cuerpo de su amante empezó a moverse junto con el suyo lo que hizo que pudiera aguantar un poco antes de alcanzar el clímax.

Quinn sintió que ella se tensaba y supo que Marcail estaba a punto de llegar al orgasmo. Él inclinó la cabeza y cerró los labios sobre su pezón. Recorrió el pequeño pezón con la lengua, lo sorbió hasta que ella empezó a temblar. Y entonces lo mordió suavemente.

Él observó, fascinado, que ella se estremecía entre sus brazos. Era lo más hermoso que había visto jamás. Él siguió moviéndose, prolongando su orgasmo. Cuando el último temblor recorrió su cuerpo, él llegó también al orgasmo.

Con la cara enterrada en el cuello de Marcail, Quinn experimentó el orgasmo más maravilloso, más enternecedor de su larga vida.

Marcail no quería moverse. Le encantaba en sentimiento de tener a Quinn sobre ella, pero más que eso, le gustaba sentirlo en su interior.

Las pocas veces que Rory la había tomado, había sido rápido y, aunque no había resultado doloroso, tampoco había sido placentero. Pero aquellos recuerdos no debían nublar lo que acababa de suceder.

—¿Estás bien? —preguntó Quinn.

Marcail asintió con la cabeza y recorrió sus nalgas con los pies y apretó sus piernas contra sus pantorrillas. No podía dejar de tocarlo. El modo en que sus músculos se movían bajo sus manos era algo fascinante.

Y su cuerpo. Ella suspiró. Era tan tremendamente hermoso que ella nunca podía cansarse de mirarlo. No era solo que estaba perfectamente esculpido, con los músculos de sus hombros y sus brazos marcados; también podía distinguir perfectamente los de su pecho, que se iban estrechando hacia su cintura y luego formaban un firme trasero y unas fuertes piernas. Era la perfección en todos los sentidos.

—No te habré hecho daño, ¿verdad?

Ella oyó la preocupación en su voz y le dio un fugaz beso.

—No, Quinn MacLeod, no me has hecho daño. Lo único que has hecho es darme un placer tan intenso que no sé si voy a poder moverme.

Él soltó una carcajada.

—¿Es eso cierto?

—Sí que lo es. Dime una cosa.

—Lo que quieras.

—Lo que acaba de suceder entre nosotros, ¿es normal?

Él dudó un momento y Marcail estaba preocupada por si no respondía o por si lo hacía, pero no le gustaba la respuesta que le daba.

—No, no es normal. Generalmente un hombre siempre experimenta placer, pero no pasa lo mismo con las mujeres. Para que una mujer llegue al orgasmo, el hombre debe estimularla.

Justo como ella pensaba. Rory no se había preocupado lo suficiente por ella como para intentar darle el más mínimo placer.

—Entonces me alegro de compartir esto contigo.

—Sí, Marcail, estoy de acuerdo contigo.

Él salió de su interior y se acostó a un lado antes de acercarla hacia su lado. A ella le gustaba descansar la cabeza sobre su hombro. Era un tipo de intimidad que ella nunca había experimentado antes y sin la que ya jamás podría volver a vivir a partir de ese momento.

Si no hubiera sido por sus dedos que le acariciaban la espalda, ella habría pensado que él estaba dormido de lo relajado que estaba. Ella no era famosa por su paciencia y a pesar de que se repitió mil veces que no era asunto suyo, quería saber en qué estaba pensando.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó.

Él soltó un suspiro.

—En mi clan y el día en que todos murieron.

Marcail le puso la mano sobre el corazón, deseando que su magia hiciera efecto de inmediato y poder apartar el dolor de él.

—El tiempo no ha cicatrizado la herida de ese día, ¿verdad?

—No. El olor a podredumbre y carne quemada era tan fuerte que todavía siento náuseas. Es un olor que espero no tengas nunca que descubrir.

—Si Deirdre consigue lo que quiere, todos acabaremos oliendo ese hedor.

—¿Sabes qué es lo que recuerdo con más fuerza de aquel día? —le preguntó—. El silencio. El castillo de los MacLeod siempre había estado lleno de gente. Siempre se oían las conversaciones de los hombres mientras entrenaban, las risas de los niños, los herreros trabajando y los animales. Había muchos sonidos.

Marcail le dio un beso en el hombro.

—No puedo ni imaginármelo.

—El primer sonido que oí fue el de un cuervo. Lo siguiente que recuerdo es que había cuervos por todas partes.

—Las historias nunca cuentan lo que hicisteis con los muertos. ¿Los enterrasteis?

Él cogió uno de los suaves rizos que llevaba sueltos entre los dedos.

—Queríamos enterrarlos pero había demasiados. Tuvimos que quemarlos.

—Dijiste que regresasteis al castillo.

—Hemos vivido durante doscientos cincuenta años en el castillo que nos vio nacer. No pudimos reconstruirlo como nos hubiera gustado porque no queríamos que nadie supiera que estábamos allí. La gente tenía miedo de lo que le había sucedido a nuestro clan así que se mantuvieron alejados de la fortaleza.

Marcail se apoyó sobre el codo para mirarlo directamente a los ojos. Le acarició un mechón de cabello castaño claro que le caía sobre la frente.

—Has tenido una vida muy difícil.

—No —dijo él sacudiendo la cabeza—. Ha sido un infierno, pero hay otros que lo han pasado peor. Me di cuenta al llegar aquí. Ojalá hubieras podido ver el castillo antes de que estuviera en ruinas. Era majestuoso.

—¿Me lo enseñarás?

Aquella pregunta hizo que se dibujara una mueca en su rostro.

—Oh, sí. Claro que te lo enseñaré. Lucan tiene el don de convertir la madera en lo que quiera. Nos hizo una nueva mesa y sillas e incluso reparó nuestras camas.

—¿Y Fallon? ¿Qué talento tiene?

—El liderazgo —respondió Quinn sin ninguna duda—. Nació para ser el jefe del clan y Dios no podría haber elegido a un hombre mejor. Él será un buen líder para Hayden, Ramsey, Galen y Logan.

—¿Quiénes son esos, otros guerreros?

Quinn se puso una mano tras la cabeza, con el ceño fruncido.

—Galen fue el primero en encontrar a Cara, que había huido de Lucan porque todos los que ella tenía a su alrededor acababan muertos a manos de Deirdre, y no quería que Lucan muriera.

—Me imagino que Lucan fue tras ella.

—Así es. En el proceso, Galen encontró a Cara en el bosque. Galen reconoció el Beso del Demonio que Cara llevaba colgado del cuello.

Marcail hizo una mueca.

—¿Cara es una drough?

—No. Su madre lo fue, pero asesinaron a su familia cuando ella solo era una niña. Logró escapar y unas monjas la criaron. Cara es una buena persona. Por lo único que se convertiría en una drough sería para salvar a Lucan.

—Te gusta —dijo Marcail.

Quinn asintió con la cabeza.

—Me gusta. Es buena para Lucan, en realidad es buena para todos nosotros. Fue idea de Cara que Galen viniera al castillo.

—¿No teníais miedo de que fuera un espía de Deirdre?

—Al principio, claro que sí. Hay gente que es honesta y que su palabra es sagrada. Galen es uno de esos hombres. Resultó muy fácil confiar en él. Y cuando él dejó señales en los bosques para que los otros lo encontraran, nosotros también les dimos la bienvenida a todos.

Marcail volvió a recostarse en su hombro. A pesar de estar donde estaban, se encontraba feliz de hallarse entre los brazos de Quinn y de escucharlo hablar.

—Cuéntame más sobre ellos.

—Está Hayden, que es más alto que cualquier otro hombre y tiene unos brazos como los troncos de un árbol. No estoy seguro de lo que le sucedió en el pasado, pero odia cualquier cosa que tenga que ver con los drough. Cuando yo me marché, todavía se mostraban recelosos a la hora de dejar a Cara a solas con Hayden.

—Pero Cara no es una drough.

—Lo sé, pero para Hayden ella tiene sangre de drough, y eso basta para no hacer distinciones.

—Ya veo —susurró ella—. ¿Y los otros?

—Ramsey es el más tranquilo, el que siempre escucha. Uno puede olvidarse de que está allí hasta que realiza algún comentario o alguna sugerencia. Tiene una asombrosa capacidad para resumir las cosas en una o dos palabras, y también es muy bueno enfrentándose a dilemas.

Marcail sonrió.

—Tiene una buena cabeza.

—Y estoy convencido de que nos será muy útil.

—¿Y el otro guerrero?

—Logan. Es el más joven y siempre está sonriendo. Relaja los momentos de tensión con bromas y chistes que hacen que acabemos todos riendo.

Marcail deslizó la mano por el esculpido estómago de Quinn.

—¿Crees que acudirán más guerreros a vuestro castillo?

—Espero que sí. Para vencer a Deirdre vamos a tener que ser más de siete.

—Pero tú tienes a Duncan, Ian y Arran —dijo ella. Detuvo la mano en su cadera. Quería envolver su flácido miembro con la mano, pero no era lo suficientemente valiente como para hacerlo.

—Diez es mejor que siete.

Entonces ella recordó su deseo de correr riesgos que normalmente no se atrevería a correr pues podía morir en cualquier instante. Deslizó sus uñas por el lado de la cadera de Quinn hasta su muslo antes de mover la mano hacia su miembro.

Él se quedó sin respiración cuando la druida lo envolvió con sus manos. Ella observaba asombrada cómo su miembro crecía y se ponía duro ante sus propios ojos.

—Marcail —susurró él.

Ella sonrió y le dio un beso en el pecho.

—Me encanta el sentimiento de tenerte en mi interior, pero quería saber lo que sentía teniéndote entre mis manos.

La mano que él había colocado en su espalda la empujó con fuerza hacia él. Marcail empezó a mover su mano lentamente a lo largo de su envergadura, maravillada por el calor que desprendía y por lo duro que se puso. Era como si tuviera una barra de acero bajo la piel de lo rígido que estaba. Y sin embargo, su piel era tan suave como el terciopelo.

Un lecho de líquido se formó en el extremo de su miembro. Ella pasó su dedo pulgar por encima y esparció el líquido sobre su verga. Sintió un cosquilleo en el estómago al oír el débil gemido de Quinn.

Su mano se movía arriba y abajo, descubriendo el sentimiento de tener su falo entre sus manos. Le encantaba ver cómo él elevaba las caderas en respuesta a su contacto.

—Ya no más —dijo Quinn mientras se incorporaba de lado y la besaba. Él le dio la vuelta y se inclinó sobre ella hasta que su espalda se quedó contra el pecho de él.

—Me gustaba tocarte.

Él presionó los labios sobre su cuello y gimió. Aquella vibración sobre su piel era como estar en el cielo.

—Lo sé —dijo él con la voz pesada—. Pero yo también quiero tocarte.

Tal y como la había acomodado, Marcail no pudo deshacerse de él, pero antes de que ella pudiera quejarse, llegó con la mano hasta su sexo y separó los labios. Entonces introdujo un dedo en lo más profundo de su ser.

—Mmm… Creo que me gusta esta postura. Te tengo justo donde quiero tenerte.

Ella se mordió el labio mientras su miembro se introducía en ella desde atrás. Su otra mano había encontrado sus senos y ahora jugueteaba con un pezón entre sus dedos.

—Quinn —susurró ella. El deseo que sentía en su interior era tan grande que no pudo añadir ninguna otra palabra.

Como si él supiera justo lo que ella necesitaba, le levantó una pierna y dirigió su falo hasta su entrada. Con un solo empuje de sus caderas, ya estaba en su interior. Aquel sentimiento, que él le proporcionaba entrando desde su espalda, era nuevo y excitante.

Marcail gimió al sentir el placer que la invadía. Al tomarla Quinn en aquella posición, él podía entrar más profundamente en ella, tocar más de su cuerpo. Y aquello resultaba maravilloso.

Él se tomó su tiempo, moviéndose lentamente dentro y fuera de ella, incrementando su placer con cada empujón, con cada movimiento de sus caderas. Cuando empezó a moverse más rápido, más fuerte, Marcail se quedó indefensa, sin poder hacer nada más que sentir cómo llegaba su orgasmo inexorablemente y sin poder evitarlo.

Las primeras oleadas del orgasmo se apoderaron de ella antes de lo previsto. Quinn se agitó tras ella, con su nombre entre los labios mientras su cálida semilla se derramaba en el interior de su cuerpo. El hecho de saber que ambos habían alcanzado el orgasmo a la vez hizo que el placer se prolongara.

Pasaron unos largos minutos antes de que ninguno de los dos pudiera hablar mientras yacían entrelazados. Ella había creído que la primera ocasión que habían hecho el amor había sido portentosa, pero esta segunda había sido extraordinaria.

—Duerme, mi pequeña druida —le susurró al oído.

Marcail dejó que sus ojos se cerraran mientras se acurrucaba todavía más contra él. Al abandonarse al sueño se percató de que él seguía en su interior.