Quinn nunca había probado nada tan dulce como los besos de Marcail. Él había intentado evitar que ella se acercara, pero tras el primer contacto de su mano sobre su espalda, había sido incapaz de alejarla de él.
Ahora, con su esbelto cuerpo contra él y sus suaves gemidos inundando sus oídos mientras él la besaba, lo único que quería era hacerle el amor, sumergirse en sus profundidades, tener sus piernas alrededor de su cintura, oírla gritar su nombre. El deslizó sus manos por su cuerpo, que avanzaron hasta su diminuta cintura y luego hasta sus caderas, que se ensanchaban de aquel modo tan seductor.
Pero no podía dejar de besarla. Habían pasado cientos de años desde la última vez que había besado a una mujer, y nunca antes lo habían besado con tanta pasión y necesidad como lo hacía Marcail.
Su miembro se estremeció ante aquella necesidad y le temblaron las manos al cogerla por las caderas y empujarla hacia él, presionando los senos de ella contra su pecho. Esta gimió, haciendo que su sangre comenzara a hervir de deseo, de urgencia.
Con el hambre de probar más de ella acuciándolo, se olvidó de todo menos de la exuberantemente hermosa mujer que tenía entre los brazos.
Quinn no dejó de besarla mientras la levantaba del suelo y ella le envolvía la cintura con sus piernas. Solo entonces la recostó sobre la losa que le hacía de camastro.
—Me encanta sentirte —le susurró ella al oído cuando él dejó caer su peso sobre ella.
El guerrero gimió y volvió a besarla. Podría estar besándola toda la eternidad y ni siquiera así tendría suficiente. Mientras ella le acariciaba la espalda y los hombros con las manos, él le cogió los senos. La druida le clavó las uñas en la espalda cuando él le acarició el pezón con el dedo por encima del vestido y sintió cómo se endurecía.
Aquella mirada de sorpresa le permitió saber que ella nunca había experimentado aquel tipo de placeres y él estaba dispuesto a darle todavía mucho más.
Marcail no lo detuvo cuando le subió el vestido hasta poder tocarle la parte interna de los muslos. Durante unos momentos él dejó que sus manos reposaran sobre la suave piel de sus piernas antes de ir a buscar su sexo. Se le tensaron los testículos al sentir la humedad que había entre las piernas de la mujer.
Incapaz de retroceder, Quinn puso la mano sobre su sexo antes de deslizar un dedo en su interior.
—Quinn, por todos los santos —susurró ella contra su hombro—. ¿Qué me estás haciendo?
—Te estoy dando placer.
Volvió a besarla mientras dibujaba círculos sobre su clítoris con el dedo. El cuerpo de Marcail se sacudió entre sus brazos. Él apenas había empezado a tocarla y, sin embargo, sabía que estaba a punto de llegar al clímax.
Quinn deslizó otro dedo en el interior de ella y empezó a moverlo mientras con el pulgar seguía jugueteando con su clítoris, suave y lentamente.
Cambió el ritmo del movimiento de sus dedos. Primero penetrándola rápida y profundamente, luego suave y lentamente. Ella levantaba las caderas y las movía al compás de sus estocadas y su respiración iba acelerándose por momentos. Quinn no había visto nunca antes nada tan hermoso.
Hasta que ella se desmoronó entre sus brazos.
Él la miraba fijamente al rostro y observaba el placer que la consumía. Y en aquel justo instante él supo que, en lo que a Marcail se refería, uno nunca sería suficiente.
Quinn retiró la mano y le bajó el vestido antes de poder sumergir su erecto miembro en su interior. Él quería poseerla, pero la realidad de donde se encontraban cayó sobre él rápidamente como una losa.
Marcail abrió los ojos y lo miró sonriente, con unos ojos llenos de pura felicidad.
—¿Qué me has hecho?
—¿Nunca antes habías tenido un orgasmo?
Ella sacudió la cabeza.
—¿Sucede con frecuencia?
—Sucederá cada vez que yo te toque —le prometió él.
Ella le cogió el rostro con ambas manos antes de besarlo. Lentamente, sin prisas.
—No me has tomado como lo hace un hombre —dijo ella casi en un susurro.
Quinn quería sacar a su marido de la tumba y arrancarle la cabeza por haber sido tan insensible con una mujer como Marcail.
—Quiero hacerlo. Más que nada en este mundo. Te quiero a ti, Marcail. —Él le cogió la mano y la posó sobre su miembro—. Quiero volver a besarte, volver a saborear tu cuerpo.
—Espero que lo hagas.
Él suspiró y bajó la frente, reposándola sobre la de ella. No se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba oír aquellas palabras hasta que ella no las había dicho.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó la druida.
Fue entonces cuando Quinn se dio cuenta de que todas las emociones que lo estaban consumiendo desde el momento en que se habían llevado a Ian habían desaparecido. Él levantó la cabeza y la miró a los ojos.
—¿Qué me has hecho?
Marcail se encogió de hombros.
—Es mi magia. No siempre funciona. ¿Te acuerdas cuando te dije que podía sentir las emociones de la gente? También puedo hacer que esos sentimientos desaparezcan.
Quinn parpadeó. Solo la idea de que toda aquella ira estuviera ahora dentro de Marcail hizo que se le partiera el corazón.
—¿Te los llevas dentro de ti?
—Antes sí que era así, pero en esta ocasión… contigo ha sido diferente.
—¿Diferente en qué sentido?
—Las pocas veces que he utilizado mi magia en ese sentido, siempre acababa poniéndome enferma. Pero no contigo. Me has dado placer más allá de lo que nunca hubiera podido imaginar.
Quinn se quedó mirándola un instante antes de volver a besarla.
Y, de pronto, todo se vino abajo con los alaridos de Duncan.
A Duncan le costó solo un instante acordarse de que Deirdre se había llevado a su hermano gemelo.
¡Ian!
En todos los años que habían vivido, nunca habían estado separados. Se hallaban unidos de un modo que la mayoría de la gente no podía entender y aquello ya era así antes de que su dios se liberase. Con el poder añadido que les había proporcionado su dios, su lazo de unión no había hecho más que fortalecerse.
Duncan no podía controlar la ira en su interior. Tenía que dejarla salir fuera como fuese o acabaría explotando.
—Tranquilo, Duncan.
No le hizo caso a Arran e intentó ponerse en pie, pero el aplastante peso de la pérdida de Ian pudo con él. Duncan se clavó las garras en sus propias manos y se le nubló la visión con la rabia que lo consumía por dentro.
Un rugido llegó a su garganta desde lo más profundo de su ser y fue incapaz de detenerlo. Pero ese pequeño alivio no consiguió calmar lo más mínimo el dolor por la pérdida de su gemelo.
Quinn llegó corriendo a la cueva y se detuvo ante Duncan.
—Si hubiera sabido lo que iba a hacer…
—No —lo detuvo Duncan—. Nadie de nosotros podía haberlo sabido. Tú has hecho lo que cualquiera de nosotros habría hecho. No te culpo por ello.
—Deberías hacerlo —dijo Quinn—. Yo lo hago.
Si había alguien que podía comprender a la perfección por lo que estaba pasando Duncan ese era Quinn. Duncan se puso en pie hasta quedarse mirando a Quinn a los ojos. Una parte de él quería culpar a Quinn, pero toda la culpa terminó por centrarse únicamente en Deirdre.
—Golpéame —dijo Quinn—. Deja salir toda tu ira y proyéctala sobre mí antes de que te consuma por dentro.
Duncan bajó la mirada y sacudió la cabeza.
—No lo haré, Quinn. Ella podía haberse llevado a cualquiera de nosotros.
—Lo traeré junto a ti —dijo Quinn mientras ponía la mano sobre el hombro de Duncan—. Te lo prometo.
Este asintió con la cabeza, aunque sabía que las posibilidades de que su hermano volviera junto a él como el hombre que había sido eran escasas. Todos habían visto de lo que era capaz Deirdre y todos sabían que su tiempo en aquella montaña era limitado.
Pero a Duncan nunca se le había pasado por la cabeza que se pudieran llevar a su hermano.
Duncan cogió aire despacio.
—¿Ha visto Deirdre a Marcail?
—No —dijo Arran—. Si la hubiera visto se la habría llevado a ella en lugar de llevarse a Ian, de eso estoy seguro.
—Ve con Marcail —le dijo Duncan a Quinn.
—Solucionaré todo esto —insistió—. Haré que vuelva Ian.
Con una última mirada a Duncan, Quinn abandonó la cueva. Duncan se escurrió laxo hasta una de las rocas que les servía de asiento y dejó caer la cabeza entre las manos.
Lo que los otros ignoraban era que Duncan sentiría cada corte, cada golpe que le dieran a Ian. Sufriera lo que sufriese Ian, también lo sufriría Duncan.
Marcail se estiró perezosamente, con el cuerpo todavía colmado del placer que había experimentado y que nunca hubiera podido imaginar. Se sentó y se cogió las piernas entre los brazos, contra el pecho. De pronto se dio cuenta de que estaba sonriendo con ensoñación, sus pensamientos centrados en el atractivo e inmortal highlander.
Durante aquel maravilloso instante con Quinn, Marcail había olvidado dónde se encontraban, se había olvidado de Deirdre y su malévolo plan e incluso se había olvidado de que su vida pendía de un hilo. Todo lo que importaba en aquel momento era el exquisito modo en que Quinn había tocado su cuerpo.
Sin embargo, la realidad los había golpeado demasiado pronto. Marcail frotó sus manos contra sus brazos sobre la tela del vestido. Los únicos instantes en los que su cuerpo estaba cálido era cuando tenía a Quinn a su lado; en cualquier otro momento, las frías temperaturas del lugar le absorbían hasta el último atisbo de calor de su organismo.
Las primeras notas de una melodía aparecieron flotando en su mente, una tonada que reconoció al instante. Justo un momento después comenzó el cántico. Del mismo inesperado modo en que había aparecido, se desvaneció dejando a Marcail con un sentimiento de abandono y a la espera de volver a escuchar la música.
Se puso en pie en un esfuerzo por mantener el calor de su cuerpo cuando repentinamente pudo ver al guerrero de color cobrizo al otro lado de la cueva. La mirada de Charon, como siempre, estaba fija en Quinn.
Marcail no necesitaba pisar la cueva de Duncan para distinguir lo que estaba observando Charon. Pero la razón por la que el guerrero color cobre se hallaba tan intrigado por Quinn era una incógnita.
Duncan le había dicho que él no se había puesto del lado de Quinn. Entonces, ¿por qué mostraba Charon tanto interés por todo lo que hacía Quinn?
Marcail dio un paso para dirigirse hacia Charon y preguntarle, cuando Quinn apareció de nuevo en la cueva. Su mirada se quedó clavada en él y la sonrisa que había iluminado su rostro justo unos momentos antes, volvió a aparecer.
Quinn ralentizó sus pasos al verla. Todavía no se había puesto la camisa y mostraba el aspecto de su dios.
Ella lo llevó al centro de la cueva. Le levantó las manos con las suyas, examinando su piel negra y sus garras. Justo en el momento en que ella tocó una de aquellas mortíferas y largas garras, él empezó a convertirse.
—No —le pidió ella—. Deja que te sienta. Deja que sienta todo tu ser.
Él dudó un instante y, al comprobar que no se movía, ella volvió a acariciarle las garras. Aquellas garras eran más largas que dedos y, según supuso, más afiladas que el filo de una espada.
Era impresionante ver cómo se transformaba de hombre a guerrero y a la inversa. Ella no sabía dónde se escondían aquellas garras y los colmillos cuando volvía a ser hombre, pero no le importaba.
Ante ella se manifestaba la auténtica razón por la que Roma nunca llegó a conquistar Britania, y estaba agradecida de que no lo hubiera conseguido.
—¿Qué ves? —le preguntó Quinn.
Ella examinó con detenimiento sus ojos negros. Esa era la única parte de un guerrero a la que ella nunca podría acostumbrarse. Extrañaba los ojos verdes de Quinn, pero además de eso, cuando el ojo cambiaba y suprimía el iris y la esclerótica, la sensación resultaba inquietante.
—Veo fuerza y poder —susurró ella—. La evidencia de que la magia existe está en pie, frente a mí, en todo su esplendor negro como el ébano.
—¿Magia?
Ella asintió y le levantó la mano para que su palma quedara justo frente a la suya.
—No necesitas ninguna espada ni ninguna daga para defenderte. Tienes tus armas justo aquí. Diez, de hecho. ¿No es eso magia?
—Es maldad.
—¿Eso crees? —Ella le soltó la mano e intentó tocarle uno de los colmillos—. ¿No sientes la magia inundando tu sangre cada vez que dejas libre a tu dios? ¿Cada vez que esto sucede no rememoras lo mucho que los druidas y los celtas sacrificaron para salvar esta tierra?
—Recuerdo cada maldito día de mi vida, Marcail. ¿Cómo puedes mirarme y no sentir repulsión? Tengo colmillos y garras, como una bestia —dijo él con un gruñido.
Ella supo en aquel justo instante que no había nada que pudiera decirle a Quinn para demostrarle que, incluso en su forma de guerrero, él era maravilloso a sus ojos.
Puede que fuera porque acababa de vivir la experiencia más extraordinaria de su vida, pero Marcail se sentía osada. Se puso de puntillas y besó a Quinn.
La punta de los colmillos se le engancharon a los labios pero no le importó. Con el primer contacto de la boca de él contra la suya, el calor que había inundado su cuerpo solo un momento antes, volvió a recorrer todo su cuerpo.
Quinn la rodeó con sus brazos mientras ponía su boca sobre la de ella. Fue con cuidado de no cortarle los labios con los colmillos y no le importaba lo mucho que ella intentara intensificar el beso, él no se lo permitiría.
—Dioses… —susurró él al terminar el beso—. ¿Qué estás intentando hacerme?
Marcail sonrió.
—Quería mostrarte lo que pienso de ti, ya seas Quinn MacLeod el hombre o el legendario guerrero del que habla Escocia entera.
—Si sigues con esto tendré que echarte de nuevo en la cama.
A ella le encantaba que bromease, pero también sabía que lo estaba diciendo en serio. Y aquello provocó que todo su cuerpo se estremeciera sin mayor motivo.
—¿De verdad?
Él sonrió y la apretó fuerte contra su cuerpo mientras la rodeaba con sus brazos.
—Eres como los primeros rayos de sol después de un crudo invierno. No deberías estar en este oscuro y malvado lugar, Marcail.
—Tú tampoco, Quinn.