Quinn no sabía qué pensar del dulce sentimiento que palpitaba en su pecho cuando se despertó con Marcail entre sus brazos. El modo en que ella lo miraba, tan abierta y honestamente, y el modo en que hablaba con él, como si no le tuviera miedo, solo hacía que quisiera estar más cerca de ella.
Le encantaba ver sus incontables sonrisas, desde las más tímidas a las abiertas sonrisas de oreja a oreja que la iluminaban por completo desde el interior hasta el exterior.
Hablaron de tonterías durante la comida. Era tan fácil, tan cómodo adaptarse a Marcail. Se había acostumbrado a, prácticamente, no hablar con nadie de nada. ¡Maldita sea, si antes ni siquiera comía ya con sus hermanos!
¿Por qué, entonces, no podía mantenerse alejado de Marcail? ¿Qué había en ella que hacía que se sintiera tan a gusto, como si pudiera contarle cualquier cosa?
Quinn se agachó al lado del agua y se quitó la camisa. Lanzó la camisa rojo oscuro a un lado, lleno de odio porque esta provenía de Deirdre. Pero era o llevarla o ir desnudo, y si decidía no llevarla tendría que quitarse también los pantalones y las botas.
El lugar donde se concentraba el agua era también donde bebían, así que Duncan había conseguido hacer un pequeño cubo para coger agua. Quinn cogió el cubo y lo llenó a medias. Luego se lavó los brazos, el pecho y la cara en un esfuerzo por mantenerse limpio antes de echarse el resto del agua por la cabeza.
Sacudió la cabeza para eliminar el exceso de agua antes de pasarse las manos por la cara. Quinn había dado por supuesto que siempre estaría a su alcance el mar que tanto amaba. Echaba de menos pescar y cazar como nunca pensó que podría hacerlo.
Pero más aún, echaba de menos su hogar, a sus hermanos y la tierra que estaba en su alma. Quería escapar de la montaña de Deirdre, y lo conseguiría aunque tuviera que escalar por las rocas con sus propias garras.
Un cambio en la atmósfera del Foso advirtió a Quinn de que se acercaba alguien y que no era Broc. Quinn liberó a su dios mientras se ponía en pie. Se dio la vuelta y descubrió a Arran que se apresuraba hacia él.
—¿Quién es? —preguntó Quinn.
Arran dudó un instante, y aquello fue todo lo que Quinn necesitó.
Deirdre.
—¿Por qué no me dejará ya en paz de una vez esa malvada bruja?
—No sabemos si es ella. Podría ser Isla.
Quinn sacudió la cabeza y pasó por delante de Arran hacia la entrada.
—Conozco lo que me hace sentir su magia, Arran. Isla es fuerte, pero esto… esto es Deirdre.
El resto de los guerreros del Foso también debían de haberse dado cuenta porque se apresuraron a meterse en sus cuevas y esconderse en la oscuridad. Quinn no los culpaba por ello. A él le hubiera gustado poder hacer lo mismo. No por miedo, sino porque no podía soportar mirar a Deirdre.
Arran estaba en pie a la derecha de Quinn e Ian a su izquierda. Les había advertido a los guerreros que se mantuvieran alejados de él cuando Deirdre lo visitara, pero ellos nunca lo habían escuchado antes, así que tampoco creía que fueran a hacerlo ahora.
Quinn volvió la cabeza buscando a Marcail con la mirada. Ella se dirigía hacia él cuando Duncan la detuvo. Quinn hizo un gesto de aprobación con la cabeza. Afortunadamente fue suficiente para que Marcail se fuera con Duncan.
El guerrero la escondió en una esquina y se puso en pie delante de ella. Quinn sabía que Duncan quería estar más cerca de él, pero ninguno podía arriesgarse a que Marcail se acercara a Deirdre.
Duncan cruzó sus anchos brazos sobre el pecho y le hizo un gesto de asentimiento a Quinn con la cabeza. Protegería a Marcail con su propia vida. Quinn le devolvió el gesto y se dirigió hacia la puerta de entrada por la que llegaría Deirdre.
No tuvieron que esperar mucho.
Quinn divisó a Deirdre por la rendija de la puerta. La piel le ardía en deseos de hundir sus garras en los blancos ojos de Deirdre. El mal que la rodeaba podía sentirse a través de las piedras, pero cuando se hallaba cerca, era como si el mismísimo diablo le estuviera quitando la vida a Quinn.
Él cerró la mano en un puño, sus garras crecieron todavía más. La sangre le llenó la boca al morderse la lengua con los colmillos. Nunca había sentido tanto odio por una persona. Cada vez que veía a Deirdre recordaba la masacre de su clan y la muerte de su hijo.
Tras un simple movimiento de la mano de Deirdre, la puerta se abrió con un crujido por el roce de las rocas unas contra otras. Quinn no se sorprendió al ver al guerrero azul marino al que había llegado a despreciar tanto como a Deirdre: William.
Se había atrevido a atacar el castillo dos veces y había sido él quien casi apresa a Cara. Gracias a que Fallon por fin liberó a su dios, Lucan tuvo el tiempo suficiente para rescatar a su mujer.
Quinn también mataría a William algún día. La muerte del guerrero le proporcionaría un gran placer, pero no tanto como el placer que la muerte de Deirdre le dispensaría.
Deirdre y William se adentraron en el Foso como si estuvieran andando por las calles de Edimburgo. Eran la pareja perfecta, Deirdre y William. Ambos se habían sumergido en el mal y ansiaban el poder como un cuerpo ansia respirar.
—Quinn —dijo Deirdre mientras se detenía ante él—. Tienes muy buen aspecto. O todo el buen aspecto que se puede tener viviendo en el Foso.
Él no se molestó en contestar.
La maga miró a Arran y a Ian y luego volvió la mirada hacia Duncan, que estaba dentro de la cueva.
—Veo que te has hecho con el mando aquí abajo.
—Basta —dijo Quinn—. Lo sabes desde el día que me lanzaste aquí.
Ella rió y el sonido de su risa fue como el grito de una banshee.
—Es cierto Quinn. ¿Estás listo para venir conmigo y ocupar tu lugar a mi lado y en mi cama? ¿Dispuesto a darme el hijo que necesito?
—Antes me comería mis propios ojos.
La sonrisa se desvaneció de su delgado rostro. Abrió bruscamente los orificios de la nariz mientras dejaba salir la ira de su cuerpo en oleadas.
—Eso podemos arreglarlo.
—Siempre que eso haga que no tenga que volver a verte… —dijo Quinn en tono de burla. Sabía que no debía hacerlo, pero no podía evitarlo.
Su ira desapareció con la misma velocidad con la que había aparecido. Ella respiró profundamente y levantó la cabeza, orgullosa.
—¿Por qué te enfrentas a mí? Estamos destinados a permanecer juntos. Tengo la profecía que lo demuestra.
—No creo en el destino. Yo tomo mis propias decisiones y mi respuesta a tu petición será siempre la misma: nunca.
De pie al lado de Deirdre, William soltó un rugido. Quinn abrió la boca y dejó sus colmillos a la vista. Estaba deseando volver a enfrentarse con aquel indeseable. Ahora era un buen momento, como cualquier otro.
—¡William! —gritó Deirdre.
Inmediatamente, el guerrero azul oscuro se quedó en silencio. Volvió la mirada hacia Deirdre con reverencia. Aquel gesto hizo que a Quinn le dieran arcadas.
—Dime —dijo Deirdre mientras un mechón de su blanca cabellera se elevaba desde el suelo para acariciar el pecho de Quinn—. ¿Qué es lo que más te importa en este mundo?
Quinn se mordió la lengua para evitar decir cualquier improperio dirigido a aquella bruja. Quería apartarse del tacto de su pelo, que ella disfrutaba utilizando como arma.
—La respuesta sería que tus hermanos. Y supongo que ahora habría que añadir a Cara en el lote, ya que ella le pertenece a Lucan.
Le costó un gran esfuerzo no apartarse aquel pelo de encima de un manotazo. Quinn apretó fuerte la mandíbula y trató de pensar en el sonido de las olas rompiendo en los acantilados, cualquier cosa para evitar que la ira se apoderara de él.
Deirdre realizó un gesto de reconocimiento ante lo que sabía que él estaba sufriendo.
—Ya llevas alejado de tus hermanos algo más de un mes. Puede que hayan cambiado muchas cosas. Es posible que Fallon haya encontrado a su propia mujer.
Piensa en las olas. Piensa en las olas.
—Pero —siguió diciendo Deirdre—, hablemos de otra cosa, como de los hombres que tienes a tu alrededor. ¿Qué estarías dispuesto a hacer para salvarlos?
Quinn perdió entonces todo el control.
—Si los tocas, a cualquiera de ellos, haré que tu muerte sea lo más dolorosa posible.
—No lo creo. De hecho, sé que eso nunca sucederá. Serás mío, Quinn. ¿Quieres poner las cosas fáciles o difíciles?
Estaba dispuesto a que le rebanasen el cuello antes que ser suyo, pero no había ningún motivo para comunicarle sus intenciones a ella.
—Como ya te he dicho, mi respuesta es nunca.
—William —dijo Deirdre con un chasquido de los dedos.
De pronto se hizo el caos. William se abalanzó sobre Ian mientras Deirdre utilizaba su cabello para atar a Quinn. Arran intentó ayudar, pero lo lanzaron atrás, contra una pared, con una ráfaga de la magia de Deirdre.
Quinn utilizó sus garras para cortar el pelo de Deirdre, pero tan pronto como cortaba un mechón, este volvía a crecer al instante. Hubo un fuerte rugido a las espaldas de Quinn mientras arrastraban a Ian fuera del Foso.
De pronto algo azul claro cruzó por delante de ellos mientras Duncan atacaba a William para salvar a su hermano. Antes de que Duncan pudiera alcanzar a Ian, Broc y otros seis guerreros entraron apresuradamente en el Foso.
Quinn aulló de rabia mientras veía a Duncan caer inconsciente y a Ian ser conducido a rastras lejos de allí. El pelo de Deirdre apretó su nudo alrededor del cuello de Quinn, cortándole la respiración por un instante.
—Tu actitud está consiguiendo que comience a enfadarme —le dijo Deirdre—. Ahora Ian es mío. Lo torturaré, lo mataré y lo devolveré a la vida para volver a torturarlo y matarlo hasta que se alíe conmigo.
—No.
—¡Sí! —gritó ella—. Y les haré lo mismo a cada uno de tus hombres. Si eso todavía no hace que vengas deseoso a mi cama, haré que mires cómo torturo a los druidas que capture.
Ella se acercó a él y le puso la mano en el pecho.
—Voy a dejar que pienses en lo que te he dicho. La próxima vez que venga a por ti, te sugiero que aceptes mi oferta.
En el momento que su cabello lo dejó libre, Quinn se tambaleó y cayó hacia atrás. Ian había desaparecido, puede que para siempre. La ira de Duncan no tendría límites y todo había sido culpa de Quinn. No debería haber subestimado a Deirdre.
De regreso a su cueva, Quinn vio a Charon observándolo. Arran ya había llegado al lugar donde se encontraba Duncan y se disponía a acompañar al gran guerrero hacia su cueva y la de Ian.
Quinn nunca había sentido tanto odio hacia sí mismo como en aquel momento. ¿Era su propio futuro más valioso que las vidas de sus amigos?
Y ojalá Deirdre nunca encontrara a Marcail. Lo que le haría a Marcail sería peor de lo que podría hacerle a cualquiera de los guerreros.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la cueva, pero la culpabilidad por lo que acababa de suceder le pesaba sobre la espalda e hizo que cayera de rodillas. Quinn se cogió la cabeza con las manos y soltó el grito que había estado aguantando tanto tiempo.
Toda la ira, la frustración y el resentimiento brotaron libres en aquel rugido. Pero ni siquiera aquello lo alivió.
Cuando sintió la presencia de Marcail, cuando sintió su magia, él se giró hacia ella.
—Déjame solo.
Marcail no pudo alejarse de Quinn, al igual que no podía detener la magia de sus ancestros que corría por sus venas. Su magia vibraba con los sentimientos que inundaban el alma de Quinn.
Ella quería ayudarlo, mejor dicho, tenía que ayudarlo. Era evidente que se culpaba a sí mismo, pero la culpa solo era de una persona, Deirdre.
A Marcail se le partió el corazón por el dolor que todavía podía oírse en el rugido de Quinn. Nunca antes había visto a alguien tan herido como él. Y ese dolor solo empeoraría en cuanto Duncan se levantara.
Solo de pensar en el alarido de cólera que emitió cuando cogieron a Ian hacía que se estremeciera todo su cuerpo de terror.
Deirdre pensaba que al proceder así conseguía doblegar a Quinn y a los otros, pero lo único que lograba era fortalecer su determinación de luchar contra ella.
Marcail se arrodilló lentamente ante Quinn. Le temblaba la mano mientras la acercaba hacia él, pero no de miedo. Temblaba por lo profundos que eran sus sentimientos. Ella podía hacer que él se sintiera mejor. Todo lo que tenía que hacer era tocarlo.
—Quinn —le susurró mientras le pasaba las manos por la espalda desnuda.
Sus músculos se tensaron ante su tacto, pero no se apartó. Marcail empezó a absorber su ira y frustración. Siempre que había hecho aquello en el pasado, acababa mareada y tenía el estómago revuelto. Pero ahora, lo único que sentía era la dorada piel de Quinn y sus fuertes músculos bajo la palma de sus manos.
Ella cerró los ojos cuando él rodeó sus caderas con los brazos y dejó descansar su cabeza sobre sus muslos. Todavía tenía el cabello húmedo y ella deseaba pasarle los dedos por entre aquellos mechones ondulados.
Cuando los dedos de Quinn se movieron para acariciarle el pelo, ella no se apartó. Él levantó los hombros y empezó a enderezarse, pero siempre con su cabeza apoyada sobre su estómago, rozando sus senos y llegando a su pecho. Se le aceleró la respiración mientras las manos de él le recorrían la espalda. Pero era su corazón el que amenazaba con salírsele del pecho cuando él la acercó hacia su cuerpo. Estaban abrazados con los cuerpos uno contra el otro, desde las rodillas al pecho.
Ella entreabrió los labios sin ser consciente de lo que estaba haciendo cuando descubrió el rostro de él casi pegado al suyo. Un brazo musculoso la tenía cogida con fuerza, apretándola contra su pecho tenso.
Con su cuerpo encendido por un deseo que ella nunca había sentido antes, Marcail metió los dedos entre los frescos rizos de su cabello. Los húmedos y suaves mechones la ayudaron a centrarse y no dejarse arrastrar por el deseo que parecía querer engullirla.
Ese deseo ahogaba las fuertes emociones que estaba absorbiendo de Quinn. Ella lo observaba, fascinada, mientras sus ojos, sumidos en el más profundo negror, cambiaron de pronto al verde claro.
Ella no necesitaba mirar su piel ni sus manos para saber que la negrura se había desvanecido y que sus garras ya no eran visibles. Pero el anhelo que advirtió en sus ojos solo sirvió para avivar el suyo propio.
Marcail susurró su nombre cuando él le cogió suavemente la cabeza con la mano. Cuando bajó la cabeza, ella cerró los ojos.
El primer contacto de sus labios sobre los de ella, hizo que se le parara la respiración. Ella se estremeció y él la acercó con más fuerza hacia él, si es que eso era posible. Ella podía sentir el latido de su corazón, podía oír su respiración agitada.
Y entonces volvió a besarla. Esta vez un beso más largo, con sus labios recorriendo los de ella con suavidad. Ella gimió cuando él le lamió los labios y entonces su lengua se introdujo en su boca.
Marcail gimió, el calor había invadido su cuerpo y se había concentrado entre sus piernas al sentir su sabor. Él siguió besándola hasta que ella se pegó a él. Desesperada por sentir más. Desesperada por él.
Su cuerpo ya no respondía a su voluntad. Cada caricia, cada movimiento de su lengua contra ella, hacía que su deseo creciera cada vez más hasta hacer que le temblara el cuerpo entero.
—Dios mío… —dijo Quinn.
Ella lo miró sin saber muy bien si sería capaz de utilizar la voz. Pero entonces él volvió a posar sus labios sobre los de ella. El brazo que tenía cogiéndola por la espalda fue bajando lentamente. Él la apretó más contra sí y sintió la erección de su miembro.
Ella lo deseaba. Quería sentirlo, verlo y experimentar la sensación de ser suya. No importaba nada más en aquel instante excepto Quinn y el deseo que compartían.