No importaba lo mucho que Quinn intentara olvidar que había una mujer despampanante y extremadamente hermosa solo a unos pasos de él, era inútil.
Trató de pensar en Deirdre y en un plan de escape, pero lo único en lo que podía concentrarse su mente era en la forma de los carnosos labios de Marcail y en su delicioso aroma. Toda la sangre de su cuerpo se le había concentrado en la entrepierna y el dolor que sentía en ese punto no parecía que fuera a desaparecer fácilmente.
Los otros guerreros del Foso también habían empezado a mostrarse inquietos. Podían olerla, podían oírla. No importaba lo que pasara, Quinn no podría abandonar nunca el Foso o de lo contrario alguno de ellos la atraparía. Ese pensamiento hizo que su rabia creciera en su interior.
Quinn volvió esa ira a su favor y empezó a intentar comunicarse con las ratas. Aunque todavía no había perfeccionado su poder estando en su forma humana, como había hecho Lucan, Quinn adquiría más destreza cuanto más lo utilizaba.
Se revistió con la forma de su dios, como hacía cada vez que quería que lo vieran. Su poder se arremolinaba en el interior de su cuerpo, incrementándose y ganando potencia con cada latido de su corazón.
Encontrad a los otros guerreros. Mordedlos, atacadlos, molestadlos. Mantenedlos ocupados, les ordenó Quinn a las ratas.
Su agudo sentido del oído captó los arañazos de las garras de las ratas contra el suelo mientras se apresuraban a cumplir sus órdenes. Quinn no ocultó su sonrisa cuando oyó el quejido del primer guerrero al que habían mordido.
No es que fuera mucho, pero las ratas distraerían a los guerreros durante un buen rato. Quinn estaba ansioso por abandonar aquella montaña y probar su poder con otros animales, especialmente con los caballos.
Antes le encantaba montar a caballo. Su montura favorita había sido un caballo zaino. Quinn echaba de menos al animal. No había vuelto a montar desde que se había hecho inmortal. No había ninguna razón para hacerlo, ya que él podía moverse tan rápido o incluso más que cualquier caballo.
Aun así, añoraba sentir un caballo bajo su cuerpo y ver el suelo pasar borroso bajo las pezuñas del animal mientras corría por los montes. Hace trescientos años, montar aquel caballo había hecho que se sintiera casi como un dios. Qué ingenuo resultaba.
Quinn sintió una presencia a su lado, se giró y descubrió a Arran. El guerrero tenía la mirada fija en la cueva de Charon. Por alguna razón, Arran odiaba a Charon, pero Quinn no había podido averiguar la razón.
—Has reclamado a la mujer como tuya y, sin embargo, no quieres estar a su lado —dijo Arran antes de volver la mirada hacia Quinn.
Solo el hecho de mencionar el nombre de Marcail hizo que a Quinn se le acelerara el pulso.
—No es cuestión de querer, es cuestión de merecer. No soy el hombre adecuado para ella.
—Pero tú la quieres.
—Más de lo que he querido nada en toda mi larga vida. Es una buena persona que ha caído presa en la red de Deirdre. Yo llevo al demonio en mi interior, Arran.
—El demonio que hay en tu interior no te hace ser malvado. Nos queda la opción de elegir.
Quinn sonrió y sacudió la cabeza.
—Hablas como Lucan. Él me dijo lo mismo una vez.
—Entonces es obvio que tu hermano es el más listo de los tres y no tú, como dicen.
Quinn puso los ojos en blanco.
—Admito que Lucan y Fallon son mejores hombres que yo y que, a veces, Lucan ha demostrado ser casi tan listo como yo, pero nunca admitiré que me supera en inteligencia.
La sonrisa de Arran, aunque leve, se desdibujó de sus labios.
—Si quieres a Marcail, entonces tómala. He visto el modo en que te mira, mi querido amigo. No seas estúpido y dejes que pase este momento. Vivo a diario arrepintiéndome de cosas que no he hecho. Aprende algo de mí.
Quinn vivía con sus propios arrepentimientos.
—No puedo arriesgarme, Arran. Deirdre descubrirá a Marcail antes o después. Ya la he puesto en peligro salvándola. Si la tomo, como deseo hacer, la ira de Deirdre será implacable.
—¿Y te preocupa Marcail?
—Sí. Deirdre la quiere muerta. Supongo que Deirdre dejará a Marcail aquí abajo hasta que muera, a no ser que descubra que la he hecho mía. Entonces, prepárate para ver hasta dónde puede llegar su furia.
Arran se pasó una mano por el mentón.
—Puede que tengas razón. Quién sabe el tiempo que te queda antes de que Deirdre vuelva a llevarte a su lado. Ella quiere un hijo tuyo.
Al principio, cuando lanzaron a Quinn al Foso, pensó que estaría allí hasta que lo rescataran o hasta que muriera. Pero, a medida que pasaba el tiempo, las visitas de Isla y de Broc eran menos espaciadas. Quinn sabía que algún día, Deirdre se cansaría del juego y lo convocaría ante ella.
¿Era eso a lo que se refería Broc al decir que se le estaba acabando el tiempo?
—Maldita sea —murmuró Quinn.
Él confiaba en Arran y en los gemelos, pero ¿cuánto duraría su lealtad cuando tuvieran que ver la belleza de Marcail día tras día sin que Quinn estuviera allí?
No mucho.
Arran le dio una palmada en la espalda.
—Eso mismo.
Quinn bostezó y se frotó los ojos. Cuando echó un vistazo hacia el interior de la cueva, vio a Marcail recostada en la losa que hacía de cama, con los brazos a su alrededor, temblando.
—Ve con ella —dijo Arran—. Ya has estado vigilando demasiado rato.
Quinn no discutió, no cuando lo único que deseaba era estar de nuevo al lado de Marcail. Se dirigió hacia ella y se quedó mirando su silueta mientras descansaba acostada de lado, de cara a él. Tenía los ojos cerrados, pero no estaba dormida. Todavía.
Él se quedó mirándola hasta que su respiración se relajó. Entonces se acurrucó a su lado. La losa era grande, pero no lo suficientemente grande para que dos personas pudieran acostarse cómodamente. Afortunadamente, como Marcail estaba de lado, Quinn pudo recostarse y tumbarse contra su espalda.
Quinn levantó el brazo y puso la mano bajo la cabeza de Marcail. Ella, como si hubiera sentido su calor, se acurrucó contra él.
El tiempo iba pasando mientras Quinn observaba su rostro. Era la belleza personificada. Su piel resultaba perfecta, excepto por un pequeño lunar a la izquierda de su labio superior. Pero ni siquiera ese lunar conseguía apagar tanta hermosura.
Incapaz de contenerse, Quinn le acarició la mejilla y la mandíbula con los dedos. Su piel era suave como la seda. Ante su sorpresa, Marcail movió la cabeza hasta dejarla reposar sobre su pecho.
A Quinn le latía el corazón fuerte en el pecho. Ninguna mujer, ni siquiera su esposa, se había recostado contra él de ese modo. Lentamente, el brazo que tenía debajo de su cabeza descendió y envolvió con él el cuerpo de Marcail. Sus escalofríos habían disminuido gracias al calor de su cuerpo.
Al principio no quería moverse, por temor a despertarla. Le gustaba tenerla contra su pecho, tal cual estaba, y cualquier momento en que tuviese que abandonar aquel estado, siempre le parecería demasiado pronto.
Se obligó a sí mismo a relajarse y a permitirse el descanso que su cuerpo le pedía.
Deirdre andaba arriba y abajo en su habitación. No le gustaba que le negaran nada. Se había dicho a sí misma que si le tendía una mano a Quinn eso haría que él por fin acudiera a ella por decisión propia, pero empezaba a dudarlo.
Parecía que no importaba el tiempo que Quinn permaneciera en el Foso, porque nada conseguía debilitarlo. La enorgullecía ver el modo en que él había tomado el control allí abajo. Tal hecho era la demostración de que él era el guerrero que tenía que gobernar a su lado (o que ella dejaría gobernar a su lado de algún modo).
—Puede que necesite algún incentivo.
Deirdre se detuvo y volvió la cabeza hacia William, aun desnudo, acostado en su cama. Había olvidado que seguía en su habitación. Aunque ya hacía unas cuantas semanas que él ocupaba su lecho, ella no podía encontrar la satisfacción que sabía que le aguardaba entre los brazos de Quinn.
La piel azul marino de William todavía brillaba por el sudor del coito reciente. A Deirdre le excitaba tener a los guerreros con sus colmillos y sus garras en su cama. Les prohibía a todos ellos que se transformaran en su forma humana una vez le habían jurado lealtad. No tenían ni la menor idea de que cuánto más tiempo pasaran en la forma que les había dado su dios, más poder adquiría el dios sobre ellos.
Por muy atractivo que fuera William, ella sabía que él intentaba parecerse a Quinn. Ella lo entendía. William quería ser el que le diera un hijo y el que gobernara con ella. Pero nunca lo haría.
—¿A qué te refieres? —le preguntó al guerrero.
—Por mucho que pidáis o exijáis que Quinn venga a vuestra cama, él seguirá negándose. Quitadle algo. Ese es el único modo que tendréis de doblegarlo.
Deirdre colocó su largo y blanco pelo sobre el hombro y pensó en las palabras de William. Sabía, por los informes de Charon, que los gemelos Duncan e Ian y Arran se habían aliado con Quinn. Charon no le había hablado de más guerreros, pero aquello no significaba que no hubiera más. Ella desconfiaba de Charon, aunque estaba demostrando ser más fiable de lo que en un principio había imaginado.
—Quítale algo a Quinn —dijo para sí misma. Luego le sonrió a William—. Creo que tienes algo en mente.
William se levantó de la cama y se dirigió hacia ella.
—Dejad que lo haga yo. Dejad que sea yo el que le quite algo a Quinn.
—¿No fue suficiente que te dejara que fueras tú el que lo capturara?
—No. Pretendo demostraros que no es el hombre que pensáis que es.
Deirdre giró la cabeza para mirar al guerrero. William había sido un servidor leal durante más de dos siglos, desde el momento en que ella había liberado a su dios. Sabía que estaba enamorado de ella, o lo enamorado que un guerrero pudiera estar, y ella había utilizado aquello a su favor.
—Solo porque quiera traer a Quinn a mi cama, no significa que tú ya no seas más bienvenido, William.
Él entrecerró sus ojos de color azul marino.
—¿Seguiréis queriéndome?
—Siempre te querré.
—Entonces, ¿puedo ser yo el que le haga daño a Quinn?
Ella asintió con la cabeza.
—Sí, mi querido amante. Pero antes, deseo que me des más de tu cuerpo.
William gruñó y la cogió por la cintura con las garras rasgando su piel. Se dio la vuelta y la lanzó contra la cama. Ella le lanzó una patada a la barbilla.
Él le mostró los dientes con un rugido y le sujetó el tobillo antes de que pudiera golpearlo de nuevo. Con un simple movimiento, la levantó de la enorme cama y la puso sobre su miembro.
Deirdre gimió al sentir aquella enorme verga penetrando su cuerpo con tal ímpetu. Él salió de ella solo para empujar más profundamente y con más fuerza, tal y como a ella le gustaba. La hechicera le clavó las largas uñas en la espalda mientras envolvía su cintura con sus piernas. Él la agarró del pelo, que le llegaba hasta el suelo, con una mano, y tiró de él.
Era una auténtica lástima que William no fuera el que le tuviera que dar el hijo del destino. Podía controlarlo fácilmente y era un amante maravilloso.
Pero era en Quinn en quien tenía puesta toda su atención.
Como si hubiera leído sus pensamientos, William le clavó las garras en las caderas y penetró en ella con violencia. Ella gritó cuando sintió el orgasmo llegar sin previo aviso.
William disfrutó de todos sus espasmos antes de darle la vuelta y penetrarla desde atrás. Su noche de sexo acababa de empezar, y cuando él hubiera terminado con ella, Deirdre estaría completamente saciada.
Quinn se despertó con el delicioso sentimiento de tener una mujer abrazada a él. Sonrió al darse cuenta de que Marcail tenía las piernas entrelazadas con las suyas y que tenía su brazo sobre su pecho.
Fue el olor a pan lo que lo alertó de que se había quedado dormido y además profundamente. Incluso sobre la dura roca que tenía bajo su cuerpo, había dormido como si estuviera sobre un colchón de plumas. Y todo era a causa de Marcail.
De algún modo, estar al lado de la druida hacía que se relajara y, a la vez, le inspirase un deseo que nunca había sentido. Le costó un gran esfuerzo no introducir su miembro erecto entre sus piernas. Sería tan fácil girar su cuerpo y cubrirlo con el suyo.
Maldita sea.
Necesitaba mantener las distancias con Marcail antes de acabar cediendo al deseo que lo consumía. Y aunque cada fibra de su cuerpo le decía que se levantara, no podía.
Marcail confiaba en él, un guerrero. Le había confiado su vida. Ella acurrucaba su cuerpo contra el suyo en busca de calor y seguridad mientras dormía. Aquello significaba más para él que cualquier otra cosa que hubiera podido hacer. Ni su propia mujer había confiado en él de aquel modo, una mujer que lo había conocido prácticamente de toda la vida.
Marcail hacía muy poco tiempo que lo conocía. ¿Cuál era la diferencia? ¿Por qué Marcail lo entendía cuando Elspeth no lo había hecho nunca?
Quinn acarició las trenzas de Marcail que le caían por la cara mientras dormía. Ella parpadeó y abrió los ojos. Durante un instante no se movió. Luego giró el rostro hacia él.
—Diría buenos días, pero no estoy segura de en qué hora del día estamos.
Él sonrió.
—Normalmente nos traen el pan por las mañanas, y puesto que hay algo de pan esperándonos, yo creo que puedes decir buenos días sin miedo.
—Me has mantenido caliente mientras dormía.
Quinn apartó la mirada.
—Estabas congelada. No podía ofrecerte ninguna manta. Solo mi cuerpo.
—Gracias —susurró ella.
—Un placer. —Y lo decía literalmente.
Con una tímida sonrisa, Marcail se levantó y se dirigió a la roca que hacía de recipiente de agua y que se hallaba detrás de Quinn. Él se sentó y la siguió con los ojos. Igual que la mañana anterior, ella bebió y luego se mojó la cara y el cuello.
Quinn se levantó para ir a por el pan y partirlo en dos cuando vio que había otros tres trozos al lado de este. No les había pedido, ni había esperado, que sus tres aliados compartieran su comida con Marcail, y sin embargo lo estaban haciendo. Él les hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza antes de partir un pedazo y añadirlo a los tres que había en la mesa.
Cuando Marcail regresó a su lado y vio el pan, sacudió la cabeza con una sonrisa.
—¿Tú y tus hombres?
—Queremos asegurarnos de que no pasas demasiada hambre.
—No necesito todo este pan.
Quinn la detuvo poniéndole una mano sobre el brazo antes de que ella pudiera devolverles los pedazos de pan.
—Si les devuelves el pan, los ofenderás. No les he pedido que lo compartieran contigo. Lo han hecho porque han querido.
—Ya veo —dijo—. Estoy… emocionada.
—Tenemos que protegerte, Marcail, y no solo porque seas una druida. Antes que nada y sobre todo, eres una mujer.
Ella se rió.
—Débil, quieres decir.
—Eso no es lo que quiero decir en absoluto. Como hombres, somos educados para proteger a las mujeres y a los niños, para entregar nuestras vidas si es necesario. Eso es lo que significa ser un highlander.
Marcail cogió un pedazo de pan y lo partió entre los dedos.
—Las cosas eran diferentes en mi aldea. Los hombres cuidaban de las mujeres y los niños, pero no como tú dices. Mi padre dio su vida por nosotros, pero nunca esperaría que ningún otro hombre diera la vida por mí.
—Entonces es evidente que nunca te has encontrado con un auténtico highlander.
Su sonrisa hizo que se le entibiara el corazón.
—Eso parece, Quinn MacLeod. Tú eres el primer highlander que he conocido y debo decir que estoy gratamente impresionada.