Ya allá desplazándonos de mar a mar
después de haber volado al filo del infinito
y desde sobre el espacio exterior
donde quedaba el cielo invisible
y de mil meses de andar solados
surcando el cautiverio de los astros
y aunque no sabíamos lo que hacíamos
de nuevo dimos a fraguar la eucaristía
de subir a nuestros desasosegantes Harrier
con sensores de guía afinada y refuerzos
y llevar al fin la catedral a la desconocida
volando a muy altas descargas de iridio
y ahí sujetándola en medio de las estrellas
ver salir a Dios de sus confines
mientras metidos en la quilla de El Caravaggio
vivíamos el amor con agravantes
y hacíamos olas que se levantaban
del mar como espaldas de hombres salvajes
sacudiéndose la vida.