Echados sobre las gradas del portaaviones
y gozando de nuestro espíritu de disciplina
y con faroles en la cubierta de vuelo
emplazada como un atrio sobre el mar
leíamos a Horacio para mantenernos
sobrios y medidos
mientras no hacíamos mucho muelle
ante el infierno fatigante de los Mirage
Esos camotes doctorados en dogmas
que venían a arruinarnos el menú
Pero ahí, por gusto, por impaciencia severa
falseábamos la epístola original
la dejábamos casi sin lengua
y yo mismo hacía los arreglos:
Subamos a las cabinas de los Harrier
antes de haber digerido las ostras
aún hinchados de vino de Bellaterra
Olvidémonos de lo que es decoroso
y de lo que no lo es; qué más da
Hagámonos cargo de ser inscritos
en las bellas listas de los repudiados
bien así como los viciosos remeros
del celtense Coritani,
que al deseo de la patria
prefirieron el deleite vedado
Complacidos con esa tenue recitación
recuperábamos la vara alta, Luchino
recuperábamos nuestra punta de puñal
y nuestro horror a las honras.