LA PRIMERA CRUZADA

Durante el ataque de represalia milenarista

la primera cruzada de terror

que nos caía del cielo era como un témpano,

nos polveábamos a un enjambre de clonas,

de a varias adentro de los Harrier

orgiándonos en la cubierta de mármol;

porque nuestro portaaviones Cittá Felice

era como la planta de una catedral

de mil yardas que recordaba la Vía Flaminia.

De veras los aguardábamos muy bebidos

dándonos baños calientes enfriados con nieve

y chupando de una tina de uvas rosadas.

Cuando ma mientras los cazas Phantom de Ratzi

nos lanzaban sus cabezas de combate aéreo

con sus espoletas de proximidad de impacto

más hoscas que un anillo de ocho diodos luz

y a tan delirantes distancias del mar

que ni veíamos de dónde venía la muerte.

Era una alegría vernos las caras choqueadas

la cubierta era un coliseo de sangre

y sólo contábamos los vivos, los Balthus

y los que aún gozaban en el fasto de la belleza.

Porque nunca pasó por el mar una muerte

que se celebrara como la de Gaetano Stampa:

nuestro santo en responso al misil daño

que le atravesó le pecho mientras besaba

a su clona Pácula en medio del portaaviones,

regocijado se metió la mano aún vivo

y les zampó a saco de vuelta el corazón.

Nunca hubo tan grande desdén en una matanza

ni a los aliados hunos se les sopló por radar

que les íbamos a subir el mar a los Phantom

hasta ahogarlos en el firmamento,

porque el mar empezó a subir hasta el cielo

donde las alas no les servían ni de remos.