Después de haber dejado sollozos a los milenaristas
columpiándolos por un rato sobre los decorados
enfriamos los Harrier rumbo a guardarlos
a nuestro lujoso paquebote en medio del mar
El Atolón Luciferino con sus novecientos
metros redondos de telones
abrían los ojos a la belleza
Fue una recepción sin atentados y sin represalias
Llegamos con atados de clonas y con sacos de alcohol
Yo traía mi reposacabeza y mi sillón ampliado
para regalárselo al ministro Coritani
que nos esperaba con animales salvajes sueltos
en cubierta que parecía un desfile de abrigos
de pieles. Fue una gentilidad del Premier
habernos puesto un coche con capota de seda
tirado por cañones españoles que los druidas
usaban como monopatines
Nada raro seguíamos chupando como feligreses
y bajábamos a abrazar a nuestros aliados
Entramos besando y festejando a las nobles familias
Velázquez, Rugendas, Luchesse, Colombo, Bonanno
Los alojados estrella a bordo del Luciferino
de una alegría que los bolas milenaristas
desconocían y le temían como a sus demonios
Ma mientras nos venían rastreando unos buzos
que entonces interceptamos con esparcimiento
y les dejamos ver el momento en que saltamos
en bueyes por los lados del portaaviones al mar
a bautizar a las clonas y a llenarlas de gozo
Nos quedamos ahí montándolas en medio del mar
hasta que subimos a echarnos a los toldos
de la privacidad.