171. Pompa y circunstancia

Samuel Pierpont Langley (1831-1906) fue un físico norteamericano de alta reputación, aunque no tan elevada como él creía. Fue catedrático de Física en Pittsburgh y director del Observatorio Allegheny. Langley era pomposo y engreído y tenía una fe inquebrantable en su infalibilidad. Este es un recuerdo de sir Arthur Schuster [159], catedrático de Física en la Universidad de Manchester, quien hizo muchas contribuciones importantes especialmente en el campo de la espectroscopia:

El invento de Langley del bolómetro [un instrumento para la medida del calor radiante] y su trabajo pionero en la construcción de la máquina voladora, son logros suficientemente grandes para asegurar una reputación que contrarreste el recuerdo de sus defectos debidos a una conciencia de dignidad exagerada, acompañada de una marcada incapacidad para ver el lado humorístico de las cosas. Me encontré con Langley por primera vez con ocasión del eclipse total de sol en agosto de 1878, cuando él estableció una estación de observación en la cima de Pike’s Peak para obtener, si fuera posible, una medida de la radiación térmica de la corona solar. Por desgracia sufría gravemente del mal de altura y tuvo que ser descendido antes del día del eclipse.

Al año siguiente, Langley visitó Inglaterra y me expresó el deseo de conocer a Clerk Maxwell [44]. Yo estaba trabajando entonces en el Laboratorio Cavendish y pude asegurarle que Maxwell estaría interesado en conocerle porque él se había referido, en mi presencia y en términos muy elogiosos, a un método propuesto por Langley para eliminar la ecuación personal [es decir, la subjetividad] en las observaciones transitorias. Precisamente entonces, Clerk Maxwell estaba editando los manuscritos científicos de Cavendish y repitiendo a conciencia todos los experimentos que se describían en ellos. Estaba especialmente interesado en el método que Cavendish había ideado para estimar las intensidades relativas de dos corrientes eléctricas haciéndolas pasar a través de su cuerpo y comparando la contracción muscular sentida al interrumpirlas: «Todo hombre es su propio galvanómetro», como decía Maxwell. Cuando llegó Langley, le llevé a la habitación donde estaba Maxwell en mangas de camisa con las manos sumergidas en sendos recipientes llenos de agua a través de los que se hacía pasar la corriente. Entusiasta sobre la precisión inesperada del experimento, y suponiendo que cualquier científico estaría igualmente interesado, trató de convencer a Langley de que se quitase su abrigo e hiciera una prueba. Esto era demasiado para la dignidad de Langley; ni siquiera hizo un esfuerzo por ocultar su ira y, mientras salía del laboratorio, se volvió y me dijo: «Cuando un hombre de ciencia inglés viene a Estados Unidos no le tratamos así». Le expliqué que si solamente hubiera tenido un poco de paciencia y entrado en el espíritu del experimento de Maxwell, el resultado de su visita hubiera sido más satisfactorio.

Como experimentador, Langley tenía un alto nivel, aunque los resultados numéricos que obtenía estaban a menudo basados en cálculos que no se hallaban totalmente libres de defectos. Esto le llevó en ocasiones a una valoración optimista de su exactitud. Al encargar a un ayudante que repitiera su medida de la denominada constante solar, que expresa la radiación solar total en ciertas unidades, sus palabras finales fueron: «Recuerde que cuanto más se aproxime su resultado al número 3, mayor será mi opinión sobre la exactitud de su observación». El ayudante, que desde entonces ha alcanzado una alta posición entre los hombres de ciencia norteamericanos, era afortunadamente un hombre de habilidad y juicio independiente para tomar y tratar sus observaciones, con el resultado de que el número 3 está ahora casi desacreditado.

De sir Arthur Schuster, Nature, 115, 199 (1925).