Pyotr (o Peter) Leonidovich Kapitsa (o Kapitza) era un físico ruso que pasó sus años de formación en el Laboratorio Cavendish de Cambridge durante el «reinado» de Rutherford [16]. Kapitza llegó a Cambridge siendo joven, recién terminados sus estudios en Moscú, y buscaba una entrevista con Rutherford pues se había empeñado en trabajar con el gran hombre.
Rutherford se negó a considerar a Kapitsa porque el laboratorio ya estaba seriamente abarrotado. Impetuosamente, el joven le preguntó: «¿Cuántos estudiantes de investigación tiene?». «Unos treinta», fue la respuesta. «¿Cuál es la precisión acostumbrada de sus experimentos?» fue la siguiente pregunta, a lo que Rutherford respondió: «Alrededor del 2 o 3 por 100». «Bueno», sonrió Kapitsa, «entonces un estudiante más pasaría desapercibido dentro de esa precisión».
Rutherford, así dice la historia, no pudo resistir una apelación tan ingeniosa y Kapitsa pronto se convirtió en su protegido favorito. Aunque Kapitsa tenía una fuerte vena del tradicional autoritarismo ruso que ejerció sobre los que más adelante trabajaron con él, adoraba a Rutherford. Como miembro permanente del Cavendish hizo un trabajo notable en la física de bajas temperaturas. En 1934, en su visita anual a su familia en Rusia, fue detenido por orden de Stalin. Los llamamientos al gobierno soviético por parte de colegas y políticos de Occidente fueron en vano. Kapitsa fue instalado en un laboratorio en Moscú e informado de que su deber era para con la Unión Soviética y no con Inglaterra o la comunidad internacional. Rutherford se dio finalmente por vencido y tuvo que enviar el equipo de Kapitsa a Moscú.
Kapitsa se distinguió por defender resueltamente a científicos rusos víctimas del régimen de Stalin y probablemente salvó a muchos de ellos de la muerte o del Gulag. Evidentemente, Stalin tenía debilidad por este hombre valiente y resuelto, y le mantuvo a salvo de las garras del mefistofélico jefe de la NKVD, Beria, que había pedido su cabeza. De todas formas, Kapitsa sufrió varios años de arresto domiciliario, haciendo ciencia lo mejor que podía en un laboratorio que él mismo construyó en un cobertizo y con su hijo como ayudante. Sólo cuando ya era viejo se le permitió salir del país para recibir un tardío premio Nobel (en 1978) y hacer una visita sentimental a Cambridge.
La historia del primer encuentro de Kapitsa ha sido contada a menudo. La versión que aquí se da está tomada de Lawrence Badash, Kapitsa, Rutherford and the Kremlin (Yale University Press, New Haven y Londres, 1985).