168. Madame la savante

Gabrielle-Émilie le Tonnelier de Breteuil, marquesa de Châtelet, nacida en 1706, fue la primera persona en traducir al francés la obra publicada de Isaac Newton [15]. Su traducción, con explicaciones, de la obra más importante de Newton, los Principia, sentó su reputación como mujer sabia. Irrumpió como una bomba en la escena intelectual francesa y, muy pronto, la explicación de Newton del movimiento planetario gobernado por la atracción gravitatoria había suplantado a la teoría de los «vórtices elementales» de Descartes y había cambiado la dirección del pensamiento matemático en Francia.

Madame de Châtelet se había hecho amiga y cautivado a Voltaire, entonces en la cima de su fama, el cual se instaló en el Château de Cirey, propiedad del marido de la marquesa. Cobró fama pública cuando, en 1736, ella y Voltaire participaron en un concurso convocado por la Academia de Ciencias. Ella escribió una Dissertation sur la nature et la propagation du feu, y con Voltaire montaron un laboratorio en Cirey para llevar a cabo este estudio y quemaron y pesaron diversos materiales, incluyendo metales, madera y otros vegetales. Los resultados no eran ni mucho menos concluyentes, pues algunas sustancias perdían y otras ganaban peso, de modo que poco podía decirse del «peso del fuego»; pero la contribución de madame de Châtelet debió juzgarse meritoria porque, aunque no ganó el premio (que fue compartido por Leonhard Euler [154] y dos mortales menores), la Academia hizo una mención favorable de su contribución en su informe: «La presentación número 6», afirmaba, «es de una dama de alto rango, madame la marquesa de Châtelet». Este anuncio fue suficiente para situarla como una figura pública, y siguió conquistando nuevas cimas. Se decía de ella que «lee a Virgilio, Pope y álgebra como otros leen novelas». Su facilidad matemática era claramente excepcional. Se susurraba con admiración que podía «multiplicar mentalmente números de nueve cifras» y nada menos que Ampère [17] la calificó de genio en geometría. Cirey se convirtió en un lugar de peregrinaje para muchos destacados estudiosos europeos y sus habituales fueron bautizados como «los Émiliens». Además de su traducción con explicaciones de los Principia, madame de Châtelet publicó una obra influyente titulada Institutions de Physique, una disertación sobre el espacio, el movimiento y la energía.

Madame de Châtelet no fue, por supuesto, elegida como miembro de la Academia, que siguió siendo durante más de otro siglo un coto masculino [9], pero recibió muchas alabanzas. Federico el Grande de Prusia, el «patrón» de Voltaire, la llamó Venus-Newton, y se escribieron muchos versos en su honor. Quedó embarazada a los cuarenta y dos años de edad y murió, como había temido, de fiebre puerperal. Durante su vida, y especialmente tras su muerte, fue blanco de la malicia de las altaneras salonnières, madame de Deffand y madame de Staël, quienes dejaron caer rencorosas maledicencias sobre su carácter. Un escandalizado Voltaire, que ya había compuesto un conmovedor epitafio de su amiga (L’Universe a perdu la sublime Émilie…), respondió con su Epístola sobre la calumnia, que Tobias Smollet tradujo al inglés en verso, concluye:

Nunca hiciste alarde de virtud,

No has hecho la corte a los hipócritas,

Por eso, cuídate de la calumnia,

Enemiga de los virtuosos y los justos.[25]

Madame de Châtelet no fue la única sabia notable del siglo XVIII y como matemática fue superada por su contemporánea italiana Maria Gaetana Agnesi, nacida en Milán en 1718. Niña prodigio, a la edad de nueve años dominaba varias lenguas. Su magnum opus fue el tratado en dos volúmenes sobre el cálculo infinitesimal, Le Instituzione Analitiche. Se decía que con frecuencia, tras sopesar un difícil problema, se levantaba por la noche en estado sonámbulo, iba a su estudio, escribía la solución y volvía a la cama; al día siguiente no recordaba nada de su excursión nocturna. Se necesitaron cincuenta años para que la obra de Maria Agnesi llegase traducida a Inglaterra después de ser elogiada por John Colton, el ocupante de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas (en un tiempo ocupada por el propio Newton) en Cambridge. Recibió el homenaje de muchos estudiosos destacados y se le dieron numerosos honores, incluyendo una invitación del pontífice de la época para la Cátedra de Matemáticas en la Universidad de Bolonia, la más ilustre de Italia (pero ella no quería dejar Milán y la declinó). La Academia Francesa estaba tan impresionada por su trabajo que delegó en un miembro de su comité para escribirle una exagerada carta de estima. Concluía asegurando que ella debería haber sido elegida académica pero que, lamentablemente, las mujeres estaban excluidas de esta distinción. Para asombro y consternación general, Maria Agnesi renunció a su vocación matemática y científica cuando aún no había cumplido treinta años y se dedicó a las buenas acciones entre los pobres. Murió en Milán a los ochenta y un años de edad.

Las matemáticas parece haber ejercido siempre una atracción especial para mujeres intelectualmente dotadas, quizá porque podía practicarse sin acudir al mundo competitivo y, al menos en el pasado, excluyente de la ciencia experimental. Emmy Noether y la formidable Mary Cartwright fueron ejemplos sobresalientes en el siglo XX. (El inseguro y amante del cricket, G. H. Hardy [10] pedía que no se le sentara cerca de Mary Cartwright en los banquetes de la Sociedad Matemática de Cambridge porque «su bola rápida», se quejaba, «es devastadora»).

La primera mujer matemática en alcanzar distinción fue probablemente la famosa Hipatia, nacida en Alejandría, aproximadamente el 370 d. C. y asesinada allí en el 415. Era la hija de un matemático, Teón de Alejandría, al que se supone que ayudó en su trabajo en su juventud. Llegó a ser directora de la escuela de filosofía de su ciudad natal, y su enseñanza en matemáticas, ciencia y filosofía atraía a intelectuales foráneos. Uno de sus pupilos, Sinesio, obispo de Ptolemais, le escribía cartas, algunas de las cuales se han conservado, pidiéndole consejo sobre temas tales como la construcción de instrumentos científicos. Las opiniones tolerantes de Hipatia le ganaron las antipatías de los elementos más píos de la ciudadanía alejandrina y finalmente fue atacada por una turba cristiana que le dio muerte. (Los cristianos de entonces se distinguieron también por destruir la Biblioteca de Serapio que, probablemente, guardaba la mayor parte de la obra escrita de Hipatia y de la que nada ha quedado).

Para una breve vida de madame de Châtelet, véase Esther Ehrman, Mme. du Châtelet: Scientist, Philosopher and Feminist of the Enlightennment (Ber, Leamington Spa, 1986); para más detalles de su vida y la de Maria Gaetana Agnesi, véase H. J. Mozans, Women in Science (Appleton, Nueva York, 1913, reimpreso por MIT Press, Cambridge, Mass., 1974). Véase también el artículo de G. J. Tee, «Pioneering women in mathematics», The Mathematical Intelligencer, 5, 27 (1983).