164. El hombre desagradable

Uno de los villanos de la ciencia del siglo XX vivió y prosperó en Alemania aunque nació en 1877 en Suiza. Su nombre era Emil Abderhalden y fue un estudiante de Emil Fischer, el gran químico orgánico. Fischer estaba por entonces interesado en la estructura de las proteínas y había desarrollado métodos de sintetizar péptido; es decir, aminoácidos empalmados en una cadena del tipo que se encuentra en las proteínas naturales; pero mientras que las proteínas consisten en cadenas de centenares, incluso millares de aminoácidos (aunque de sólo veinte tipos) en un orden definido, la química de la época sólo podía reunir unos pocos. Cuando Abderhalden consiguió independencia como profesor en una escuela de veterinaria en Halle, continuó la misma línea de trabajo y sus ayudantes sintetizaron péptidos en gran número. Para hacer algo útil con estos materiales Abderhalden se orientó al estudio de los enzimas proteolíticos, los enzimas digestivos que descomponen las proteínas en pequeños fragmentos.

En 1909, Abderhalden anunció su descubrimiento más egregiamente falso: afirmaba que cuando en el cuerpo entran sustancias extrañas se generan nuevos enzimas que destruyen las moléculas ajenas. Ya se había establecido que el cuerpo tiene realmente mecanismos de defensa en forma de anticuerpos, pero lo que entonces se sabía sobre el sistema inmunológico no guardaba ninguna relación con los enzimas «protectores» o «defensores» de Abderhalden, como él los llamaba. Rápidamente se amplió el alcance del descubrimiento y con el tiempo incidió en la medicina. En efecto, Abderhalden anunció ahora que las proteínas fetales entraban en el torrente sanguíneo de las mujeres embarazadas, induciendo la formación de enzimas defensores. Aquí había entonces un test inicial para el embarazo. Los procedimientos de Abderhalden fueron asumidos por laboratorios clínicos y aparentemente confirmados, pero los enzimas eran un espejismo, como reconocían los bioquímicos más respetables que se habían interesado en el tema. Sus objeciones fueron respondidas con insultos por parte de Abderhalden, quien por entonces era una figura pública con una influencia poderosa y sistemáticamente maligna en el mundo académico alemán.

El avance de la ilusión fue imparable: los enzimas protectores eran inducidos por tumores y por otras afecciones médicas, incluyendo trastornos neurológicos, y se publicaron innumerables artículos sobre el tema procedentes de muchos centros clínicos. Y lo que es peor, el antropólogo nazi, el Freiherr Otmar von Verschuer y su discípulo favorito, Josef Mengele, de infame memoria, se embarcaron en un estudio de los enzimas defensores de diferentes razas, y cuando llegó el momento obtuvieron muestras del feudo de Mengele en Auschwitz. Sólo en 1947, en una conferencia en Alemania dedicada al tema de los enzimas defensores, se decidió que en el mejor de los casos su existencia estaba por demostrar. Abderhalden murió en 1950, pero el trabajo sobre sus enzimas continuó durante años en algunos rincones del sistema académico alemán siendo defendido por su hijo.

La personalidad de Abderhalden está recogida en la siguiente anécdota, narrada por el profesor John Edsall de la Universidad de Harvard. Cuando era joven, en los años veinte del siglo pasado, Edsall había permanecido algunos años en Cambridge en el laboratorio de sir Frederick Gowland Hopkins, uno de los bioquímicos destacados de la época. Allí conoció a un joven bioquímico inglés, que recientemente había regresado de una estancia en Alemania, y que le contó su experiencia en el laboratorio de Abderhalden. Al llegar a Halle para comenzar un año de trabajo posdoctoral, él le habló al herr professor del proyecto de investigación que acababa de terminar en Cambridge. «Wann publizieren Sie, Herr Doktor?», preguntó Abderhalden obviamente intrigado. «Pronto», fue la respuesta, pues ya tenía el borrador de un manuscrito. El inglés partió entonces para unas vacaciones de escalada en las montañas del sur. Prevenido, había guardado sus papeles en el cajón de una mesa cerrado con un grueso candado. A su regreso encontró el candado forzado y su manuscrito había desaparecido. Investigando el asunto descubrió que su artículo ya estaba en prensa, sin cambios, excepto que el nombre de Abderhalden figuraba ahora a la cabeza de la lista de autores. Apenas cuenta como atenuante el hecho de que en muchos laboratorios en esa época, en Alemania y en otros lugares, existía la costumbre de añadir el nombre del catedrático a todas las publicaciones que salían de su departamento; pero esto difícilmente sería aplicable a un trabajo hecho en otro laboratorio y en otro país.

La carrera tristemente famosa de Abderhalden, y en particular la lamentable historia de sus enzimas imaginarios, está descrita por Ute Deichmann y Benno Müller-Hill en su artículo, «The fraud of Abderhalden’s enzymes», Nature, 393, 109 (1998).