La píldora para el control de la natalidad está asociada a los nombres de Gregory Pincus, John Rock y Carl Djerassi —el fisiólogo, el médico y el químico orgánico respectivamente— y muchos otros ya que fueron necesarios bastantes hombres y años de paciente investigación para su desarrollo. Buena parte del impulso inicial vino de Margaret Sanger, que quería liberar a las mujeres de la tiranía de los embarazos no deseados, y de la filántropa Katherine McCormick. El primer éxito llegó en 1955 cuando Rock, un profesor de la Harvard Medical School y experto en fertilidad, empezó con cautela a poner a prueba el efecto de la progestina, en una valiente «jaula» de mujeres ovuladoras, todas ellas dispuestas a ser conejillos de indias.
Rock, como médico en activo, puso instintivamente la seguridad de las voluntarias por encima del interés de los investigadores del laboratorio por el resultado del experimento. Como resultado, las precauciones de Rock llegaban mucho más allá de las prácticas habituales de la época. Un joven obstetra, educado en Yale y que asistía a Rock en sus ensayos, el doctor Luigi Mastroianni, ha recordado: «No creo realmente que yo fuera consciente de la verdadera importancia de lo que se estaba haciendo. Entonces no existía el concepto de consentimiento informado del que tanto se habla ahora, y que es un requisito legal de cualquier proyecto de investigación que implique a voluntarios humanos. Pero Rock lo puso en práctica antes de que fuera definido…».
El trabajo llegó a conocerse dentro del equipo de Rock como el PPP —el Proyecto Progesterona Pincus—. Pero eso pronto se tradujo irreverentemente como el proyecto «pi-pi-pi» en honor de la interminable tarea de Mastroianni de comprobar diariamente las muestras de orina de cada una de las cincuenta mujeres.
Los resultados fueron perfectos. Ninguna de las cincuenta mujeres ovuló. Aunque se requería más demostración que un único ensayo con sólo cincuenta mujeres, Pincus y Rock sabían que habían identificado una píldora oral de control de la natalidad.
Especialmente con un socio tan cauteloso como Rock, Pincus no estaba dispuesto a salir corriendo y propagar a los cuatro vientos las grandes noticias. Todavía no. Pero tenía que desahogarse contándolo en alguna parte, a alguien.
Su mujer, Elizabeth, que tenía talento para asimilar episodios complejos en resúmenes sucintos, nunca olvidaría el momento en que su marido llevó la noticia a su casa. Utilizando su nombre íntimo, dijo: «Lizuska, lo he conseguido».
«¿Qué has conseguido?».
«Creo que tengo una píldora contraceptiva».
«Dios mío, ¿por qué no me lo dijiste?».
Él respondió que lo estaba diciendo en aquel momento.
«¿Pensabas que podías obtener alguna vez la píldora?» preguntó ella con admiración.
Pincus respondió ostentosamente: «En ciencia, Lizuska, todo es posible».
La exposición esta tomada de Bernard Asbell, The Pill (Random House, Nueva York, 1995).