150. Frutos del mar

El descubrimiento de la anafilaxis fue un punto de no retorno en la inmunología. Este fenómeno —la reacción con frecuencia letal de un sujeto sensibilizado a una minúscula cantidad de un agente, tal como el aguijón de una abeja, un pedacito de marisco o un grano de avellana— esta ligado al nombre de Charles Richet (1850-1935), cuyas investigaciones sobre el tema comenzaron en el yate del príncipe Alberto I de Mónaco. El príncipe, un monarca reformista, que transformó un empobrecido puerto pesquero del Mediterráneo en una próspera democracia, era un apasionado biólogo marino. En su yate había instalado un laboratorio marino lujosamente diseñado, e invitaba a amigos biólogos a acompañarle en sus cruceros. Uno de estos era Richet, entonces catedrático de Fisiología en la Sorbona, quien se había ocupado durante años en el campo de los problemas de inmunización. Había notado que los perros a los que se había inyectado repetidamente suero sanguíneo ajeno enfermaban y a veces morían. También ese año de 1902 se encontraba a bordo del yate otro de los amigos científicos del príncipe, Paul Portier, un fisiólogo y más tarde profesor del Instituto Oceanográfico de París. Así es como, en palabras de Richet, resultó el proyecto:

Durante un crucero en el yate del príncipe Alberto de Mónaco, el príncipe y G. Rickard nos sugirieron a P. Portier y a mí un estudio de las propiedades tóxicas del Physalia encontrado en los Mares del Sur. Se realizaron experimentos a bordo del yate del príncipe, que demostraron que un extracto de glicerina acuosa de los filamentos del Physalia es extraordinariamente tóxico para patos y conejos. De vuelta a Francia no pude conseguir ningún Physalia, y decidí estudiar en cambio los tentáculos de Actinaria que se asemejaban al Physalia en ciertos aspectos, y se podían conseguir fácilmente.

Richet estaba evidentemente fascinado por la extrema toxicidad de los preparados venenosos que él y Portier habían extraído, y quizá se preguntó si estaban relacionados con el efecto de sensibilización que había atraído antes su atención. En cualquier caso decidió inmunizar animales con la toxina para ver qué sucedía. A partir de tentáculos de Actinaria, la anémona de mar, él y Portier prepararon otra vez un extracto de toxina y lo inyectaron en perros.

Mientras nos esforzábamos en determinar la dosis tóxica, pronto descubrimos que debían transcurrir algunos días antes de fijarla, pues varios perros no murieron hasta el cuarto o quinto día después de la administración, o incluso más tarde. Conservamos a los que habían recibido una dosis insuficiente para matarlos y llevar a cabo una segunda investigación con ellos cuando se hubieran recuperado completamente. En este momento ocurrió un suceso imprevisto. Los perros que se habían recuperado eran muy sensibles y morían poco después de una administración de pequeñas dosis.

Richet y Portier describieron los estertores de muerte de un infortunado perro llamado Neptuno, que expiró 25 minutos después de la inyección decisiva, 26 días después de la inoculación. Los experimentadores estaban sorprendidos por el resultado, que comprendieron que estaba en la raíz de las reacciones alérgicas en los humanos. Sólo Richet, que continuó este trabajo, fue recompensado con el premio Nobel en 1913. Más tarde llegó a estar cada vez más implicado en parapsicología y fue una víctima demasiado fácil de los médiums fraudulentos que abundaban en París en esa época.

Para más antecedentes, véase, por ejemplo, A History of Medical Bacteriology and Immunology, de W. D. Foster (Heinemann, Londres, 1970).