Dominique François Jean Arago [166] se convirtió, tras sus aventuras de juventud, en un mandarín de la comunidad científica francesa y una fuerza (para bien) sobre el escenario político nacional. Fue un formidable gestor en la Academia de Ciencias y trató de garantizar que los elegidos para ser miembros de la misma fueran quienes lo merecían y no, como solía suceder en el pasado, quienes tenían padrinos más influyentes. En tres ocasiones sucesivas, Arago frustró las aspiraciones de un ingeniero hidráulico, Pierre-Simon Girard, a quien siempre se enfrentaron con éxito los candidatos preferidos de Arago. Los tres tenían currículos distinguidos y sus nombres se conmemoran en los libros de texto actuales. El segundo de ellos era el famoso matemático aplicado Siméon-Denis Poisson (inmortalizado por el módulo de Poisson en la elasticidad y por la distribución de Poisson en estadística). Fue propuesto por el venerado físico y matemático Pierre Simon, marqués de Laplace, pero su elección planteaba un difícil problema político.
La longevidad de los colegas matemáticos de Poisson era prodigiosa y hacía varios años que no quedaba vacante ningún sillón (o fauteil, como aún se le llama) en la sección de geometría. Por ello, Laplace decretó que la candidatura de Poisson debía venir de la sección de física. Poisson no se había acercado nunca en su vida a ningún aparato físico, lo que, según se decía, era una bendición ya que era un hombre torpe y seguramente lo hubiese roto. Laplace y Arago reunieron una pequeña asamblea para considerar cuál sería la mejor forma de convencer a los académicos para elegir al candidato descolocado. Cómo se consiguió el objetivo está ilustrado por la siguiente conversación entre el amigo de Arago, Jean-Baptiste Biot [166], miembro del círculo interno, y el astrónomo Alexis Bouvard. Al encontrarle en la avenida del Observatorio el día siguiente a la discusión, Biot le preguntó a quién iba a votar en la próxima elección. «A Girard», respondió al instante Bouvard. «Usted está equivocado», replicó Biot, «votará a Poisson. El señor Laplace me ha encargado que se lo diga». Para Bouvard, un deseo de Laplace era una orden y él votó por Poisson. (El perdedor, Girard, más adelante también ingresó en la Academia).
Biot, que había conseguido ser una eminencia en física, ocupaba de hecho un fauteil en la sección de geometría, y en años posteriores pidió repetidamente que se les permitiera a él y Poisson intercambiar sus plazas, pero se dijo que este movimiento tan lógico violaba los rituales por los que se gobernaba la Academia.
Con el paso del tiempo, los dos viejos amigos, Biot y Arago, se enemistaron. Se creía que Biot estaba resentido por el éxito científico, político y social del más joven, pues él no tenía ni el buen carácter ni la autoridad de Arago. Cuando fue elevado a la posición de secrétaire perpétuel de la Academia, Arago la gobernó como un autócrata pese a lo cual retuvo la confianza de los miembros. La medida del rencor que surgió entre él y Biot puede juzgarse por un notable episodio al que Biot no daba crédito. Él y Arago coincidieron al salir un miércoles del Bureau des Longitudes (de donde habían partido muchos años antes en su viaje a las Islas Baleares) y, mientras paseaban por la rue Saint-Jacques, Arago empezó a exponer el principio de un fotómetro (un instrumento para medir intensidades luminosas) que acababa de idear. Biot se mostraba escéptico, así que cuando llegaron a la iglesia de Saint-Jacques-du-Haut-Pas, Arago sacó algunas llaves de su bolsillo y procedió a grabar un diagrama en la columna cercana para explicar mejor su idea.
El lunes siguiente había una sesión de la Academia y Biot se levantó para hablar. Lo que dijo sorprendió a Arago, pues Biot describió como suyo el principio del fotómetro que Arago le había confiado cinco días antes. Arago trató de interrumpirle pero Biot siguió imperturbable. Terminó dibujando en la pizarra el mismo diagrama que Arago había grabado en el pilar de la iglesia. Esto era demasiado para Arago, quien saltó a sus pies y gritó: «¡Esta figura es precisamente la que yo te dibujé para superar tu resistencia al principio que ahora reivindicas como tuyo!». Biot respondió que él no recordaba tal conversación. Acto seguido Arago pidió que la Asamblea diese instrucciones a dos huissiers para que se acercasen a la iglesia de Saint-Jacques-di-Haut-Pas, examinasen la columna citada y volviesen a la Academia para informar. Además, añadió, también podía encontrarse un dibujo con notas en su mesa en el Observatorio. Los oficiales fueron convocados y enviados. Biot no esperó su regreso; dejó la Academia y no se le volvió a ver por allí durante dos años.
Muchos años más tarde, Biot se opuso vehementemente a un proyecto de Arago para abrir al público las sesiones de la Academia. Argumentaba que ello podría promover impropias muestras de vanidad por parte de los sabios, inhibir la franqueza de las conversaciones científicas y causar embarazo cuando académicos ancianos subiesen al estrado sin estar ya en un estado mental adecuado para ser exhibido ante una audiencia juvenil. Arago se aseguró al menos la entrada de los periodistas, para quienes se reservó un banco especial.
Sin duda, Arago no era ajeno a la controversia. Incluso se las arregló para agitar la ira de los ingleses cuando, tras haber escrito una biografía de James Watt, a quien admiraba mucho, habló en Glasgow y Edimburgo. Fue investido como ciudadano honorario de Glasgow y presentado en una reunión pública por un político, lord Brougham. Arago atribuyó a Watt no sólo la invención de la máquina de vapor sino también el descubrimiento de la composición del agua. Esta era, por supuesto, una afirmación falsa, que generó la ira de la Royal Society pues los miembros sabían que el logro no pertenecía al escocés sino a un inglés, el honorable Henry Cavendish [156]. Arago fue acusado de poner sus convicciones políticas por delante de su objetividad, de elevar el genio de Watt, el hombre práctico, por encima de las elucubraciones de un vástago de la nobleza. La Royal Society exigió y obtuvo una retractación.
Los detalles de la mayoría de los sucesos mencionados se dan en Arago: La Jeunesse de la Science, de Maurice Dumas, 2a ed. (Belin, París, 1987, publicado por primera vez en 1943).