Con la llegada de las grandes máquinas para romper átomos, colisionadores diseñados para acelerar partículas a velocidades próximas a la de la luz y hacerlas chocar unas con otras, la práctica de la física empezó a cambiar. El coste de tales experimentos suponía una partida importante dentro de los presupuestos nacionales y eran sólo los hombres de ilimitada, incluso fanática, autoconfianza los que podían iniciar los proyectos y dirigir los equipos de centenares de personas necesarios para llevarlos a cabo. El líder se convirtió en un consejero ejecutivo y un viajante que tendría que desarrollar buena parte de su trabajo en la carretera desplazándose en clase de negocios. Con cifras tan astronómicas en juego, las intrigas contra los laboratorios competidores llegaron a ser una preocupación casi tan grande como el éxito del experimento. En opinión de Marty Perl, uno de los líderes en el campo de las partículas elementales, «esta generación de físicos de altas energías podía haberse dado también en el negocio de la venta de ropa al por menor». Uno de los miembros más depredadores de esta terrible generación es un italiano, Carlo Rubbia, de Chicago y del CERN, el laboratorio paneuropeo en Ginebra. He aquí una historia que resume la intensa actividad de tales laboratorios.
Una física llevaba esperando un par de semanas para robar tan sólo unos pocos minutos del tiempo de Rubbia y discutir lo que ella consideraba una cuestión de física crucial muy importante. Rubbia también pensaba que era importante, pero había estado volando por todo el mundo, yendo y viniendo, y la mujer estaba a punto de perder la esperanza.
Finalmente, una mañana recibe una llamada de Rubbia. Ella coge el teléfono y Rubbia dice: «Muy bien, tengo exactamente veinte minutos para hablar contigo sobre tu trabajo». «Esto es grande», piensa ella. Cuelga el teléfono, sale disparada hacia el despacho de Rubbia y se planta allí en diez segundos sólo para encontrar que su puerta está cerrada. Se dirige a la secretaria de Rubbia y le dice: «¿Está cerrada la puerta de Carlo?».
«Sí», responde la secretaria, «Carlo estaba llamando desde el aeropuerto de Zurich».
Mientras tanto, Rubbia ha vuelto a llamar y le está diciendo a su secretaria: «¿Qué demonios pasa con esa mujer? Le dije que podía hablar con ella de su trabajo, y me cuelga el teléfono».
Para una exposición fascinante del trabajo y las costumbres de la profesión de la física de altas energías, véase el notable reportaje sobre el terreno de Gary Taubes en Nobel Dreams Power, Deceit and the Ultimate Experiment (Random House, Nueva York, 1986), trabajo de donde procede lo anterior.