La aspirina es con diferencia el más usado de todos los fármacos y aún siguen saliendo a la luz nuevos aspectos de sus múltiples y beneficiosos efectos. Su nombre deriva del sauce, del que se sabía desde hacía tiempo que albergaba en su corteza un principio analgésico. La leyenda dice que esto se reconoció por primera vez cuando se vio a osos con dientes rotos o infectados que desgarraban y masticaban la corteza. El compuesto activo fue identificado en el siglo XIX como ácido salicílico; pero pronto se vio que el ácido o su sal, el salicilato sódico, un producto químico barato y fácil de preparar, aunque efectivo para superar el dolor, era intolerablemente amargo y también causaba trastornos estomacales. Por ello, los químicos de la industria farmacéutica alemana F. Bayer y Company se propusieron sintetizar sencillos derivados del ácido salicílico. Todos los informes del descubrimiento de la aspirina —ácido acetilsalicílico— coinciden en que fue preparada por un joven químico en la factoría Bayer llamado Felix Hoffmann. Su inspiración fue el sufrimiento de su padre, lisiado y con continuos dolores por artritis reumatoide. Hoffmann hizo un preparado puro que instantáneamente alivió las peores molestias de su padre y, tras una evaluación por parte del farmacólogo de Bayer, Heinrich Dreser, la aspirina salió al mercado en 1898.
La verdad fue muy diferente. Arthur Eichengrün entró en la compañía en 1894 e inmediatamente se ocupó del problema del ácido salicílico. Su plan consistía en preparar un ester, es decir, un compuesto en el que un grupo ácido es bloqueado acoplándolo a otro compuesto que contiene un grupo hidroxilo (es decir, un alcohol). Los esteres son en general resistentes a la descomposición por ácido y por eso sobreviven en el estómago, pero en las condiciones alcalinas del intestino se deshacen para regenerar el ácido padre. En el caso de la aspirina, las paredes del estómago no sufren la acción del ácido salicílico, pero cuando este es liberado en el intestino es absorbido y hace su trabajo calmante como estaba previsto. La historia del descubrimiento de Hoffmann se originó al parecer en 1934 y, como Eichengrün recordaba amargamente a una edad avanzada, la Sala de Honor del Museo Alemán de Munich tenía en su sección de química una exposición de cristales de aspirina con el rótulo, «Aspirina, inventada por Dreser y Hoffman». Esta exposición se montó en 1941, cuando el judío Eichengrün se estaba consumiendo en el gueto de Theresienstadt.
Por suerte, Eichengrün sobrevivió a la guerra y vivió para contar historia: Hoffmann era un ayudante a quien él instruyó para sintetizar el éster sin molestarse en explicarle el objetivo, y Dreser no había tenido ningún papel en absoluto en el trabajo. Como judío, Eichengrün fue expurgado de los registros y en ellos se escribieron los nombres de los dos arios. Un examen de los cuadernos de laboratorio en los archivos de la Bayer confirmó la versión de Eichengrün. Él se había convertido en director del programa de química aplicada de la compañia y había seguido desarrollando otros fármacos, así como fibras de celulosa, mientras que Hoffmann había dejado la investigacion de sales farmacéuticas. En 1949, Eichengrün publicó su historia en una revista técnica alemana, pero los mitos se resisten a morir y fueron necesarias las investigaciones de un científico de la Universidad de Strathclyde para confirmar la verdad y hacerla pública.
La exposición precedente está tomada de un artículo de Walter Sneader, que fue quien descubrió la verdad, en el British Medical Journal, 321, 1591 (2000) y The Biochemist de agosto de 2001.