El descubrimiento del buckminsterfullereno en 1985 fue para los químicos el acontecimiento de la década y quizá de varias décadas. El carbono es el elemento químico más intensamente estudiado pues sus compuestos son los que constituyen la química orgánica y, de hecho, la química de la vida. Se distingue de otros elementos por su capacidad para formar largas y complejas cadenas en una interminable variedad de configuraciones. El átomo de carbono es tetravalente, es decir, forma enlaces con otros cuatro átomos que pueden ser, o no, de carbono. Estos enlaces están dispuestos simétricamente apuntando desde el átomo de carbono hacia las esquinas de un tetraedro regular, una pirámide con caras triangulares y cuatro vértices. El carbono en su estado elemental formará un cristal constituido por átomos unidos de esta manera, y ese cristal es el diamante. Existe otra forma elemental del carbono en la que tres enlaces apuntan hacia las esquinas de un triángulo equilátero, con otro enlace más débil que apunta fuera del plano del triángulo. En esta forma, los átomos de carbono dan lugar a una estructura plana de hexágonos unidos como en un panal y múltiples capas de este tipo se amontonan unas sobre otras. Esta forma del carbono es el grafito y el deslizamiento de unas capas sobre otras explica sus propiedades como lubricante. Todo esto se conocía desde hacía mucho más de un siglo. Puede imaginarse entonces el asombro, y en algunos círculos el escepticismo despectivo, cuando el descubrimiento de una forma completamente nueva de carbono elemental ocupó los titulares de prensa en 1985.
El nuevo estado del carbono fue observado por primera vez en el espacio exterior mediante análisis espectroscópico [70] que mostró dos especies, la más abundante con un peso correspondiente de forma exacta a un racimo de sesenta átomos de carbono, C60 y la componente menos abundante con setenta átomos de carbono C70. ¿Qué había de mágico en estos números de átomos? La respuesta es: pueden unirse para formar una cáscara redonda cerrada con caras planas como lados. Pero, como los geómetras ya sabían (y los químicos necesitaron un tiempo desmesuradamente largo para entenderlo), los hexágonos unidos no pueden formar por sí solos una cáscara cerrada; debe haber pentágonos regularmente intercalados, es decir, exactamente como un balón de fútbol con sus caras hexagonales y pentagonales, o como una de las cúpulas geodésicas del arquitecto Buckminster Fuller (aunque demasiado grande, un modelo menos exacto). Claramente, los ángulos que forman los átomos de carbono en un pentágono difieren de los de un hexágono, pero si los pentágonos están rodeados por hexágonos la tensión inducida por la distorsión es pequeña. El C60, con sus sesenta átomos de carbono en los vértices del polígono, tiene la distorsión mínima, y casi todos los demás números están totalmente prohibidos porque la estructura correspondiente implicaría una energía elástica mucho mayor. Curiosamente, las cáscaras muy grandes ya no son esféricas, sino aplanadas en uno de sus lados.
Tras cuatro o cinco años de lucha, dos equipos de investigadores se las arreglaron para imitar en el laboratorio las condiciones del espacio exterior en las que se forman los balones de fútbol, y el buckminsterfullereno se hizo disponible para su estudio en grandes cantidades. Pronto se hizo evidente que tenía algunas propiedades notables que podían abrir nuevos horizontes, muy especialmente en lubricación y en superconductividad —el fenómeno de una resistencia eléctrica esencialmente nula [177]—. Cualquier nueva revelación sobre los buckminsterfullerenos, cuyo estudio rejuveneció la química en un tiempo de necesidad, se publicaba con hipérbole desenfrenada y pronto encontraron resonancia más allá de los muros de las academias. El 10 de diciembre de 1991, la palabra fue pronunciada en la Cámara de los Lores en Londres y en el registro parlamentario, Hansard, se recogía lo que sigue:
Lord Erroll de Hale preguntó al gobierno de su Majestad:
¿Qué pasos se están dando para alentar el uso del buckminsterfullereno en ciencia e industria?
El subsecretario de Estado Parlamentario, Departamento de Comercio e Industria (lord Reay): Señorías, el gobierno ha seguido con interés la emergencia del buckminsterfullereno y apoya la investigación que actualmente se lleva a cabo en la Universidad de Sussex a través del Centro [quiere decir Consejo] de Investigación de Ciencia e Ingeniería. Sin embargo, debe dejarse a juicio de las firmas si estas desean continuar la investigación en aplicaciones comerciales del buckminsterfullereno y otros fullerenos.
Lord Erroll de Hale: Señorías, agradezco a mi noble amigo su respuesta, que es buena hasta donde llega. ¿No puede él ofrecer apoyo más sustancial en este país para el desarrollo de esta excitante y nueva forma de carbono? Ya se está fabricando en no menos de tres fábricas de Estados Unidos.
Lord Reay: Señorías, tal como dije, el gobierno sigue financiando la investigación académica de los buckminsterfullerenos en la Universidad de Sussex. Desde 1986 se ha dispuesto de muchas becas destinadas a dicha investigación. El CICI también apoya a varios investigadores que investigan los aspectos teóricos del enlace químico en relación con los fullerenos. La financiación del gobierno para investigación en colaboración entre la industria y el mundo académico sobre las aplicaciones comerciales de los buckminsterfullerenos también puede hacerse bajo el Link (un programa por el que la inversión privada en investigación puede en ciertos casos ser igualada por financiación gubernamental) u otros programas.
Baronesa Seear: Señorías, perdonen mi ignorancia, pero ¿puede el noble lord decir si esta cosa es animal, vegetal o mineral?
Lord Reay: Señorías, me alegro de que la noble baronesa haga esta pregunta. Puedo decir que el buckminsterfullereno es una molécula compuesta de sesenta átomos de carbono conocida por los químicos como C60. Estos átomos forman una jaula cerrada hecha de doce pentágonos y veinte hexágonos que encajan como la superficie de un balón.
Lord Williams de Elvel: Señorías, ¿es el noble lord consciente, al dar esta respuesta, de que la molécula de carbono con forma de balón es también conocida, por alguna extraordinaria razón, como «bucky bola»? Creó un considerable revuelo dentro de la comunidad científica. Puesto que el Grupo de Tecnología Británico ha sido privatizado, o va a serlo en breve, ¿no debería esto ser asumido por el GTB privatizado y promocionado como una invención británica? [Esto amplía considerablemente la historia de los orígenes del buckminsterfullereno, aunque Harry Kroto de la Universidad de Sussex fue uno de los científicos que compartieron el premio Nobel por su descubrimiento.]
Lord Reay: Señorías, el GTB privatizado será libre de tomar esta decisión. No creemos que corresponda al gobierno decir si los buckminsterfullerenos tienen o no usos comerciales, ni si las compañías deberían implicarse. Les corresponde a ellas.
Lord Renton: Señorías, ¿tiene la forma de un balón de rugby o de un balón de fútbol?
Lord Reay: Señorías, creo que tiene la forma de un balón de fútbol. El profesor Kroto, cuyo grupo jugó un papel importante en el desarrollo de los buckminsterfullerenos, lo describía como si guardara la misma proporción con un balón de fútbol que un balón de fútbol tiene con la Tierra. En otras palabras es una molécula extraordinariamente pequeña [!]
Lord Campbell de Alloway: Señorías, ¿para qué sirve?
Lord Reay: Señorías, se piensa que puede tener varios usos posibles; para baterías, como un lubricante o como un semiconductor [¿quizá un superconductor?]. Todo esto es especulación. Quizá resulte que no tiene ningún uso.
Conde Russell: Señorías, ¿puede decirse que no hace nada en concreto y que lo hace muy bien? [Esta es una forzada alusión a Iolanthe de Gilbert y Sullivan: Gilbert aplicaba la broma a la Cámara de los Lores.]
Lord Reay: Señorías, muy bien podría ser así.
Lord Callaghan de Cardiff: Señorías, ¿de dónde procede el nombre?
Lord Reay: Señorías, recibe el nombre del ingeniero y arquitecto norteamericano Buckminster Fuller, quien desarrolló la cúpula geodésica que tiene un fuerte parecido con la estructura de la molécula.
El contenido intelectual de esta conversación no es atípico del nivel del discurso científico en las dos Cámaras del Parlamento. Recuerda una disertación de un ministro de la Corona en una discusión pública sobre razas caninas peligrosas: los perros, dijo a su audiencia, no tienen ADN, según la opinión experta que había consultado sobre el tema. O consideremos la intervención de una veterana miembro del Parlamento cuando en la Cámara de los Comunes se llegó al debate de la congelación de embriones: como ama de casa, declaró, ella sabía muy bien lo difícil que era hacer un pastel con masa que había estado congelada durante más de seis meses. QED.
El coloquio en la Cámara de los Lores está reproducido en el excelente libro de Hugh Aldersey-Williams sobre el buckminsterfullereno, The Most Beautiful Molecule (Wiley, Nueva York, 1995).