117. Vigor híbrido

La ciencia ha generado su propio vocabulario vagamente enraizado en las lenguas clásicas. Pero hoy, los neologismos se acuñan de forma menos escrupulosa que en la época en que las lenguas antiguas se enseñaban en todas partes. Jacques Barzun, el erudito norteamericano, ha registrado la queja del rector de una universidad deplorando la introducción del grado de Bachiller en Ciencias; decía que este no garantizaba que los estudiantes supieran ciencia, pero ciertamente garantizaba que no supieran latín. En aquellos días más ilustrados, las derivaciones etimológicas mixtas eran anatema. Se decía que un historiador de Oxford había comentado cuando llegó la televisión que nada bueno saldría nunca de una invención cuyo nombre estaba mitad en latín y mitad en griego.

Se dice que, ya anciano, Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), que escribió y teorizó ampliamente sobre ciencia (y ahora es recordado por su elaborada pero incorrecta teoría de la visión del color), había tenido la siguiente conversación iluminadora con su discípulo, Johann Peter Eckermann. Este último contaba un día a su maestro que había estado presente en la demostración de una nueva y extraordinaria invención. Era un coche de vapor, o automobile, que podía impulsarse sin caballos. Goethe caviló profundamente sobre esta extraordinaria aparición y al poco tiempo llamó a Eckermann de nuevo. Seguramente, dijo, eso era una broma de Eckermann, pues si tal aparato hubiera sido inventado no se le habría dado un nombre tan grotesco: se hubiera llamado un autokineticon, o si no, quizá un ipsomobile.

Un eco de estos escrúpulos puristas se abrió camino en las columnas de Nature, setenta años después de la muerte de Goethe, cuando se informó de que un tal sir Courtenay Boyle había deplorado en un artículo en Macmillan’s Magazine los usos bárbaros que se habían introducido en el lenguaje; no le gustaba la palabra motor y estaba aún más indignado por el híbrido greco-latino automotor (¿una forma antigua, quizá, de automobile?). Exhortaba a que fueran reemplazados por kion y autokion.

Ha habido ocasionales asaltos al vocabulario científico con motivos mucho menos estimables que el respeto por las sutilezas clásicas. El nacionalismo alemán, por ejemplo, generó un movimiento para expurgar del lenguaje todas las raíces no germánicas. Y así, un Telefon se convirtió en un Fernsprecher y durante el Tercer Reich hubo un movimiento para construir un vocabulario enteramente teutónico para las ciencias físicas. Este incluía compuestos tan ridículos como Haarröhrchenkraft, o cabello-túbulo-fuerza, para capilaridad; Verschluckung —envolvimiento o engullimiento— para absorción; y similares. La propia química iba a ser Scheidekunst, o separación-arte. Los biólogos de la época también engendraron sus propios abortos: Schmarotzer, o esponjador, para parásito; Umweltlehre, o mundo-completo-enseñanza, para ecología; y muchas más. Como puede suponerse, encontraron poco favor incluso en el inflamado ambiente de la época y el lugar.

Véase Nature, 63, 474 (1901).