A. V. (Archibald Vivian) Hill (1886-1977) era un fisiólogo que ganó un premio Nobel en 1922 por su trabajo sobre la energética del músculo. También era, en palabras de su protegido (y más tarde también premio Nobel), sir Bernard Katz, «el hombre más naturalmente honesto que he conocido». Hill se esforzó durante toda su vida por enderezar los errores políticos, es decir, frenar los excesos chauvinistas que desfiguraban las relaciones entre intelectuales en países adversarios antes y después de la primera guerra mundial. Una historia de su colección de ensayos y memorias recuerda alguno de los absurdos que brotaban de las pasiones nacionalistas generadas por la gran guerra.
Se sabía desde los primeros años del siglo XX que el producto final metabólico de la actividad muscular es el ácido láctico, el cual se acumula en gran cantidad con la fatiga. Lo que entonces no estaba completamente entendido era cómo se recupera el músculo y qué sucede, en particular, con todo el ácido láctico. ¿Era eliminado por oxidación o era reciclado a través de reacciones metabólicas en los mismos carbohidratos a partir de los que se había formado?
J. K. Parnas [un conocido bioquímico alemán] había llegado a Cambridge en 1914, inmediatamente antes de la guerra, con la esperanza de dirimir la cuestión mediante medidas térmicas… Llegó a la conclusión de que en primer lugar, el ácido láctico de la fatiga se quema completamente y no se reconstruye y, en segundo lugar, que aproximadamente la mitad de la energía así liberada queda almacenada como energía potencial en el músculo.
Pese a la dificultad de la investigación, los experimentos de Parnas se hicieron en un tiempo muy corto y terminaron con el estallido de la guerra, de modo que no tuve ocasión de discutirlos con él. Como ciudadano alemán, él fue internado (y más tarde repatriado) mientras yo estaba en el ejército… De todas formas, sus conclusiones eran erróneas. Pese a todo, fueron comunicadas a la Sociedad Fisiológica y publicadas con mayor detalle en alemán.
Estas conclusiones incorrectas engañaron a los investigadores de este campo durante algún tiempo, hasta que Otto Meyerhoff, un gigante en la historia de la bioquímica, retomó el tema después de la guerra. En 1920 tenía una respuesta completa: la desaparición del ácido láctico, el oxígeno consumido, la fracción de ácido láctico (la mayor parte) reconvertido en carbohidratos, formaban un esquema satisfactorio y autoconsistente que pronto se abrió camino hasta llegar a los libros de texto. Pero mientras tanto:
En julio de 1920 iba a celebrarse un Congreso «Internacional» de Fisiología en París del que iban a ser excluidos los científicos «enemigos». En marzo de 1920, Meyerhoff había enviado sus resultados para su publicación en Pflügers Archiv [una revista alemana, en aquella época lectura obligada para los fisiólogos] y se me quejó amargamente en una carta de que no se le iba a permitir asistir al Congreso y exponerlos, mientras que Parnas, ya no un «enemigo» alemán sino ahora [a consecuencia del Tratado de Versalles] un «aliado» polaco, pretendía leer un artículo sobre sus descubrimientos contrarios de 1914, basados en una evidencia mucho menos crítica que la que Meyerhoff había obtenido. Sin embargo, el Parnas que había ido a Cambridge desde Strassburg [Estrasburgo, entonces aún alemán] en 1914 había sido un abierto y vigoroso defensor del militarismo alemán, circunstancia que Meyerhoff siempre había deplorado. En cualquier caso, ninguno de los dos acudió al Congreso, pues Parnas quedó aislado en Varsovia por los ejércitos rusos que habían invadido Polonia en julio y hubo que esperar al Congreso de Edimburgo en 1923, bajo la presidencia del [fisiólogo británico] Sharpey-Schäfer [80] (quien había perdido dos hijos en la guerra), para que fuera propiamente internacional.
La historia procede de Trails and Trials in Physiology, de A. V. Hill (Edward Arnold, Londres, 1985).