El físico R. V. Jones ha relatado la siguiente historia aleccionadora. Fuera del Clarendon Laboratory en Oxford dio la casualidad de que encontré un vaso de precipitados sucio mientras tenía una pistola en mi mano [Jones no se extiende sobre esta —quizá inusual— circunstancia]. Casi sin pensar disparé, y quedé sorprendido por la forma espectacular en que desapareció. Por supuesto [¡sic!], yo había disparado antes contra vasos, pero simplemente se habían roto y no se habían desmenuzado en pequeños fragmentos. Siguiendo el precepto de Rutherford [presumiblemente verificar a conciencia la reproducibilidad de las observaciones experimentales] repetí el experimento y obtuve el mismo resultado: era la presencia de agua la que causaba la diferencia de comportamiento. Años más tarde, después de la guerra, me encontraba dando una lección en un curso elemental en Aberdeen, enseñando hidrostática ab initio. Al principio estaban las definiciones: un gas ofrece poca resistencia a cambios de volumen pero un líquido presenta gran resistencia. Pensé que estas definiciones se entenderían mejor si repetía para la clase mis experimentos con la pistola, pues uno puede considerarlos desde el punto de vista del vaso que súbitamente tiene que acomodar no sólo el líquido que contenía antes de que la bala entrara en él sino también la bala. Como no puede acomodar el volumen extra con la velocidad requerida, se hace añicos.
Como era de esperar, el experimento se hizo público en Aberdeen, e inspiró al contingente territorial local de los Ingenieros Reales, quienes acostumbraban a desfilar los domingos para practicar demoliciones. Una tarea que les recayó, o más exactamente que se les negaba a caer, era la demolición de una alta chimenea en la papelera local. Había varios procedimientos estándar para este ejercicio; uno de los más viejos consistía en quitar algunos ladrillos de un lado y reemplazarlos por puntales de madera. Este proceso se realiza hasta eliminar los ladrillos de más de media vuelta en la base de la chimenea y hasta una altura comparable a su radio. Entonces se enciende un fuego en la chimenea para que ardan los puntales y hagan que la chimenea se caiga.
Esta vez, no obstante, los Ingenieros Reales decidieron explotar la incompresibilidad del agua como quedaba demostrada por mi experimento. Su plan consistía en taponar el fondo de la chimenea, llenarlo de agua hasta una altura de dos metros aproximadamente y simular la bala disparando una carga explosiva bajo el agua. Puesto que la diversión en Shabat era rara en Aberdeen, el ejercicio congregó a una gran audiencia y la carga fue disparada como se había previsto. Tuvo tanto éxito que fracasó completamente. Lo que sucedió era que, como había pasado con el vaso, cada ladrillo en contacto con el agua salió disparado hacia afuera, dejando una chimenea ligeramente acortada con un bello ribete inferior hasta dos metros de altura. Toda la estructura se encajó perfectamente en los viejos cimientos, quedando erecta e intacta —y presentando a los Sappers un problema exquisito.
R. V. Jones, «Impotence and achievement in Physics and technology», Nature, 207, 120 (1965).