La nitrocelulosa, que llegó a conocerse como algodón pólvora, fue descubierta (como también lo fue el ozono) por un químico alemán, Christian Friedrich Schönbein (1799-1868). Fue nombrado profesor en la Universidad de Basilea en 1829 y la historia, a menudo repetida (aunque su veracidad exacta ha sido cuestionada), dice que hizo su descubrimiento en la cocina de su casa.
El laboratorio de la Universidad cerraba cada día para comer, pero Schönbein, un experimentador ávido e impaciente, continuaba a veces su trabajo en casa. Se dice que en una de estas ocasiones, un matraz en el que estaba calentando una mezcla de ácidos sulfúrico y nítrico se rompió y el líquido corrosivo se derramó sobre la superficie de trabajo de su mujer. Aterrorizado por el disgusto que cualquier estropicio podría causar, cogió el primer objeto que encontró a mano para empapar el vertido. Fue el delantal de algodón de su mujer que lavó apresuradamente bajo el grifo y colgó a secar cerca de la estufa. Siguió una explosión y deflagración sin humo y el delantal desapareció, sin dejar ninguna traza.
El episodio pudo haber puesto en peligro la tranquilidad doméstica de Schönbein, pero pronto le llevó a la fama y la fortuna. Fue invitado a hacer una demostración del nuevo explosivo en el Woolwich Arsenal en Londres y aprovechó la ocasión para obsequiar a la reina Victoria y el príncipe Alberto con un par de faisanes, el primero de ellos cazado con cartuchos llenos de algodón pólvora.
Véase, por ejemplo, The Big Bang: A History of Explosives, de G. I. Brown (Sutton, Strod, 1998).