94. Viendo chispas

En alemán, un radiotransmisor es un emisor de chispas, ya que el descubrimiento de las ondas de radio estuvo en realidad asociado a la aparición de chispas. En 1886, Heindrich Hertz, cuyo nombre se consagra en la unidad de frecuencia (el número de ciclos por segundo en una oscilación electromagnética) era un joven profesor de la Universidad Técnica de Karlsruhe, un remanso de conocimiento, donde tenía que dar clases de materias tales como meteorología para granjeros. Hacía todo lo que podía, con mínimos recursos y poco optimismo, para tener en marcha un programa de investigación. Su interés se centraba en la radiación electromagnética y especialmente en la exploración de la teoría de Maxwell [44]. En el verano de ese año, Hertz se casó y el día de su gran descubrimiento, el 1 de noviembre de 1886, su mujer, que se interesaba por su trabajo, estaba a su lado.

Hertz había modificado una bobina de inducción para generar chispas de gran intensidad en el espacio comprendido entre dos pequeñas esferas colocadas en los extremos de varillas metálicas. Este era un montaje bastante habitual para demostraciones experimentales de descargas eléctricas, pero Hertz había modificado el aparato para estudiar los efectos del cambio de configuración del circuito: utilizaba varillas largas con esferas más grandes en los extremos que actuaban como condensadores para almacenar carga. Tenía un dispositivo para regular la longitud de la chispa y un reostato (un conductor de resistencia variable) con el que podía variar el voltaje a través del espacio entre las esferas. Cuando redujo la resistencia a cero para anular el voltaje entre las esferas y cortar la producción de chispas, observó con sorpresa que estas seguían saltando aunque eran muy débiles. En la mesa de laboratorio, cerca de su aparato, había otra bobina de metal cuyos extremos terminaban en esferas separadas por la distancia que podía cruzar una chispa. Mientras Hertz manejaba la bobina de inducción se quedó asombrado al ver —o quizá lo hizo su mujer— no sólo la descarga brillante en el espacio entre las esferas cuyo voltaje estaba variando, sino también minúsculas y débiles chispas que atravesaban el espacio entre las esferas de la bobina inerte que estaba a alguna distancia. Fue puro azar y, como Hertz escribió más tarde: «Hubiera sido imposible llegar a estos fenómenos sólo con ayuda de la teoría».

Hertz se dio cuenta de que esta observación extraña e inexplicable implicaba algo completamente nuevo. No le llevó mucho tiempo descubrir que lo que su detector estaba captando era una oscilación de la corriente en el espacio del circuito primario donde se producían las chispas y midió esta frecuencia con un espejo giratorio: un estroboscopio primitivo. Las investigaciones de Hertz le mostraron que lo que estaba observando no era un efecto de inducción como había supuesto inicialmente, sino que era una radiación que atravesaba la habitación y llegaba a la bobina detectora. Tenía una longitud de onda muy larga pero viajaba a la velocidad de la luz. Este fue el origen de la radio y todo lo que salió de ello. Hertz no vivió para ver la revolución tecnológica que siguió a su descubrimiento: fue recompensado con un nombramiento para un puesto mejor, la Cátedra de Física en la Universidad de Bonn, y allí murió a los treinta y seis años de una septicemia. Esto es lo que escribió a sus padres no mucho antes de morir:

Si me sucediera algo, no lloréis por mí; más bien debéis estar orgullosos y considerar que estoy entre los especialmente elegidos y destinados a vivir poco tiempo pero sí el suficiente. No deseé elegir este destino, pero puesto que me ha sucedido, debo estar contento; y si me hubiese tocado elegir, quizá yo mismo lo hubiese escogido.

Esto recuerda las palabras de Enrico Fermi [29], que murió prematuramente unos setenta años más tarde: él no se preocupaba demasiado, afirmaba, porque la mayor parte de las cosas que era capaz de conseguir ya las había conseguido.

La observación de Hertz de las ondas de radio es un ejemplo de descubrimiento simultáneo, una ocurrencia muy común a lo largo de la historia de la ciencia. Ese mismo año, Oliver Lodge, en Inglaterra, también halló evidencia de una radiación electromagnética semejante. Pero en lugar de escribir un artículo se fue de vacaciones a los Alpes para practicar la escalada con la intención de preparar su trabajo y publicarlo a su vuelta. Fue demasiado tarde: cuando Lodge regresó a Londres se encontró con que le aguardaban noticias sobre el artículo de Hertz. Parece que el genial Lodge no se molestó demasiado.

Véase los recuerdos de Heinrich Hertz por su hermana, Johanna Hertz, Heinrich Hertz: Memoirs, Letters, Diaries (San Francisco Press, San Francisco, 1977); también Heinrich Hertz: A Short Life, de Charles Susskind (San Francisco Press, San Francisco, 1995).