John (Jáncsi o Johnny para sus amigos) von Neumann fue uno de los miembros de un extraordinario grupo de físicos y matemáticos húngaros que surgió en Budapest en los años posteriores a la primera guerra mundial. Sus intereses eran excepcionalmente amplios: sus contribuciones a la física teórica, a los conceptos matemáticos en los que se basa el computador moderno, a muchas áreas de las matemáticas puras, a la teoría de juegos e incluso a la economía, son prodigiosas. Tuvo una participación clave en el Proyecto Manhattan y en toda una serie de otras empresas militares norteamericanas. Supervisó la construcción en la Universidad de Princeton del computador más rápido del mundo en los años posteriores a la segunda guerra mundial, el «Johnniac», del que decía en broma: «No sé hasta qué punto será realmente útil. Pero en cualquier caso podremos obtener mucho crédito en el Tibet codificando Om Mane Padme Hun (el tantra que significa “Oh, tú, flor de loto”) cien millones de veces en una hora. Superará con creces a todos los rodillos de rezos de los budistas». Su amigo y colaborador, Hermann Goldstine, declaró que Von Neumann no era humano, sino un semidiós que «había hecho un estudio detallado de los seres humanos y podía imitarlos perfectamente». Johnny von Neumann murió en 1957, a los cincuenta y cinco años de edad.
Abraham Pais, que mantuvo estrechas relaciones con la mayoría de los grandes físicos de la época, escribió de Von Neumann:
En mi vida he conocido a hombres incluso más grandes que Johnny, pero ninguno tan brillante. No sólo brillaba en matemáticas sino que también hablaba con fluidez varios idiomas y estaba especialmente bien versado en historia. Una de sus habilidades más notables que pronto advertí era su absoluta potencia memorística.
Este atributo se ilustra en el siguiente recuerdo de Herman Goldstine:
Puedo decir que, una vez leído un libro o un artículo, Von Neumann era capaz de volverlo a citar verbatim; además, podía hacerlo años más tarde sin vacilar. También podía traducirlo sin perder velocidad de su lengua original al inglés. En una ocasión puse a prueba su habilidad pidiéndole que me recitara el inicio de Historia de dos ciudades. Acto seguido, sin ninguna pausa, empezó a recitar el primer capítulo y continuó hasta que le pedí que lo dejase al cabo de diez o quince minutos. [De hecho, Von Neumann no estaba solo entre los grandes matemáticos en cuanto a potencia memorística. Tres siglos antes, Gottfried Leibniz [15], podía recitar a edad avanzada toda la Eneida, que no había releído desde su infancia.] En otra ocasión, le observé dar clases sobre un material escrito en alemán unos veinte años antes; incluso utilizó exactamente las mismas letras y símbolos que había en el original. El alemán era su lengua materna; parece que concebía sus ideas en alemán y luego las traducía a la velocidad del rayo al inglés. Frecuentemente le observaba escribir y le vi preguntar en ocasiones cuál era la correspondencia inglesa de alguna palabra alemana.
Von Neumann también podía calcular mentalmente con velocidad y precisión sobrenaturales. He aquí de nuevo a Goldstine:
Una vez, un excelente matemático se detuvo en mi despacho para discutir un problema que le había estado preocupando. Tras una discusión bastante larga e infructuosa, dijo que se llevaba a casa una calculadora de mesa y evaluaría esa noche algunos casos especiales. Al día siguiente llegó al despacho con un aspecto muy cansado y ojeroso. Al preguntarle la razón dijo triunfalmente que había calculado cinco casos especiales de complejidad creciente durante una noche de trabajo; había terminado a la 4.30 de la madrugada.
Esa misma mañana, más tarde, vino inesperadamente Von Neumann en un viaje de consulta y preguntó cómo iban las cosas. Entonces llamé a mi colega para discutir el problema con Von Neumann, quien dijo: «Calculemos algunos casos especiales». Estuvimos de acuerdo, cuidando de no hablarle del trabajo numérico realizado la madrugada anterior. Entonces él fijó la vista en el techo y quizá en cinco minutos calculó mentalmente cuatro de los casos laboriosamente evaluados con anterioridad. Cuando él había calculado durante cinco minutos el quinto caso, el más difícil, mi colega anunció repentinamente en voz alta la respuesta final. Von Neumann quedó completamente perturbado y rápidamente volvió, con un ritmo más acelerado, a sus cálculos mentales. Al cabo de quizá otros cinco minutos dijo: «Sí, es correcto». Luego mi colega se fue, y Von Neumann pasó quizá otra media hora de considerable esfuerzo mental tratando de comprender cómo alguien había encontrado un modo mejor de tratar el problema. Finalmente se le informó de la situación y recuperó su aplomo.
Las citas están tomadas de The Genius of Science, de Abraham Pais (Oxford University Press, Oxford, 2000), y The Computer, de Herman Goldstine (Princeton University Press, 1980).