La carrera de Fritz Houtermans es material para una obra de ficción. Era alemán de nacimiento pero creció y estudió en Viena. Según su amigo Otto Frisch [20], Houtermans era un físico con una comprensión profunda de la teoría cuántica. Desarrollaba su trabajo teórico en los cafés de Viena en los cuales se hizo legendaria su prodigiosa capacidad para beber café. Su reputación en ascenso le llevó a Alemania, a uno de los grandes centros de la física teórica en Gotinga. Houtermans tenía una cuarta parte de judío de modo que, aunque declaraba orgulloso su ascendencia —«cuando vuestros ancestros aún vivían en los árboles», diría a sus colegas arios, «los míos ya estaban haciendo cheques»—, no estaba bajo amenaza de persecución racial por los nazis. Sin embargo, era un comunista comprometido y durante muchos años miembro del partido, y esto habría puesto en peligro su vida. Por ello se marchó a Inglaterra, donde trabajó en los laboratorios EMI y estuvo a punto de descubrir el láser (el medio, conseguido por primera vez en 1960, de generar luz de una única longitud de onda con una intensidad muy alta). Pero la vida en Inglaterra no era de su gusto y se quejaba especialmente del olor del cordero hervido. Se trasladó de nuevo, esta vez para satisfacer su vieja ambición de trabajar en la Unión Soviética. Encontró empleo en el Instituto Físico-Técnico de Jarkov, que entonces acogía a un brillante grupo de físicos, con el gran Lev Landau [137] entre ellos.
Pero el Gran Terror de Stalin se abatió pronto sobre ellos; como muchos de sus camaradas soviéticos, Houtermans fue detenido y sufrió las terribles privaciones de una prisión de la NKVD. Las llamadas en su favor de los físicos en Occidente fueron desestimadas. Houtermans fue acusado de espiar para Alemania y fue torturado. Finalmente tuvo que elegir entre la muerte y la confesión, de modo que confesó e identificó a sus contactos alemanes como los señores Scharnhorst y Gneisenau, generales muertos hacía tiempo que dieron sus nombres a barcos de guerra alemanes. Sus interrogadores no detectaron el engaño, pero sus amigos del exterior pudieron imaginar en qué circunstancias se había extraído la confesión.
Probablemente, Houtermans habría muerto de hambre en prisión de no haber sido salvado por la oportuna firma en 1939 del pacto Ribbentrop-Molotov entre Alemania y la Unión Soviética. Preguntado sobre dónde quería ser enviado tras su liberación, Houtermans optó por Inglaterra pero sus anfitriones soviéticos le despacharon en su lugar a Alemania y le dejaron en brazos de la Gestapo. Fue rescatado gracias a la intervención del valeroso Max von Laue [112], cuya resuelta y pública oposición al régimen nazi le distinguía de otros líderes de la ciencia alemana. Houtermans fue liberado de la cárcel y puesto a trabajar en el laboratorio privado en un barrio periférico de Berlín de un físico, inventor y millonario bien conocido, Manfred von Ardenne. Durante este período, Houtermans fue enviado en varias visitas breves a sus viejos lugares en la Ucrania ocupada por los nazis, con un encargo de la marina alemana para descubrir qué habían estado haciendo los laboratorios soviéticos. A su regreso envió paquetes de comida a sus amigos de Jarkov y se comprometió en un peligroso juego para proteger a judíos y otros fugitivos.
El laboratorio de Von Ardenne formaba parte del proyecto de bomba atómica alemana y Houtermans, en una visita a Suiza, envió un telegrama a Inglaterra advirtiendo de que los físicos alemanes se habían embarcado en un programa de desarrollo. Fue en Berlín donde Houtermans casi encontró su Waterloo una vez más. Él era un fumador en cadena (un hábito que finalmente acabó con él) y en 1945 se estaba haciendo muy difícil encontrar tabaco en Alemania. De modo que Houtermans se acercó a Abraham Esau, la cabeza administrativa del proyecto de la bomba atómica, y le convenció de que el tabaco de Macedonia era rico en agua pesada [72] requerida para la fabricación de aquel artefacto. En consecuencia, se consiguió y se envió a Houtermans un saco de tabaco como material con prioridad de guerra. Pero cuando todo había sido consumido, Houtermans se superó y pidió otro envío. Esta vez se levantaron sospechas y se plantearon preguntas; la Gestapo instruyó a Von Ardenne para despedir a Houtermans e inmediatamente se procedió a su detención. Una vez más, Laue, con alguna ayuda de otros físicos destacados, se las arregló para sacar a su amigo libertino, a quien se le permitió trasladarse al instituto de física en Gotinga. Pocos meses después la guerra terminó y Houtermans quedó finalmente a salvo.
Houtermans siguió trabajando en Gotinga durante siete años en los que sus intereses se desplazaron hacia la radiactividad natural (geológica); pero estaba sometido a las restricciones impuestas a los científicos por las potencias ocupantes. Por ejemplo, se impuso un límite máximo a las resistencias permitidas para uso en los laboratorios. Este límite era de 109 ohmios, y un indignado Houtermans protestó diciendo que incluso un lápiz tenía una resistencia más alta. En 1962 recibió una llamada para ocupar la Cátedra de Física en la Universidad de Berna. En este remanso desarrolló un vigoroso programa de investigación, pero cuatro años más tarde murió de cáncer de pulmón a los sesenta y tres años de edad.
Exposiciones fragmentarias de Houtermans, el hombre, y su tempestuosa carrera pueden encontrarse en las memorias de Otto Frisch, What Little I Remember (Cambridge University Press, Cambridge, 1979) [Hay traducción española, véase [6]]; en las de George Gamow, My World Line (Viking Press, Nueva York, 1970); y en la autobiografía de Hendrik B. G. Casimir, Hazaphard Reality (Harper and Row, Nueva York, 1983). Una interesante biografía breve de Houtermans, escrita por I. B. Khriplovich, apareció en Physics Today, 45, 29 (1992).