74. Un caso de inanición nocturna

A las dos en punto de una madrugada de 1940, Andrew Nalbandov, un fisiólogo de la Universidad de Wisconsin, se dirigía a casa tras una fiesta. Su camino le hacía pasar por el laboratorio y, al mirar, se sorprendió de que las luces del animalario estuvieran encendidas. Nalbandov había estado luchando durante algún tiempo con un problema intratable: intentaba descubrir la función de la glándula pituitaria (que ahora sabemos que es la fuente del grupo de hormonas esenciales que controlan un abanico de actividades corporales). La pituitaria, o hipófisis, como se le suele llamar, está situada justo debajo del cerebro y es difícil de obtener quirúrgicamente. Todos los intentos de extirpar la pituitaria de los animales, en particular de las gallinas, habían llevado a su muerte en cuestión de días, de modo que no había posibilidad de ver si, y de qué manera, los animales podrían sufrir disfunciones cuando se les privaba de la pituitaria. Nalbandov describe sus dificultades:

Ni la terapia de reemplazamiento ni ninguna otra precaución servían y yo estaba a punto de aceptar la idea de A. S. Parkes [49] y R. T. Hill, quienes habían hecho operaciones similares en Inglaterra, de que las gallinas hipófisis-sectomizadas sencillamente no podían vivir. Me resigné a hacer unos pocos experimentos a corto plazo y abandonar el proyecto global cuando, repentinamente, un 98 por 100 de un grupo de aves hipófisis-sectomizadas sobrevivieron durante tres semanas y muchas vivieron hasta seis meses. La única explicación que pude encontrar era que mi técnica quirúrgica había mejorado con la práctica. Aproximadamente en esta época, cuando estaba listo para iniciar un experimento a largo plazo, las aves empezaron a morir otra vez y en algunas semanas, tanto las aves recién operadas como las que habían vivido varios meses, habían muerto. Esto, por supuesto, desmentía la eficiencia quirúrgica. Continué con el proyecto puesto que ahora sabía que podían vivir en algunas situaciones que, sin embargo, se me escapaban. Aproximadamente en esa época tuve un segundo período de éxito durante el que la mortalidad era muy baja. Pero, a pesar de cuidadosos análisis de los registros (se consideró y eliminó la posibilidad de enfermedad y muchos otros factores), no aparecía ninguna explicación. Puede imaginarse cuán frustrante era ser incapaz de sacar provecho de algo que obviamente estaba teniendo un profundo efecto en la capacidad de estos animales para resistir la operación. Una noche, después de una fiesta que terminó a última hora, volvía a casa en coche por un camino que pasaba por el laboratorio. Aunque eran las 2 a.m., las luces del animalario estaban encendidas. Pensé que algún estudiante descuidado se las había dejado y me detuve para apagarlas. Algunas noches más tarde advertí otra vez que las luces habían estado encendidas toda la noche. Al investigar resultó que el conserje suplente, cuyo trabajo era asegurarse a media noche de que las ventanas quedaban cerradas y las puertas bloqueadas, prefería dejar encendidas las luces del animalario para poder encontrar la puerta de salida (pues los interruptores no estaban cerca de la puerta). Posteriores comprobaciones mostraron que los dos períodos de supervivencia coincidían con las ocasiones en las que el conserje suplente estaba ocupando el puesto. Los experimentos controlados demostraron pronto que todas las gallinas hopófisis-sectomizadas mantenidas en la oscuridad morían, mientras que las gallinas iluminadas durante dos períodos de una hora por la noche vivían indefinidamente. La explicación era que las aves en la oscuridad no comen y desarrollan hipoglucemia [bajo nivel de azúcar en sangre] de la que no se pueden recuperar, mientras que las aves que están iluminadas comen lo suficiente para prevenir esta carencia. Desde entonces ya no sufrimos ninguna dificultad para mantener las aves hipófisis-sectomizadas el tiempo que quisiéramos.

Así se inició un nuevo capítulo en la historia de la investigación sobre hormonas.

La historia se cuenta en el libro de W. I. B. Beveridge, The Art of Scientific Investigations (Heinemann, Londres, 1960).