73. Los viejos soldados nunca mueren

Fue Ernest Rutherford [16] quien declaró que los científicos (que para él significaba los físicos) nunca se hacían viejos, pues a diferencia de la menos afortunada mayoría de la población que no tiene laboratorios en los que jugar, conservan durante toda su vida el placer infantil de la exploración. He aquí una estampa del patrón de Rutherford, J. J. Thomson, famoso por muchos descubrimientos, muy especialmente el del electrón. A su muerte en 1940, a los ochenta y cuatro años de edad, su obituarista, el teórico alemán Max Born (1882-1970), más catedrático de Física en Edimburgo, recordaba:

Fue el nombre del profesor J. J. Thomson el que me llevó a Cambridge en 1906…

Más de quince años después, en una visita a Cambridge, me encontré al hijo de Thomson [más tarde sir George Paget Thomson y él mismo un físico laureado con el premio Nobel], que me llevó al Cavendish y al cuarto del sótano en donde «J. J.» estaba trabajando rodeado de las habituales y complicadas estructuras de aparatos, tubos de vidrio y cables. Fui presentado: «Padre, aquí está un antiguo discípulo tuyo que estudió contigo hace años…». La cabeza gris, inclinada sobre un tubo de vacío que brillaba, se levantó durante un minuto: «¡Qué tal! Ahora, mire aquí, este es el espectro de…», y al momento estábamos inmersos en el ámbito de la investigación, olvidando el abismo de años, guerra y posguerra, que había entre este reencuentro y la época en que nos conocimos por primera vez. Así era Thomson en el Cavendish: la ciencia personificada.

Thomson retuvo aparentemente su disposición competitiva a lo largo de su vida. Cuando F. W. Aston, que desarrolló el espectrógrafo de masas para la medida de las masas atómicas, se quejaba de que Thomson no creería en la evidencia a favor de un nuevo isótopo, Rutherford le dijo que en realidad debería estar agradecido. «Si Thomson la creyera», dijo, «el chaval te la habría birlado».

Véase el obituario de J. J. Thomson por Max Born, en Nature, 146, 356 (1940).