Logan Pearsall Smith era un hombre de letras, no un científico, pero se convirtió en cuñado de Bertrand Russell. Durante sus años de estudiante en Oxford hizo amistad con Benjamin Jowett, el formidable master de Balliol College y catedrático de Griego. Jowett tenía ideas firmes sobre el objetivo de una universidad y fue el primer defensor del sistema tutorial. Veía la investigación como una amenaza para el orden dominante y no podía distinguir ninguna virtud en ella tal y como revela esta conversación con Logan Pearsall Smith. El reflejo de rodilla fue descubierto por dos neurobiólogos alemanes; los reflejos, definidos como impulsos transmitidos al sistema nervioso central y «reflejados» a un músculo para inducir un movimiento involuntario, eran en esa época una preocupación importante para los fisiólogos.
Recuerdo una ocasión, cuando estaba con él en Malvern [probablemente en 1885], en que pronuncié sin querer la ominosa palabra. «¡Investigación!», exclamó el master. «¡Investigación!», dijo. «Una mera excusa para la holgazanería; nunca ha conseguido y nunca conseguirá ningún resultado del más mínimo valor». Ante esta sentencia tan categórica yo protesté; después de lo cual se me conminó a que si conocía algún resultado de valor, lo nombrara sin demora. Mis ideas sobre el tema no eran en absoluto profundas y, en cualquier caso, es difícil dar ejemplos de un enunciado general en el momento que nos lo piden. Lo único que me vino a la cabeza era el reciente descubrimiento, que había leído en alguna parte, de que al golpear secamente la rótula de un paciente, él daría una patada involuntaria y por el vigor o falta de vigor de esta «sacudida de rodilla», como se denominaba, podía formarse un juicio de su estado general de salud.
«No creo una palabra de eso», replicó Jowett. «Dame un golpe en la rodilla».
Yo era extremadamente reacio a realizar este acto irreverente sobre su persona, pero el master insistió enojado y el estudiante no podía hacer otra cosa que obedecer. La pequeña pierna reaccionó con un vigor que casi me alarmó y, creo yo, debió desconcertar considerablemente al anciano y eminente adversario de la investigación.
Logan Pearsall Smith, Unforgotten Years: Reminiscences (Constable, Londres, 1938; Little, Brown, Boston, 1939).