R. V. Jones [106] fue un físico, finalmente catedrático de Física en la Universidad de Aberdeen, que hizo notables contribuciones a la investigación operacional durante la segunda guerra mundial. También era famoso por las ingeniosas bromas que gastaba a sus colegas. La que sigue fue ideada en Oxford en los años anteriores a la guerra con la connivencia de dos amigos. Esta es la descripción que hizo el propio Jones de lo que sucedió.
Llamé por teléfono al alojamiento de Gerald Touch. Antes de que alguien pudiera responder, colgué y repetí la operación varias veces para crear la impresión de que alguien estaba tratando de marcar el número pero que algo no funcionaba. Tras este período de iniciación, marqué el número de nuevo y oí una voz que reconocí como perteneciente a un estudiante muy capaz en química —de hecho, ese año él había ganado la Beca Senior de química en toda la Universidad—. Volviendo a la lengua que era mi segundo idioma, el cockney que procedía de mis primeros días de escolarización, expliqué que era el ingeniero de teléfonos y que acababa de recibir una queja de un abonado que estaba tratando de marcar el número y no lo había conseguido, pero, por los síntomas que describió diría que o bien su dial iba demasiado rápido o que había una fuga a tierra en alguna parte en el extremo receptor de la línea. Añadí que enviaríamos a un hombre por la mañana para comprobar si estaba aislado, pero era posible que el fallo pudiese resolverse simplemente con la conversación telefónica siempre que pudiésemos asegurarnos de cuál era. Algunas sencillas pruebas mostrarían si era así, y si la víctima tuviese la amabilidad de ayudarnos con estas pruebas, quienquiera que fuera la persona que quería comunicar podría hacerlo esa misma tarde. ¿Nos ayudaría entonces la víctima con las pruebas? Inmediatamente, por supuesto, él expresó su disposición para hacerlo y le expliqué que tendría que hacerle esperar mientras iba a por el manual apropiado para que pudiéramos seguir la secuencia correcta de pruebas.
Advertí que él estaba tan firmemente «enganchado» que incluso podía permitirme hacer payasadas y le convencí de que cantara en voz alta al teléfono con el pretexto de que sus gránulos de carbón se habían atascado. Para entonces, por supuesto, todos los residentes de la casa habían sido alertados y observaban con cierta diversión el resto de la actuación. Le dije que su último esfuerzo había limpiado el micrófono y que ahora estábamos preparados para rastrear la fuga a tierra.
Le expliqué que pondría una señal de prueba y que cada vez que él oyese la señal querría decir que esa prueba concreta había salido bien. La señal apropiada estaba generada simplemente aplicando mi propio receptor al micrófono, lo que producía un graznido tremendo. Como también le había pedido que escuchase muy atentamente, quedó casi ensordecido la primera vez que lo hice. Luego le pedí que colocara el receptor en la mesa delante de él y lo tocara. Yo podía oír, por supuesto, el ruido de su dedo haciendo contacto, e inmediatamente repetí el graznido. Cuando él cogió el receptor le dije que el test había sido satisfactorio y que ahora debíamos intentar algunos otros. Seguidamente le hice pasar por una serie de payasadas que incluían el hacerle sostener el receptor por el cable y alejarlo de su cuerpo lo más posible, al mismo tiempo que descansaba primero sobre una pierna y luego sobre la otra. Cuando ya le había dado tiempo para alcanzar cada posición, transmitía oportunamente el graznido y así le mantuve absorto oyéndolo. Tras esta serie de tests le dije que nos estábamos acercando a la fuente del problema y que todo lo que necesitábamos ahora era una buena «tierra».
Cuando él preguntó cuál podría ser, yo dije: «Bien, ¿tiene usted un cubo de agua?». Respondió que trataría de encontrar uno y en un minuto o dos volvió con el cubo. Cuando dijo: «Bien, ¿qué hacemos ahora?», yo le indiqué que colocara el cubo sobre la mesa delante del teléfono y metiera su mano en el agua para asegurarse de que estaba bien conectado a tierra y luego tocase de nuevo el teléfono. Cuando hizo esto oyó oportunamente el graznido apropiado; y cuando cogió de nuevo el receptor le respondí que ahora sólo quedaba una prueba final y lo tendríamos resuelto. Cuando preguntó cuál era le dije que cogiera el receptor suavemente por el cordón, lo mantuviese sobre el cubo y luego lo introdujese lentamente en el agua. Él estaba dispuesto a hacerlo cuando Gerald Touch, que estaba rodando por el suelo aguantándose las carcajadas, pensó que la broma ya había ido lo suficientemente lejos. Aunque no quería abandonar el juego, él pensaba que deberíamos impedir que nuestra víctima hiciese algún estropicio y empezó a quejarse diciendo que poner el teléfono en el agua lo dañaría irremediablemente. Nuestra víctima me dijo entonces: «Lo siento mucho por el test, estoy teniendo alguna dificultad. Hay un tipo aquí que es físico y dice que si pongo el teléfono en el agua se estropeará». No me resistí a decirle: «Oh, es un físico, señor. Les conocemos: piensan que lo saben todo sobre electricidad. Siempre están tratando de arreglar los teléfonos por sí mismos y los rompen. No se preocupe por él, señor, todo está aquí en mi libro». Se oyó una gran carcajada al otro extremo del teléfono mientras la víctima decía a Gerald Touch: «¡Ja, Ja! ¿Oyes eso? El ingeniero ha dicho que vosotros los físicos estáis siempre rompiendo teléfonos porque pensáis que lo sabéis todo sobre ellos. Voy a hacer lo que él me dice». Cuando intentó poner el teléfono en el agua, Gerald Touch le cogió por las muñecas para tratar de impedírselo. Se enzarzaron en una prueba de fuerza sobre el cubo y, puesto que la víctima era más fuerte, estaba a punto de ganar. Oí la voz de Gerald Touch diciendo: «Es Jones, idiota», y nuestra víctima, con gran deportividad, estalló en carcajadas.
Jones tenía una especial predilección por las bromas telefónicas, y cuenta una de ellas perpetrada por un amigo alemán, el físico Carl Bosch,
quien hacia 1934 estaba trabajando como estudiante de investigación en un laboratorio que daba a un bloque de apartamentos. Sus estudios revelaron que uno de los apartamentos estaba ocupado por un corresponsal de periódico, así que telefoneó a esta víctima pretendiendo ser su propio profesor. El «profesor» anunció que acababa de perfeccionar un dispositivo de televisión que permitiría al usuario ver a quien hablase en el otro extremo de la línea. El periodista se mostraba incrédulo, pero el «profesor» se ofreció a hacerle una demostración; todo lo que el periodista tenía que hacer era adoptar alguna postura y la voz del teléfono le diría lo que estaba haciendo. El teléfono estaba, por supuesto, a la vista directa del laboratorio y así las poses del periodista fueron descritas fielmente. El resultado fue un efusivo artículo al día siguiente en el periódico y, posteriormente, una desconcertante conversación entre el verdadero profesor y el periodista.
La primera historia es de las memorias de R. V. Jones de su carrera durante la guerra, Most Secret War (Hamish Hamilton, Londres, 1978); la segunda está tomada de una conferencia de Jones reimpresa en Bulletin of the Institute of Physics, de junio de 1957, p. 193 (también hay detalles de ella en sus memorias).