El descubrimiento de la electricidad inculcó en la mente de algunos biólogos la idea de que de algún modo estaba implicada en los procesos vitales. Por esto es por lo que Luigi Galvani (1737-1798), profesor en la Facultad de Medicina de Bolonia, estaba tratando de hacer que una preparación fisiológica de ancas de rana, con sus nervios ciáticos y parte de la médula espinal, reaccionara a un estímulo eléctrico.
Mientras estaba preparando uno de estos experimentos, un ayudante tocó accidentalmente el nervio con un escalpelo y quedó sorprendido al ver que el músculo respondía con una contracción compulsiva. Pronto se vio que el efecto ocurría sólo cuando los dedos del ayudante (presumiblemente húmedos) tocaban los clavos de hierro que sujetaban la hoja del escalpelo al mango de hueso, de modo que se cerraba el circuito entre nervio y tierra. Galvani decidió entonces examinar los efectos de la electricidad atmosférica que Benjamin Franklin y otros habían utilizado durante las tormentas para cargar una botella de Leyden [38]. Galvani ensartó una ristra de ancas de rana con ganchos de latón colgados a lo largo de una verja de hierro de su jardín, y quedó sorprendido al verlas retorcerse sin ningún estímulo externo. (Arraigó la historia de que el experimento fue una consecuencia del intento de Galvani de preparar una nutritiva sopa de ancas de rana para su mujer inválida; de hecho, ella era la hija de un eminente fisiólogo y probablemente participaba en las investigaciones de su marido). Galvani llegó a la conclusión de que había descubierto un «fluido eléctrico», análogo quizá a la fuente del «magnetismo animal» que Franz-Anton Messmer (que dio su nombre al mesmerismo) y otros se proponían demostrar en Francia.
En 1791, Galvani publicó sus observaciones y la interpretación que les había dado en un libro titulado De Viribus Electricitas, y su fama se difundió rápidamente para irritación de los espíritus más críticos. Entre estos destacaba un profesor de la Universidad de Pavía, un físico escéptico llamado Alessandro Volta (1745-1827). Volta repitió la observación de Galvani, pero reconoció que su explicación era absurda: la electricidad se generaba por la unión del hierro y el latón, separados por una solución conductora de fluido fisiológico en los músculos. Volta advirtió, además, que el par bimetálico podría continuar produciendo un bajo nivel de corriente eléctrica sin ninguna carga externa y pasó a unir en serie una sucesión de tales pares separados por fajos de papel empapado en solución salina. Esto constituyó la pila voltaica, pronto adoptada por Humphry Davy [123] en Londres, quien la utilizó para producir la electrólisis del agua (la descomposición química del H2O en hidrógeno y oxígeno gaseosos, liberados en los electrodos).
Galvani, evidentemente un hombre de imaginación limitada, nunca abandonó su creencia en la electricidad animal. Llegó a sentirse amargado por el rechazo de su teoría, la muerte de su mujer y la persecución política que tuvo que soportar, ya que él se oponía abiertamente al sometimiento por parte de Napoleón del norte de Italia que, como República Cisalpina, se convirtió en una satrapía francesa. Pero al final, sus ideas sobre la electricidad fueron vigorosamente, aunque erróneamente, promovidas por su discípulo y sobrino Giovanni Aldini. Aldini llegó al extremo de recoger cabezas humanas recién cortadas al pie de la guillotina e insertar electrodos en los cerebros. Esto, informó, provocaba muecas, retorcimiento de los labios y apertura de los ojos. Volta, por su parte, evitaba esta teatralidad y consiguió un amplio reconocimiento. Exhibió su batería en la Academia de Ciencias de París en presencia del propio emperador, quien comprendió su potencial y recompensó a su inventor con una medalla de oro. Más tarde se convirtió en un respetado político y hombre de Estado. El nombre de Volta se conmemora en la unidad de potencial eléctrico, el voltio, y el de Galvani en el galvanómetro y, por encima de todo, en el expresivo verbo galvanizar.
La historia de Galvani y Volta se ha contado con frecuencia. Una exposición vívida y breve se encuentra en The Scientific Traveler: A Guide to the People, Places and Institutions of Europe, por Charles Tabford y Jacqueline Reynolds (Wiley, Nueva York, 1992); para más detalles véase J. F. Fulton y Cushing, Annals of Science, 1, 593 (1936).