55. La máquina tragaperras da un premio gordo

Un ejemplo extraordinario de cómo la inspiración puede venir inesperadamente de una fuente extraña lo cuenta el genetista Salvador Luria (1912-1991). Italiano, expulsado de su país por las leyes antisemitas de Mussolini, encontró refugio en la Universidad de Indiana donde inició el estudio de la genética de bacteriófagos. Esta resultó ser una decisión muy fructífera, y Luria, junto con un pequeño grupo de otros pioneros, incluyendo a Jim Watson [88], su estudiante, y al líder espiritual del movimiento, Max Delbrück de California, establecieron los fundamentos de la genética molecular tal como hoy día se ha desarrollado.

Luria había estado estudiando el destino de las bacterias infectadas por un bacteriófago (un virus que ataca a una bacteria y se multiplica en su interior, hasta que su numerosa progenie revienta la célula y se dispersa, lista para atacar más bacterias); había notado que en sus discos de gel de agar-agar nutriente unas pocas colonias de bacterias sobrevivían al ataque. Evidentemente eran mutantes y la pregunta ahora era si estas bacterias habían sido transformadas por la acción del bacteriófago o si aparecían por mutaciones espontáneas ocasionales que las volvían resistentes al ataque.

Luché con el problema durante varios meses, principalmente en mi cabeza, y también ensayé varios experimentos, ninguno de los cuales funcionaba. La respuesta me vino finalmente en febrero de 1943 en el impropio escenario de un baile de la facultad en la Universidad de Indiana algunas semanas después de que me hubiese trasladado allí como profesor.

Durante una pausa en la música me encontré cerca de una máquina tragaperras observando a un colega que introducía monedas. Aunque perdía la mayor parte de las veces, de vez en cuando obtenía un premio. No siendo yo un jugador, estaba bromeando con él sobre sus inevitables pérdidas cuando, repentinamente, obtuvo un pleno, unos tres dólares en monedas, me echó una mirada asesina y se fue. Inmediatamente empecé a pensar sobre la numerología real de las máquinas tragaperras; al hacerlo se me ocurrió que las máquinas tragaperras y las mutaciones bacterianas tenían algo que enseñarse unas a otras.

Lo que Luria había captado repentinamente es que el premio gordo no podía predecirse, ni siquiera si uno sabía que en promedio ocurriría, digamos, una vez cada cincuenta tiradas. De manera análoga, si las mutaciones bacterianas fueran sucesos aleatorios, una colonia resistente a los fagos surgiría a intervalos impredecibles. La progenie de los supervivientes, siendo todos resistentes, daría lugar a racimos de colonias florecientes en el disco de cultivo. Si, por el contrario, era la acción del bacteriófago la que generaba algunas bacterias resistentes, mientras mataba al resto, entonces sus colonias estarían dispuestas sobre los discos de cultivo de una manera aleatoria, de acuerdo con las leyes de las distribuciones estadísticas aleatorias. Luria resume:

Darme cuenta de la analogía entre los premios de la máquina tragaperras y los racimos de mutantes fue un momento excitante. Dejé el baile en cuanto pude (no tenía automóvil propio). A la mañana siguiente fui temprano a mi laboratorio, una habitación que compartía con dos estudiantes y dieciocho conejos. Monté la prueba experimental de mi idea: varias series de cultivos idénticos de bacterias, cada uno iniciado con muy poca cantidad de ellas. Fue un duro domingo que pasé esperando a que crecieran mis cultivos. Todavía no conocía a casi nadie en Bloomington, de modo que pasé la mayor parte del día en la biblioteca, incapaz de centrarme en cualquier libro. Al día siguiente, lunes por la mañana, cada cultivo contenía exactamente mil millones de bacterias. El paso siguiente consistía en contar las bacterias resistentes a los fagos en cada cultivo. Procedí a mezclar todos los cultivos con fagos en una única placa de prueba. Luego tenía de nuevo un día de espera pero al menos estaba ocupado dando clase. El martes fue el día del triunfo. Encontré una media de diez colonias resistentes por cultivo, con montones de ceros y, como esperaba encontrar, varios plenos. También había diseñado mi control. Había tomado muchos cultivos individuales y los había reunido, luego había dividido de nuevo la mezcla en pequeñas proporciones y había contado las colonias resistentes en cada porción. Éxito total: esta vez, el número de colonias resistentes era de nuevo aproximadamente el mismo, pero los números individuales estaban distribuidos al azar y no había plenos.

Así quedó establecido el principio de la mutación espontánea. La técnica se hizo famosa como el «test de fluctuación». Permitía determinar la frecuencia de mutaciones espontáneas y proporcionó una explicación de cómo podía surgir una propiedad como la resistencia a los antibióticos.

De la autobiografía científica de Salvador Luria, A Slot Machine, a Broken Test Tube (Harper and Row, Nueva York, 1985).