A. R. Todd, más tarde sir Alexander, y aún más tarde lord Todd de Trumpington, solía ser conocido en Cambridge, donde ocupaba la Cátedra de Química Orgánica, como lord «Todd Todopoderoso». Era famoso por muchos tours de force de determinación de estructuras, muy en especial la de los nucleótidos —los ladrillos que se empalman para formar las largas cadenas de ADN (y de ARN) [88]—. Todd era un escocés desenfadado (nacido en 1907 en Glasgow) y considerado un hombre algo autoritario. Un chascarrillo de uno de sus colegas decía:
¿No crees que es singular
que un tipo corriente como Todd
deletree, por favor,
su nombre con dos d,
cuando basta con una para Dios?[6]
Y una coplilla (aproximada) de Cambridge decía:
Como cualquier joven y ambicioso químico orgánico de su generación hizo una estancia en Alemania. En 1945 fue enviado allí de nuevo, esta vez en uniforme, para hacer un informe sobre el estado de la química en aquel país desmoralizado y postrado. Encontrándose en Frankfurt, donde había trabajado veinte años antes, fue a curiosear en el Instituto de Química. Inspeccionó su viejo laboratorio y luego dio un paseo por el edificio.
Durante este recorrido bajé al sótano donde solía estar el almacén que distribuía los productos químicos y los equipos. Seguía estando allí y seguía funcionando como en los viejos días, con un montón de estudiantes haciendo cola para comprar o tomar cosas prestadas. Lo que realmente me sorprendió fue ver que la figura con bata blanca tras el mostrador era el mismo herr Müller que había sido el dependiente durante mi primera estancia. Así que me puse en la cola de los clientes y, a su debido tiempo, llegué al mostrador. Müller levantó la vista, me miró en silencio durante aproximadamente un minuto y luego, en su típico dialecto de Frankfurt, dijo: «Buen Dios, quien lo hubiera creído: es herr Todd». Y con eso bajó el postigo que había sobre el mostrador, salió por la puerta lateral, me cogió de ambas manos y dijo: «¡Venga, venga! ¡Esto pide un trago!». Así que entré y me senté en uno de los dos taburetes del almacén. Müller, mientras, tomó dos vasos de precipitados de un aparador, puso una generosa cantidad de alcohol de laboratorio en cada uno de ellos, lo diluyó con una cantidad aproximadamente igual de agua destilada [un líquido que tenía un sabor metálico curiosamente amargo], me pasó uno y luego se sentó en el otro taburete. Brindamos varias veces por nosotros y los viejos días con esta espantosa poción y luego, Müller empezó a hablar del laboratorio y sus habitantes. «Herr Todd», dijo, «en nuestros días teníamos químicos como Dios manda, ¿eh? Recuerde: ¡von Braun, Borsche y los demás! ¡Ah, las cosas han cambiado! Sabe usted, algunas de las personas que los nazis enviaron aquí eran tan pequeñas que apenas podías verlas».
De las memorias de Alexander Todd, A Time to Remember: The Autobiography of a Chemist (Cambridge University Press, Cambridge, 1983).