53. El Puente de la resonancia

Hendrik Casimir, un distinguido físico holandés y durante muchos años director de investigación en la compañía Philips en Eindhoven, recorrió durante sus años de formación los grandes centros europeos de la física teórica. Como todos los que trabajaban con él, Casimir se hizo devoto de Niels Bohr [79]. Aquí recuerda un ejemplo del pícaro sentido del humor del gran hombre.

Cerca del Instituto de Bohr hay una extensión de agua —dudo en llamarlo lago o estanque— de unos tres kilómetros de largo y entre ciento cincuenta y doscientos metros de ancho, el Sortedamso. Está cruzada por varios puentes. Un día, Bohr me llevó a dar un paseo a lo largo del lago y al cruzar uno de los puentes dijo: «Mira, te voy a mostrar un curioso fenómeno de resonancia». El parapeto del puente estaba construido de la siguiente manera: unos pilares de piedra, de aproximadamente un metro veinte de altura y separados tres metros, estaban unidos por su parte superior por firmes barras de hierro (o más probablemente, tubos) introducidas en la piedra; a mitad de camino entre cada dos pilares había un anillo de hierro anclado en la mampostería del puente, y había dos pesadas cadenas, una a cada lado, suspendidas entre grilletes soldados a la barra superior próximos a los pilares de piedra y a dicho anillo. Bohr agarró una cadena cercana a la barra superior y la hizo oscilar y, para mi sorpresa, la cadena al otro extremo de la barra superior también empezó a oscilar. «Un notable ejemplo de resonancia», dijo Bohr. Yo estaba muy impresionado, pero de repente Bohr se echó a reír. Por supuesto, la resonancia no tenía nada que ver con eso; las fuerzas de acoplamiento eran extraordinariamente pequeñas y las oscilaciones estaban fuertemente amortiguadas. Lo que sucedía era que Bohr, cuando movía la cadena estaba rotando la barra superior, que atravesaba los pilares de piedra pero no estaba fija, y de ese modo había movido las dos cadenas simultáneamente. Yo estaba alicaído por haber mostrado tan poco sentido práctico, pero Bohr me consoló diciendo que Heisenberg también había caído; incluso había dado toda una conferencia sobre resonancia.

El puente llegó a ser conocido en el Instituto de Bohr como el «Puente de la resonancia». Casimir utiliza la historia como una ilustración no sólo del sentido del humor de Bohr sino también de su fuerte sentido práctico. «Cuando era joven —dice Casimir—, había realizado bellos experimentos sobre tensión superficial y había construido la mayoría de los aparatos con sus propias manos, y su comprensión de los órdenes de magnitud iba desde el núcleo atómico hasta problemas de ingeniería de la vida diaria».

De Haphazard Reality: Half a Century of Science, de H. G. B. Casimir (Harper and Row, Londres y Nueva York, 1983).