52. El solucionador de problemas

Freeman Dyson, uno de los más admirados físicos teóricos y matemáticos aplicados de nuestro tiempo, se ha descrito a sí mismo como un «solucionador de problemas» queriendo decir probablemente, con mucha modestia, que su punto fuerte es resolver, más que concebir, las cuestiones profundas de la física. (También ha escrito amplia y lúcidamente sobre el progreso de la ciencia y el futuro de nuestra especie. Pinta con trazo grueso creyendo, por ejemplo, que, enfrentados a una extinción final por «muerte térmica», deberíamos pensar en desplazar nuestro planeta a una órbita más hospitalaria, y quizás incluso llevarlo a un «universo paralelo» —suponiendo que estos existan—; pues el confinamiento dentro del universo que conocemos, dice Dyson, le produce claustrofobia).

En sus memorias, Dyson revive el idilio de sus primeros años entre los patricios de la comunidad de la física teórica en Estados Unidos en el período inmediatamente posterior a la segunda guerra mundial. En 1948, al final de su período de trabajo con Hans Bethe [62] en la Universidad de Cornell, el joven Dyson entró en el Instituto para Estudio Avanzado en Princeton. Mientras tanto, Bethe había conseguido que asistiera a la escuela de verano de física que se celebraba anualmente en la Universidad de Michigan en Ann Arbor, un acontecimiento de cinco semanas de duración en el que los jóvenes físicos podían escuchar lecciones de las luminarias de su campo y también interrogarles y discutir con ellos. Dos semanas antes del inicio de la escuela, Dyson conoció a Richard Feynman [89] que le hizo saber que él se dirigía en coche a Albuquerque en Nuevo México y le invitó a acompañarle.

Durante cuatro días, Dyson y Feynman hablaron y discutieron. Sus filosofías de la física eran antagónicas: Dyson creía en las ecuaciones, Feynman buscaba una imagen que la mente pudiera captar; tenía una visión casi mística de la unidad de la naturaleza y la ley física —el tipo de unidad que Einstein persiguió infructuosamente durante las últimas cuatro décadas de su vida—, mientras que Dyson meramente quería una teoría que funcionase dentro de sus límites establecidos. Feynman desconfiaba de las matemáticas de Dyson, y Dyson recelaba de la intuición de Feynman. Feynman había formulado una imagen intuitiva de lo que llegó a conocerse como electrodinámica cuántica: las reglas que gobiernan la interacción de partículas, para la que desarrolló los famosos diagramas de Feynman y que ahora son una herramienta habitual de todos los físicos de partículas. Julian Schwinger [12], por otra parte, era conocido por haber construido una elaborada y, para la mayoría de las partes interesadas, impenetrable teoría matemática de tales procesos e iba a exponer sus resultados en la escuela de verano de Ann Arbor. Dyson completó su viaje en un autobús de Greyhound dispuesto a oír a Schwinger. Entonces le abordó en privado. Schwinger fue complaciente:

Pude hablar con él extensamente y de estas conversaciones, más que de las conferencias, aprendí cómo se había forjado su teoría. En las conferencias, su teoría era un diamante tallado, brillante y resplandeciente. Cuando hablé con él en privado, lo vi en bruto, es decir, del modo como él mismo lo vio antes de que empezara a tallarlo y pulirlo. De esta forma fui capaz de captar mucho mejor su forma de pensar.

Llené centenares de páginas con cálculos, trabajando en varios problemas sencillos con los métodos de Schwinger. Al final de la escuela de verano sentí que entendía la teoría tan bien como cualquier otro podía entenderla, con la posible excepción de Schwinger. Eso era lo que yo había venido a hacer a Ann Arbor.

Al despedirse, Dyson siguió su viaje hacia el oeste en un autobús de Greyhound, con estancias en Utah y California, y luego, en su camino de vuelta al este, llegó el coup de foudre:

Subí a un autobús de Greyhound y viajé sin parar durante tres días y tres noches hasta Chicago. Esta vez no tenía a nadie con quien hablar. Las carreteras tenían demasiados baches para poder leer de modo que me sentaba y miraba por la ventanilla y, poco a poco, me sumí en una tranquila placidez. Al tercer día, mientras atravesábamos Nebraska, algo sucedió repentinamente. Durante dos semanas yo no había pensado en física, y ahora llegaba súbitamente a mi consciencia como una explosión. Las imágenes de Feynman y las ecuaciones de Schwinger empezaban a ordenarse en mi cabeza con una claridad que nunca antes habían tenido. Por primera vez era capaz de reunirlas. Durante una hora o dos ordené y reordené las piezas. Luego supe cómo encajaban todas. No tenía lápiz ni papel, pero todo estaba tan claro que no necesitaba escribirlo. Feynman y Schwinger estaban simplemente considerando el mismo conjunto de ideas desde dos lados diferentes. Reuniendo sus métodos, uno tendría una teoría de la electrodinámica cuántica que combinaba la precisión matemática de Schwinger con la flexibilidad práctica de Feynman. Finalmente habría una teoría directa de la zona media [así es como Dyson llamaba al estado de la materia entre la gran escala, la de objetos como los cuerpos celestes cuyo comportamiento está gobernado por la gravitación, y la más pequeña, la de las evasivas partículas subatómicas de corta vida que se dan en colisiones de alta energía y en los núcleos atómicos dominada por la llamada fuerza nuclear fuerte]. Representó una tremenda suerte para mí que yo fuera la única persona que había tenido oportunidad de hablar extensamente con ambos, Schwinger y Feynman, y comprender realmente lo que estaban haciendo. En la hora de la iluminación di gracias a mi maestro Hans Bethe que lo había hecho posible. Durante el resto del día, mientras observábamos cómo el Sol descendía sobre la pradera, yo estaba esbozando en mi cabeza la forma del artículo que iba a escribir cuando llegara a Princeton.

El siguiente informe de Dyson, el virtuoso matemático, en realidad procede de las memorias de Jeremy Bernstein. Bernstein llegó como joven físico teórico al Instituto para Estudio Avanzado en Princeton en 1957 y estuvo trabajando con Marvin Goldberger (conocido como Murph), más tarde presidente del Instituto de Tecnología de California pero que entonces aún hacía ciencia a pie de obra. Estaban tratando con un problema sobre interacciones electromagnéticas entre partículas fundamentales.

Era a primera hora de la mañana para lo habitual en el Instituto, ya que la mayoría de la gente trabajaba de noche y no se les veía hasta después del mediodía. Murph había llegado a una ecuación integral de aspecto desagradable. No importa mucho cuál era, excepto que era muy desagradable. Había dividido los términos en dos grupos; uno estaba etiquetado B(x), por «x buenos», y el otro estaba etiquetado H(x), por «x horribles». Estábamos ante la pizarra, observando los x horribles, cuando Dyson entró con su taza de café matutina. Estudió nuestra ecuación. Murph pregunto: «Freeman, ¿has visto alguna vez algo parecido a esto?». Dyson dijo que no, pero que se sentía particularmente fuerte esa mañana. Copió nuestra ecuación y desapareció. En aproximadamente veinte minutos estaba de vuelta con la solución. Fue redescubierta más tarde por otras personas y lleva sus nombres pero yo vi lo que me parecía, y me sigue pareciendo, un incomprensible truco de prestidigitación. Durante años he observado a Dyson resolver muchos tipos diferentes de problemas matemáticos y no puedo imaginar lo que se debe sentir siendo capaz de pensar con esa rapidez y claridad en matemáticas. ¿Le parecerá que todos los demás se mueven a cámara lenta? Es algo que por supuesto no puede enseñarse, al menos en mi caso. Pero he aprendido bastantes matemáticas para obtener placer y deleite cada vez que lo veo.

De The Life it Brings, de Jeremy Bernstein (Ticknor and Fields, Nueva York, 1987). Las memorias de Freeman Dyson tienen el título, Disturbing the Universe (Harper and Row, Nueva York, 1987) [Hay traducción española: Trastornando el Universo, Fondo de Cultura Económica, México, 1984 ]