49. El precio del pecado

Dejar botellas de preparados de laboratorio sin etiquetar es una ofensa contra los dioses de la investigación. El fisiólogo inglés, A. S. Parkes, famoso por su trabajo sobre fertilidad animal y humana, relataba cómo una transgresión semejante llevó a un avance que cambió el rostro de este campo de estudio.

En el otoño de 1948, mis colegas, el doctor Audrey Smith y míster C. Polge [en el Instituto Nacional para Investigación Médica en Londres], intentaban repetir los resultados que [otros] habían obtenido sobre el uso de la levulosa [azúcar de fruta, ahora llamada fructosa] para proteger los espermatozoos de las aves de corral contra los efectos de la congelación y la descongelación. Los esfuerzos tuvieron poco éxito y varias soluciones quedaron guardadas en la nevera en espera de inspiración. Algunos meses más tarde se reanudó el trabajo con el mismo material y se obtuvieron de nuevo resultados negativos con todas las soluciones [excepto una que conservaba la motilidad por agitación de los espermatozoides] casi por completo en espermatozoos de aves de corral congelados a –79 oC. Este curiosísimo resultado sugería que cambios químicos en la levulosa, posiblemente causados o ayudados por el crecimiento de moho que había ocurrido durante el almacenamiento, habían producido una sustancia con sorprendentes poderes para proteger células vivas contra los efectos de la congelación. Sin embargo, los tests mostraban que la misteriosa solución no sólo no contenía ningún azúcar anormal, sino que de hecho no contenía ningún azúcar en absoluto. Mientras tanto, otros tests biológicos habían mostrado que no sólo se conservaba la motilidad después de la congelación, sino que, en alguna medida, también se conservaba el poder fertilizante. En este punto, con cierto nerviosismo, se pasó una pequeña cantidad (10-15 ml) de la solución milagrosa que quedaba a nuestro colega el doctor D. Elliot para que hiciera un análisis químico. Él informó que la solución contenía glicerol, agua ¡y una buena cantidad de proteína! Entonces se comprendió que, al mismo tiempo que se estaban poniendo a prueba las soluciones de levulosa, se había utilizado la albúmina de Mayer —el glicerol y la albúmina del histólogo— en el curso del trabajo morfológico sobre los espermatozoos, y que se había guardado en la misma nevera. Obviamente existió cierta confusión con las diversas botellas, aunque nunca descubrimos exactamente lo que había sucedido. Los tests con nuevo material mostraron muy pronto que la albúmina no jugaba ningún papel en el efecto protector, y nuestro trabajo a baja temperatura se concentró en los efectos del glicerol para proteger células vivas contra los efectos de las bajas temperaturas.

Visto en retrospectiva, el descuido de la técnica de laboratorio es bastante sorprendente: si este trabajo hubiera sido realizado por bioquímicos, no sólo las soluciones habrían sido adecuadamente etiquetadas sino que nadie habría soñado en experimentar con soluciones de azúcar almacenadas que contenían un visible crecimiento de moho. El glicerol (nada más que glicerina), como los bioquímicos también hubieran sabido, no se congela a –79 oC, y por eso las células no son dañadas por cristales de hielo cuando se devuelven a temperatura ambiente. Gracias a este sublime caso de descuido, el uso de glicerol, al igual que lo que ahora se denomina un crioprotector, inició una nueva era en la inseminación artificial y el estudio de la fertilidad.

Por supuesto, esto no debería verse como justificación de semejantes actos de delincuencia profesional; los cuales rara vez tienen un resultado tan feliz. Un ejemplo embarazoso salió a la luz en 2001. Tras el desastre de «las vacas locas» en Gran Bretaña, surgieron temores a nuevas enfermedades humanas. Las ovejas son propensas al scrapie o prurito ovino —inocuo para los seres humanos pero causa supuesta de la EEB (encefalopatía espongiforme bovina)— a través de la alimentación del ganado derivada de restos de ovejas. ¿No podría haber aparecido un prurito mutante, infeccioso para los humanos como la EEB? Un laboratorio público fue encargado de determinar si las ovejas ya portaban un agente similar al de la EEB. Las pruebas en serie de pasta de cerebro de ovejas comenzaron en 1987, utilizando como control pasta de cerebro de vaca que contenía el agente de la EEB. Al cabo de tres años resultó que el material del cerebro de las ovejas estaba abundantemente contaminado con cerebros de vaca. ¿Fue un simple caso de mal etiquetado de las muestras? Las acusaciones, desmentidos y contraacusaciones no han establecido la verdad.

La exposición de A. S. Parkes se encuentra en Proceedings of the 3rd International Conference on Animal Reproduction, Cambridge, 25-30 de junio de 1956.