47. Ben Franklin calma las olas

La voraz curiosidad de Benjamin Franklin (1706-1790) abarcaba todas las ramas de la ciencia y muchas más cosas. Tenía especial interés en las que llegaron a conocerse como fuerzas superficiales e ideó un truco favorito consistente en mover su bastón de paseo sobre una corriente turbulenta. La superficie se quedaba suave de golpe, pues el bastón estaba hueco y cuando lo agitaba soltaba algunas gotas de aceite. He aquí como el fenómeno atrapó su interés mientras estaba en camino hacia Inglaterra como representante diplomático de la Asamblea del Estado de Pennsylvania.

En 1757, estando en el mar en una flota de 96 veleros formada contra Louisbourg [en Nueva Escocia], observé que la estela de dos de los barcos era extraordinariamente lisa, mientras que todas las demás eran erizadas por el viento, que soplaba fresco. Intrigado por esta diferencia, al final se la señalé al capitán y le pregunté qué sentido tenía. «Supongo —dijo—, que las cocinas acaban de vaciar sus aguas grasientas por las sentinas, lo cual ha engrasado un poco los costados de esos barcos», y me dio esta respuesta con un aire de desprecio, como se hace con una persona ignorante de lo que saben todos los demás. Al principio deseché su solución, aunque no podía pensar en otra. Pero repasando lo que había leído antes en Plinio [28], decidí hacer algunos experimentos sobre el efecto del aceite en el agua cuando tuviera la oportunidad.

Algún tiempo más tarde, Franklin observó también un sorprendente efecto del aceite sobre la superficie del agua en el fondo de una lámpara que colgaba en su camarote en el mar. El experimento prometido fue realizado en el Estanque Redondo de Clapham Common de Londres.

Después de mucho tiempo, estando en Clapham donde hay, en el terreno comunal, un gran estanque que un día observé que estaba muy rizado por el viento, fui a buscar aceite y derramé un poco en el agua. Vi que se dispersaba con sorprendente rapidez por la superficie, pero no se producía el efecto de suavizar las olas pues lo había aplicado primero al lado de sotavento del estanque, donde las olas eran más grandes, y el viento devolvió el aceite a la orilla. Entonces fui al lado de barlovento, donde (las olas) empezaban a formarse; y el aceite, aunque no más que una cucharilla de té, produjo una calma instantánea sobre una extensión de varias yardas cuadradas, que se dispersó sorprendentemente y se extendió poco a poco hasta que alcanzó el lado de sotavento, dejando toda esa parte del estanque, quizá de medio acre, tan lisa como un espejo.

Después de esto, me las ingenié para llevar conmigo, siempre que iba al campo, un poco de aceite en la empuñadura superior hueca de mi bastón de bambú y de esta manera podría repetir el experimento cuando se presentase la oportunidad; y encontré que constantemente tenía éxito.

Franklin hizo muchas otras observaciones de este y otros fenómenos relacionados y dedujo algo que está cerca de lo que muchos años más tarde se demostró que era cierto: que el aceite formaba una película sobre el agua de solamente una molécula de espesor.

Para una exposición de la vida, la ciencia y la personalidad de Franklin, que pone sus observaciones en un contexto moderno, véase el fascinante libro de Charles Tanford, Ben Franklin Stilled the Waves (Duke University Press, Durham, NC, y Londres, 1989).