45. Némesis en Nancy

R. W. Wood (1868-1955), catedrático de Física en la Johns Hopkins University, fue un líder en el campo de la espectroscopia y también un famoso bromista y farceur. Sus aventuras se hicieron legendarias. Alarmaba a los ciudadanos de Baltimore escupiendo en charcos en días húmedos al tiempo que, inadvertidamente, dejaba caer un trozo de sodio metálico lo que provocaba una explosión con una llama amarilla. Escribió versos ingeniosos, una colección de los cuales fue publicada en un delgado volumen con el título, Cómo distinguir los pájaros de las flores, que todavía se imprime de vez en cuando.

Se contaba que cuando, en su juventud, Wood se alojaba en una pensión en París, sorprendió a sus compañeros huéspedes esparciendo copiosas cantidades de un polvo blanco sobre los huesos de pollo que quedaban en los platos tras una cena. A la noche siguiente, cuando se servía la sopa, Wood sacó un pequeño mechero de alcohol y dejó caer una gota del líquido en la llama. Un destello rojo le provocó una sonrisa de satisfacción: el polvo blanco, explicó a los otros comensales, era cloruro de litio y el destello rojo indicaba que ahora estaba en la sopa. Su sospecha de que la patrona reciclaba los huesos quedó así confirmada. Hay que decir, sin embargo, que lo que era en esencia la misma historia ha sido también atribuida a George von Hevesy [112], el pionero de los marcadores radiactivos: se suponía que él había añadido a los residuos una sal radiactiva y había detectado la radiactividad en la sopa con un contador Geiger. Este es un test mucho más sensible que la llama de litio ya que, probablemente, hubiese requerido una inaceptable cantidad del cloruro de litio de sabor salado; pero cada uno tiene su especialidad. (Victor Moritz Goldschmidt, un distinguido geoquímico, era famoso por llevar una cápsula de cianuro potásico cuando estaba planeando su huida de la Alemania nazi. Se dice que cuando un amigo del departamento de ingeniería de la universidad mostró curiosidad, Goldschmidt había contestado que el cianuro era para los profesores de química; su amigo, un profesor de mecánica, tendría que llevar una soga).

Otra de las bromas prácticas de Wood también se llevó a cabo en París cuando descubrió que la patrona, o la portera, que vivía en el piso debajo de su habitación, mantenía una tortuga en un corral en la terraza. Wood se procuró una colección de tortugas de varios tamaños, cogió la mascota de la patrona con un gancho unido al mango de una escoba y la sustituyó por otra de un tamaño ligeramente mayor. Cada pocos días cambiaba la tortuga por otra del tamaño siguiente. La sorprendida patrona contó a Wood este prodigio de la naturaleza y él la animó a consultar a un célebre profesor de la universidad y también a informar a la prensa. Esta se presentó para inspeccionar a la tortuga que se expandía, y entonces Wood procedió a invertir el proceso y el animal se contrajo tan misteriosamente como había crecido. No se dice si alguien en París llegó alguna vez al fondo del asunto.

Wood hizo muchas contribuciones importantes a la espectrocospia (incluyendo la construcción de un espectrógrafo con un gran camino óptico adiestrando a su gato para que lo recorriese con el fin de limpiarlo de polvo y telarañas). Pese a todo, hoy es recordado en especial por su participación en uno de los más extraños episodios en la historia de la física. Un físico francés de gran reputación, René Prosper Blondlot, descubrió lo que él creía que era una nueva forma de radiación electromagnética. La llamó rayos N por su ciudad natal, Nancy. Los efectos visibles de los rayos N eran evidentes para Blondlot, para sus colegas en Nancy y para otros científicos franceses, pero apenas lo eran en otros lugares. Los rayos N resultaron ser un artificio y sólo perceptibles para quienes estaban predispuestos a creer en ellos. El engaño fue finalmente desenmascarado por Wood en una visita al laboratorio de Blondlot en la Universidad de Nancy en 1903. Esta es la propia descripción de Wood de cómo desenmascaró al desafortunado Blondlot.

Al leer sus [de Blondlot] extraordinarios experimentos intenté repetir sus observaciones, pero no pude confirmarlas después de dedicarles toda una mañana. Según Blondlot, los rayos eran emitidos espontáneamente por muchos metales. Una hoja de papel, débilmente iluminada, podía utilizarse como detector pues, maravilla de maravillas, cuando los rayos N incidían sobre el ojo aumentaban su capacidad para ver objetos en una habitación prácticamente oscura.

Otros investigadores añadieron leña al fuego. Antes de acabar el año, doce artículos habían aparecido en los Comptes Rendues [las actas publicadas de las sesiones de la Academia de Ciencias Francesa]. A. Charpentier, famoso por sus fantásticos experimentos sobre hipnotismo, afirmaba que los rayos N eran emitidos por los músculos, los nervios y el cerebro, y sus increíbles afirmaciones fueron publicadas en los Comptes patrocinados por el gran d’Arsonval, la mayor autoridad de Francia en electricidad y magnetismo.

Blondlot anunció a continuación que había construido un espectroscopio con lentes de aluminio y un prisma del mismo material, y había encontrado un espectro de líneas separadas por intervalos oscuros, demostrando que había rayos N de diferente refrangibilidad [es decir, que eran dispersados en diferentes grados por un prisma, como el rojo lo es respecto del amarillo, verde, azul y violeta cuando la luz blanca atraviesa un prisma de vidrio] y longitud de onda [de nuevo, por analogía con otras formas de radiación electromagnética, tal como la luz visible, con el violeta en su límite de cortas longitudes de onda, y el rojo en su límite de largas longitudes de onda]. Midió las longitudes de onda. Jean Becquerel [hijo de Henri, el descubridor de la radiactividad] [36] afirmó que los rayos N podían transmitirse por cable. Para comienzos del verano, Blondlot había publicado veinte artículos, Charpentier veinte y J. Becquerel diez, todos ellos describiendo nuevas propiedades y fuentes de los rayos.

Los científicos en todos los demás países eran francamente escépticos, pero la Academia Francesa certificó el trabajo de Blondlot con su aprobación concediéndole el premio Lalande de veinte mil francos y su medalla de oro «por el descubrimiento de los rayos N».

En septiembre (1904) fui a Cambridge para la reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia. Tras la reunión, algunos de nosotros nos juntamos para discutir sobre qué había que hacer respecto a los rayos N. El profesor Rubens, de Berlín, fue el más franco en su denuncia. Se sentía particularmente disgustado porque el káiser le había ordenado ir a Postdam y mostrar los rayos. Tras perder dos semanas en vanos intentos de reproducir los experimentos del francés, estaba muy molesto por tener que confesar su fracaso al káiser. Dirigiéndose a mí dijo: «Profesor Wood, ¿no iría usted a Nancy inmediatamente para comprobar los experimentos que se están haciendo allí?». «Sí, sí», decían todos los ingleses, «esa es una buena idea, vaya». Yo sugerí que fuera Rubens el que viajara ya que era la víctima principal, pero él dijo que Blondlot había sido muy cortés al responder a sus muchas cartas pidiéndole información más detallada y no le parecía bien que él tuviera que acometer la tarea de desenmascararle. «Además», añadió, «usted es americano, y ustedes los americanos pueden hacer cualquier cosa…».

De modo que visité Nancy y concerté una cita con Blondlot en su laboratorio a primera hora de la tarde. Él no hablaba inglés, y yo elegí el alemán como medio de comunicación pues quería que se sintiese libre para hablar en confianza a su ayudante.

En primer lugar me mostró una tarjeta en la que se habían pintado algunos círculos con pintura luminosa. Él atenuó la luz de gas y llamó mi atención sobre el aumento de su luminosidad cuando se conectaban los rayos N. Dije que no veía ningún cambio. Él contestó que eso era porque mis ojos no eran suficientemente sensibles y, por tanto, no podía probar nada. Le pregunté si era posible intercalar intermitentemente una pantalla de plomo opaca en el camino de los rayos para que él fuera señalando las fluctuaciones de la pantalla. Él se equivocó casi en un 100 por 100 y advertía fluctuaciones cuando yo no hacía ningún movimiento; eso demostraba mucho, pero no dije nada. Entonces me mostró el reloj tenuemente iluminado y trató de convencerme de que él podía ver las manecillas cuando mantenía una gran lima plana justo por encima de sus ojos. Le pregunté si yo podía sostener la lima, pues había visto una regla de madera plana en su mesa y recordaba que la madera era una de las pocas sustancias que nunca emitían rayos N. Él aceptó y yo tanteé en la oscuridad para coger la regla y mantenerla en frente de su rostro. Oh, sí, él podía ver las manecillas perfectamente. Esto también probaba algo.

Pero el test crucial y más excitante estaba por venir. Acompañado por el ayudante, que ahora me estaba lanzando miradas más bien hostiles, entramos en la habitación donde estaba instalado el espectroscopio con las lentes y el prisma de aluminio. En lugar de un ocular, este instrumento tenía un hilo vertical, pintado con pintura luminosa, que podía moverse por la región donde supuestamente estaba el espectro girando una rueda que tenía graduaciones y números en su borde. Blondlot se sentó frente al instrumento y giró la rueda lentamente. Se suponía que el hilo brillaba cuando cruzaba las líneas invisibles del espectro de rayos N. A la luz de una pequeña linterna roja en la habitación oscura, él leyó en la escala graduada los números correspondientes a varias líneas. Este experimento había convencido a varios visitantes escépticos pues podía repetir sus medidas en su presencia obteniendo siempre los mismos números. Le pedí que repitiera sus medidas, me moví en la oscuridad y retiré el prisma de aluminio del espectroscopio. Él giró la rueda de nuevo y leyó los mismos números que antes. Volví a colocar el prisma antes de que se encendieran las luces y Blondlot dijo a su ayudante que sus ojos estaban cansados. El ayudante había empezado a sospechar y pidió a Blondlot que le dejara repetir la lectura para mí. Antes de que él apagase la luz advertí que colocaba el prisma con mucha precisión en su pequeño soporte redondo, con dos de sus ángulos exactamente en el borde del disco de metal. Tan pronto como la luz se atenuó, me moví hacia el prisma con pasos audibles, pero no toqué el prisma. El ayudante comenzó a girar la rueda y de repente dijo precipitadamente en francés: «Yo no veo nada; no hay espectro. Creo que el americano ha hecho algún dérangement». Inmediatamente después encendió el gas y fue a examinar el prisma con mucho cuidado. Me miró, pero no manifesté ninguna reacción. Con esto terminó la sesión.

A la mañana siguiente envié una carta a Nature dando una exposición detallada de mis descubrimientos sin mencionar, sin embargo, el enojoso incidente al final de la tarde y citando simplemente el laboratorio como «uno en el que se habían llevado a cabo la mayoría de los experimentos de rayos N». La Revue scientifique, un semanario de investigación y divulgación científica francés, inició una encuesta pidiendo a los científicos franceses que expresasen sus opiniones sobre la realidad de los rayos N. Se publicaron unas cuarenta cartas de las que sólo media docena apoyaban a Blondlot. La más cáustica, escrita por Le Bel [químico y uno de los fundadores de la estereoquímica] decía: «¡Qué ridículo para la ciencia francesa cuando uno de sus sabios distinguidos mide la posición de las líneas del espectro mientras el prisma reposa en el bolsillo de su colega americano!».

La Academia, en su reunión anual de diciembre y cuando se presentaron el premio y la medalla, anunció que la recompensa se otorgaba a Blondlot «por el trabajo de su vida, tomado en su conjunto».

La intervención de Wood en el asunto de los rayos N fue devastadora, por supuesto, y su carta a Nature bastante brutal, pero su exposición, contada a su biógrafo muchos años después del caso, está indudablemente adornada. La historia sobre la demostración fallida de Rubens ante el káiser era una broma, aparentemente iniciada por un profesor en París y negada por el propio Rubens, de modo que la memoria de Wood debió haberle fallado cuando afirmó que se lo había dicho Rubens en Cambridge. No volvió a hablarse de los rayos N, pero Blondlot nunca admitió que eran una ilusión. Se retiró tempranamente de su puesto en la universidad y aparentemente continuó buscando la evasiva radiación en la soledad de su laboratorio privado.

De la biografía de R. W. Wood por William Seabrook, Dr. Wood, Modern Wizard of the Laboratory (Harcourt Brace, Nueva York, 1941). Para más información sobre los rayos N, véase, por ejemplo, Irving Klotz, Diamond Dealers and Feather Merchants: Tales from the Sciences (Birkhäuser, Basilea, 1986).