44. Amortiguando el rotor canino

James Clerk Maxwell fue el mayor genio de la física del siglo XIX. Hizo contribuciones revolucionarias en muchas áreas de la disciplina de las que la más célebre es la clarificación de la naturaleza de la radiación electromagnética. Maxwell, que murió en 1879 a los cuarenta y ocho años, era también un hombre de gran humanidad e ingenio. Su nombre aún tiene un lugar seguro en las antologías del verso cómico. De su obituario en Nature procede este ejemplo de su sentido del humor: a Maxwell le gustaba construir ingeniosos modelos, teóricos y prácticos, para ilustrar principios físicos y uno de estos era una peonza regulable; esta tenía tuercas para modificar su momento de inercia respecto a sus ejes geométricos de modo que el ángulo de su rotación podía variarse y poner así de manifiesto las matemáticas que gobiernan su estabilidad e inestabilidad.

Cuando el profesor Maxwell vino a Cambridge en 1857 para recibir su grado de Master of Arts trajo con él esta peonza desde Aberdeen. Por la tarde, la mostró en una fiesta de amigos en la facultad que dejaron la peonza girando en su habitación. A la mañana siguiente él estuvo espiando hasta que vio a uno de estos amigos que cruzaba el patio. De inmediato saltó de la cama, puso la peonza de nuevo en marcha y se volvió a meter entre las sábanas. El lector puede aportar el resto de la historia. Sólo hay que añadir que el plan tuvo un éxito completo.

He aquí ahora un ejemplo de cómo Maxwell ponía las leyes de la física en uso compasivo:

Durante la visita del cometa en 1874, cuando lamentablemente la cola del corneta era tema general de conversación, el terrier de Maxwell desarrolló una gran afición a perseguir su propia cola; y aunque cualquiera podía ponerlo en marcha, nadie sino Maxwell podía detenerlo antes de que se cansara. El método de Maxwell para tratar el caso consistía en inducir, con un movimiento de la mano, que el perro diera vueltas en dirección contraria y, tras unas pocas vueltas, volver a invertir el giro, y continuar estas inversiones, reduciendo el número de revoluciones en cada una de ellas hasta que, como un volante con un resorte al que ya no le queda cuerda, llegaba al reposo pasando por oscilaciones que decaen lentamente.

La primera historia de Maxwell es de W. Garnett, Nature, 21, 45 (1879); la segunda fue contada en Nature, 128, 605, (1931).