22. Peligro matemático

George Gamow, el físico [81] que escapó de la Rusia estalinista a Estados Unidos, cuenta la siguiente historia de lo que le puede acontecer a un inocente erudito en tiempos de turbulencia política.

Esta es una historia que me contó uno de mis amigos que en esa época era un joven profesor de física en Odesa. Su nombre era Igor Tamm (galardonado con el premio Nobel de Física en 1958). En una ocasión en que fue a un pueblo vecino, en la época en que Odesa estaba ocupada por los rojos, y estaba negociando con un aldeano cuántas gallinas podía obtener por media docena de cucharas de plata, el pueblo fue ocupado por una de las bandas de Makhno que recorrían el país hostigando a los rojos. Al ver sus ropas de ciudad (o lo que quedaba de ellas), los asaltantes le llevaron frente al Ataman, un tipo barbudo con un gorro de piel alto y negro, con su pecho cruzado por cintas de cartuchos de ametralladora y con un par de granadas de mano colgando de su cinturón.

«¡Tú eres un hijo de puta, un agitador comunista que está socavando nuestra madre Ucrania! El castigo es la muerte».

«No», respondió Tamm. «Yo soy profesor en la Universidad de Odesa y he venido aquí sólo para conseguir algo de comida».

«¡Basura!», replicó el líder. «¿De qué eres profesor?».

«Enseño matemáticas».

«¿Matemáticas?», dijo el Ataman. «¡Muy bien! Entonces hazme una estimación del error que se comete al truncar una serie de Maclaurin en el n-ésimo término. ¡Hazlo y quedarás libre. Falla, y te pegaremos un tiro!».

Tamm no podía creer lo que oía porque este problema pertenece a una rama bastante especial de las matemáticas superiores. Con mano temblorosa, y bajo el cañón de la pistola, consiguió calcular la solución y se la pasó al Ataman.

«¡Correcto!», dijo el Ataman. «Ahora veo que eres realmente un profesor. ¡Vete a casa!».

¿Quién era este hombre? Nadie lo sabrá nunca. Si no murió más adelante, quizás esté dando ahora clases de matemáticas superiores en alguna universidad ucraniana.

Los peligros para los eruditos no desaparecieron con la Revolución. Mark Azbel, un físico teórico que tras años de persecución y prisión alcanzó el santuario de Israel, ofrece otro ejemplo.

Oí una historia sobre esa época del profesor Povzner, que enseñaba un curso en la Academia Militar de Ingenieros. Un día caminaba hacia la clase dispuesto a empezar su lección con una charla rutinaria sobre la primacía rusa en matemáticas para pasar luego a una sesión seria de enseñanza real de matemáticas. Pero en cuanto se puso delante de sus alumnos vio con inquietud que entre la audiencia había un general, el director de la Academia. Se paró y decidió que mejor sería dedicar toda la lección al tema del temprano genio ruso en matemáticas. Por suerte, era un hombre de mucho talento, bueno para inventar cosas, de modo que, espoleado por la situación, inventó una maravillosa lección sobre las matemáticas rusas en el siglo XII. Se embarcó en vuelos de imaginación durante toda una hora deteniéndose sólo cinco minutos antes del final para interpelar como era su costumbre:

«¿Alguna pregunta?». Vio que uno de los estudiantes había levantado la mano:

«¿Sí?».

«Es muy interesante esto de la matemática rusa medieval. ¿Podía decirnos, por favor, dónde podríamos obtener más información sobre ello, qué libros de referencia podríamos consultar? Me gustaría saber más». Sin tiempo para pensar, el profesor respondió inmediatamente: «Bueno, ¡eso es imposible! ¡Todos los archivos ardieron durante la invasión tártara!».

Cuando la clase había terminado, el general se acercó al conferenciante y dijo: «De modo, profesor… que todos los archivos ardieron». Sólo entonces se dio cuenta el pobre Povzner de lo que había dicho. La pregunta implícita estaba en el aire: si toda la evidencia de la primacía rusa en esta ciencia había ardido, ¿cómo demonios conocía el profesor la historia de las matemáticas antes de la invasión? Empezaba a asaltarle el pánico cuando, inesperadamente, el general le sonrió con comprensión, dio media vuelta y se fue. Este oficial de alto rango era una persona inteligente y decente; de lo contrario, el profesor Povzner se hubiera visto en graves dificultades.

Véase, George Gamow, My World Line (Viking, Nueva York, 1970) y Mark Ya. Azbel, Refusnik (Hamish Hamilton, Londres, 1982).