Como sucede con los animales del mundo del espectáculo, también los que participan en experimentos de comportamiento suelen obtener lo mejor de sus adiestradores. Lewis Thomas [160], investigador y ensayista, habla de uno de estos embarazosos episodios en uno de sus simpáticos ensayos. Alude en primer lugar a «Hans el Listo», el caballo alemán dotado para la aritmética al que su dueño, Herr von Osten, exhibía como un prodigio en 1903. El animal parecía realizar cálculos mentales y daba la respuesta a las preguntas golpeando en el suelo con su casco el número de veces correcto. Aproximadamente una década más tarde se informó de un fenómeno similar en Inglaterra: un caballo llamado «Mahoma» podía decir la hora que marcaba un reloj expuesto ante sus ojos. Cuando una comisión de psicólogos examinó a «Hans el Listo» llegó a la conclusión de que el caballo estaba respondiendo a mínimos y, según coincidían todos, inconscientes movimientos de su dueño que indicaban al sagaz animal cuándo era el momento de dejar de dar golpes.
Esta es la exposición de Thomas de la historia del gato:
La mente de un gato es un misterio inescrutable más allá del alcance humano porque es la menos humana de todas las criaturas y, al mismo tiempo, como cualquier dueño de un gato atestiguará, la más inteligente. En 1979 se publicó en Science un artículo de B. R. Moore y S. Stuttard titulado «El doctor Guthrie y Felis domesticus o: tropezar con el gato», un maravilloso informe del tipo de travesuras científicas naturales en estas especies. Hace treinta y cinco años, E. R. Guthrie y G. P. Horton describían un experimento en el que se colocaban gatos en una caja laberíntica con tapa de cristal y se les adiestraba para encontrar la salida empujando una delgada barra vertical en la parte delantera haciendo con ello que se abriera una puerta. Lo que interesaba a estos investigadores no era tanto que los gatos pudieran aprender a tropezar con la barra vertical, sino que antes de hacerlo cada animal realizaba un largo ritual de movimientos muy estereotipados, restregando sus cabezas y lomos contra la parte delantera de la caja, haciendo círculos y tocando finalmente la barra. El experimento figuraba como un clásico de la psicología experimental que incluso planteaba en algunas mentes la idea de una ceremonia de superstición por parte de los gatos: antes de que la barra abriera la puerta, era necesario pasar por una mágica secuencia de movimientos.
Moore y Stuttard repitieron el experimento de Guthrie, observaron el mismo complejo comportamiento de «aprendizaje», pero luego descubrieron que sólo ocurría cuando un ser humano estaba a la vista del gato. Si no había nadie en la habitación donde estaba la caja, el gato no hacía otra cosa que dormir. La visión de un ser humano era todo lo que se necesitaba para lanzar al animal a una serie de movimientos sinuosos independientemente de la existencia o no de la barra y la puerta. No era una pauta de comportamiento aprendida, era un gato saludando a una persona.
Véase, Late Night Thoughts, de Lewis Thomas (Oxford University Press, Oxford, 1984; la edición norteamericana publicada por Viking Press en 1983 se titula, Late Night Thoughts on Listening to Mahler’s Ninth Symphony).